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martes, 20 de julio de 2010

Una vida de gato




No pensaba poner esta foto, aún duele demasiado, pero por lo que sea se coló justo al principio y creo que debo ponerla y hablar de él. Le llamé Sísiu, y aunque tenía otro nombre venía veloz hacia mí en cuanto me escuchaba nombrarle, fue mi mayor alegría en los últimos tiempos porque lo nuestro era una adoración mutua, yo le adoraba y él me adoraba también. En cuanto escuchaba mis pasos o mi voz venía trotando hacia mí, y apenas a medio metro zigzagueaba y corría a esconderse, me observaba con sus ojitos redondos en azul oscurísimo y se quedaba muy quieto hasta que buscaba su pelota de trapo y se la tiraba, entonces saltaba tras ella y me retaba a regatearle, o se quedaba muy quieto escuchando la retahíla de advertencias que siempre le hacía, en cuanto comenzaba a decirle lo guapo que era se hartaba enseguida y buscaba la pelota por el suelo, se tiraba tras ella y comenzábamos un partido sin portería. Era el gato más inteligente que vi en mi vida.


Le asustaban todos los ruidos, pero su curiosidad sobrepasaba todos los límites imaginados, la última foto que le saqué fue en el sofá, cuando entró en casa de incógnito, seguramente buscando compañía mientras el resto de gatos andaba de caza. Detectó mis pasos y abrió los ojos para decirme que se iba a portar bien, y para lograr convencerme volvió a dormirse, retraté ese instante ignorando los pocos días que nos quedarían; tenía la ilusión de verlo crecer y sin embargo me tocó verlo morir en riguroso directo. El coche que le atropelló pudo parar perfectamente, pero ni pensó en ello, en cambio me dejó una de las peores imágenes que puedan recordarse. Sísiu no pasó de los tres meses de edad, vivo demasiado cerca de la carretera para que mis gatos se hagan adultos y de vez en cuando vuelvo a plantearme si quiero tener más animales para que todos terminen así.

Pero ocurre que para entonces ya tenemos gatitos nuevos de otra camada, y no los quiero ni ver, me digo que a esos no voy a quererlos, que no voy a jugar con ellos, que esta vez no será igual. Eso hasta que salen de su cajita sobre sus patitas vacilantes, y alzan sus ojos hacia mí, que estiro la mano para acariciarles, para decirles que han crecido mucho, para cogerles y verles más de cerca, para estudiar sus ojos redondos, para enseñarles a beber leche por si su madre ya no tiene suficiente, para quedarme junto a ellos un rato más.

4 comentarios:

  1. Eres una buena mujér, Begoña.
    Comparto tú pasión por los animales.
    Saludos.

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  2. Me han educado muy bien que no es lo mismo, eso se lo debo a mis padres. Y ya lo decía Dyango en su canción Querer y perder. Nacerán muchos gatos pero ninguno como ese.

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  3. Begoña, la bondád es intrinseca a la naturaleza de cada uno, nada tiene que vér con la educación.

    Conózco gente con una educación exquisita, pero que carecen totálmente de empatia con los que los rodean, y firmarian tranquilamente una sentencia de muerte antes de desayunár, sin que ello les quitase el apétito en absoluto.

    Saludos.

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  4. ESta foto de Sísiu es mucho más reciente, me hizo tanta ilusión encontrarla que tuve que cambiarla.

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