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jueves, 15 de julio de 2010

El valor de las palabras





Las palabras pueden arreglarlo o estropearlo todo, hay que cuidar el modo de enviarlas porque no siempre son entendidas en el modo en que han sido dichas. A veces se transforman en relámpagos que cortan todo a su paso, y ni me doy cuenta.
En este momento me llega a la mente el único rayo cuyas consecuencias pude ver de cerca, y fue desolador, en medio de un prado surgió un lago que nunca hubo, y un árbol enorme quedó partido a la mitad, una mitad a cada lado del ancho lago. Quitaba la respiración de solo contemplarlo. Pues tal que así podemos dejar a la gente con nuestras frases expresadas con espontaneidad. Y después no hay modo de borrarlas, disculparse a veces da la sensación de querer exprimir, o ganarnos de nuevo la confianza que nos había sido ofrecida de modo voluntario, y forzar las cosas es también remendarlas. Todo lo remendado si hablo por experiencia tiende a quebrarse de nuevo, por eso a menudo ni aprendo ni remedio, lo dejo estar, creo que al final sólo se nos enfadan quienes nunca supieron entendernos y que no se puede contentar a todo el mundo. Hay gente a la medida de cada uno. Pero me apunto el tanto para intentar no fallarme a mí misma de nuevo, porque cuando ofendemos a alguien nos ofendemos siempre a nosotros mismos.
Ese viejo dicho de no hay palabra mal dicha si no es mal interpretada cobra mayor relevancia cuando se habla de palabra escrita, porque una palabra puesta en el lugar equivocado cambia drásticamente el sentido de una frase entera. A fin de cuentas las palabras tienen un valor inequívoco, el que cada uno quiera darles, por lo tanto un valor incalculable.

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