Ayer estuve viendo mi grabación del concierto de Alejandro Fernández, arrebatador el instante en que sale al escenario y el mundo explota en aplausos, gritos desgarrados, silbidos y piropos llenos de ingenio que se apagan ante su primera entonación, y que después gritan como nunca arrancando una sonrisa improvisada al hombre que casi trastabilla para pillar el ritmo. Da para imaginar que uno siempre se sorprende ante aquello que ha sembrado por todo el mundo a ritmo de pasión, trabajo e ilusión; que es la única combinación capaz de sumarse y multiplicarse sobre sí misma.
Saber ya sabía que es arriesgado bailar, bueno, mecerse al ritmo de la música mientras te grabas un vídeo. Sabía que iba a escucharse mi voz de fondo si cantaba junto a él, y que grabando desde tan lejos apenas se le iba a ver, o en todo caso como un ser amputado por la cintura, por eso enfoqué la pantalla gigante que había encima de su cabeza, consiguiendo a intervalos su cuerpo entero. Con esto no contaba, pero el continuo mecerse de la gente dio para todo.
Estuve viendo las fotos de los periódicos y nada que ver, las hay hermosas. Pero en esa grabación queda reflejada la calidad del sonido, era espectacular, como también esa voz que era para morirse y resucitar, más especial si cabe con el matiz nervioso de ese directo en que hubo de todo. De lo poquíto que pude grabar, como siempre, yo saco un mundo; recogida la mejor esencia de ese primer contacto con el público y esa primera impresión, que es la que perdura. Y perdurará siempre.
Por motivos ajenos a mi persona tuve que abandonar el concierto unos veinte minutos antes de su final, mis pies iban hacia el aparcamiento sin querer ir, pero pisaban el mundo de un modo que dejó huellas hacia adentro, una honda satisfacción de las imágenes grabadas a fuego ya en la retina. Una imagen puede perseguirme una vida entera, por escojo mis imágenes con sumo cuidado, aunque tengo también un borrado magistral, -que se empeña en no borrar ciertos detalles aunque se lo ordene-. Pero viene lo mejor, mi hijo me rescató la grabación, que estaba segura de haber chafado de alguna forma. Porque admito que no es la primera vez que creo estar grabando y no grabo nada, y eso de pasar al ordenador no tengo ni idea. Tuve que esperar muchas horas hasta tener al fin mis veintisiete minutos de gloria, en que las mejores canciones de Alejandro Fernández y su imagen quedaron inmortalizadas bajo mi producción. Su voz bien clara, el coro de siete mil personas mucho más baja, y mi voz tan clara como la suya, cantando junto a él; voz de barítono y de gallina arrebatada. En riguroso directo, en una noche estrellada, una noche perfecta porque la perfección verdadera se halla en el alma.
Canta corazón
que mis ojos ya la vieron por aquí
que he soñado con su risa
que ha pasado por mi casa
que ha venido porque quiere ser feliz...
El comentario suprimido era mío.
ResponderEliminarHay vídeos del concierto de Oviedo subidos a youtube, alguien me ha dejado ver en directo la parte que me perdí :)
Y el vídeo de la canción Canta Corazón también lo han subido. Entre siete mil sueños algunos coinciden.
¡Que menos rara me siento!