El verano es una fuente inagotable de inspiración, porque llama a estar en todas partes, a vivir el presente, a llenar las arcas para los días más encapotados. Creo que escribo para devolver al invierno inhóspito sus días más esplendorosos, porque el invierno crudo me cambia el humor: escribo por recuperarlos, por hacer más corto su regreso, para no olvidarlos. Creo que al fin y al cabo es algo tan sencillo como intentar que siempre, siempre sea verano.
Ayer, en una de esas verbenas donde últimamente vamos en grupo, un grupo muy majo, me presentaron a un bebé recién nacido, que hace dos meses y medio viajaba aún en el cuerpo de una madre embarazada a los cuarenta y un años. Recuerdo perfectamente nuestra conversación de entonces -cuya lección algún día me dará para un relato-. Por el momento dejo las palabras de su marido, muy parco en palabras, las personas que no acostumbran a regalar palabras tienen ese don, todo lo que dicen queda subrayado:
Si llego a saber lo que era ser padre lo tengo antes.
Todos los padres que estábamos allí sonreímos, porque todos tuvimos en el preciso instante de conocer a nuestros hijos la misma sensación y una misma pregunta: ¿Cómo pude vivir sin ti todo este tiempo?
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