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jueves, 29 de julio de 2010

Aquello que no se puede explicar

El domingo por la mañana caminando por las calles cercanas a una iglesia, en un pueblito costero me asaltó una mujer vestida con un albornoz blanco y un sombrero de ganchillo, seguramente confeccionado por ella misma, siguiendo las instrucciones de una de esas revistas que las mujeres de cierta edad se llevan a la playa junto a su silla de rayas para matar las horas que pasan junto al mar, ajenas al aquí y al ahora, porque todo su pensamiento está en otra parte mientras tejen delicadamente con sus manos avezadas. La mujer caminaba hacia la playa no sin cierta dificultad, llevaba una silla de playa de rayas blancas y azules en su mano derecha, y unas chanclas de tela de color lila. Sus pies eran delicados y muy pequeños.
De pronto sentí la necesidad de ofrecerme a llevar esa silla demasiado grande para un cuerpo tan menudo como el suyo, y tan anciano; tan alejado de todo cuando ha sido- tuve la intuición al verla que en su tiempo fue una mujer resuelta, algo en su firmeza espectral pareció gritarlo-.Pero finalmente no me atreví, supe que no era necesario, apenas podía con su carga pero iba feliz de cargar con ella misma y su silla de rayas bien plegada.
De pronto debió acabar la misa, porque un río de gente salía de la iglesia y avanzaba calle abajo, y justo al verla, la bordeaba. Todos tan impolutamente vestidos y tan de postín que al pasar ni la miraban. Yo caminaba tras ella mientras mi marido hablaba, y me sucedía todo lo contrario, no podía dejar de contemplarla. Incluso en un momento dado pensé lo mucho que me hubiese gustado abrazarla, felicitarla, o comunicarle en primicia todas las cosas que con su caminar sin prisa me provocaba, -pero todos me hubiesen tomado por loca y me hubiesen llevado al manicomio con zapatillas blancas-. Y me dije no, no puede ser, no tengo tiempo.
Al tiempo en mi cabeza se abría un dialogo conmigo misma, ese eterno ahora no, ahora no puedo, pero ya era tarde y lo sabía, me había abordado un personaje sin previo aviso.
Mi vida del revés, podría titularse este blog, porque todas las cosas me suceden del revés. Pero es sin duda apasionante.No es que la historia me haya surgido porque sí, ya estaba trazada hace varios años, pero no tenía tiempo ni ganas para abordarla.
Mi marido no vio nada de especial en esa mujer, no captó nada en su forma de caminar, ni en su firme desafío a sus ochenta años de edad, y no, tampoco quise explicarle. Sé que lo único que odiaría escuchar en esa mañana radiante es que voy a escribir una historia de asilos. O peor aún, que en Marzo he de tenerla lista para enviarla a un concurso. Odiaría volver a explicarle que no me importa el dinero, ni ganar premios, ni ser lo que no soy. Odiaría volver a escuchar que estoy loca, que no hay quien me entienda que lo mío no es normal. Odiaría volver a decirle que simplemente escribir me hace feliz.
He comprendido que hay cosas que no se pueden explicar como que un personaje al que llevas buscando durante años te aborde en plena calle, pero aún no sabiéndolo explicar es sin duda maravilloso. Casi mágico. Especial. Un sueño. Una locura. Algo por lo que vale la pena nacer.



2 comentarios:

  1. Y yo odiaría que no siguieras escribiendo. Tienes pluma de artista, me ha gustado mucho lo que has contado. A los ancianos, a la gente que dejó atrás la vida, nadie los toma en cuenta, y todos vamos hacia allá, todos, sin excepción.

    Besos, y gracias por tu visita,
    Blanca

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  2. Yo firmaría por llegar con la actitud de esta mujer. Admirable toda ella y bella. Deberías haberla visto.
    Gracias por tus palabras.

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