Eran el matrimonio perfecto -me contaba mientras yo iba pendiente de la carretera- no se si te acuerdas de ellos, eran aquellos que iban con nosotros cuando os vimos en Covadonga el verano pasado.
_ Ella rubia de unos cincuenta, muy elegante, delgada, algo pequeña y él moreno, algo barrigón, más serio. Sí, me acuerdo.
_ Pues el otro día me la encuentro y me dice que se han separado. La gente me deja loca.
Tuve que reírme, aunque su costumbre de cogerse al asidero de la puerta me incomoda mucho, me da la impresión que mi forma de conducir la mantiene en vilo, aunque ella siempre sonríe cuando se lo digo y asegura que es queda muy cómodo. Es cierto, pero cuando voy de copiloto jamás me da por sujetarme, entre otras cosas porque si voy en tensión voy tiesa como un palo y me pido conducir. Y siempre me salgo con la mía, todo hay que decirlo.
_ Me contó que siempre iban juntos a todos lados porque él era un celoso compulsivo. ¡Fíjate tú!, no podía ni hacer la compra hasta que él no llegaba del trabajo. Y luego salían tan juntos, de la mano como dos adolescentes, y quien se iba a imaginar todo lo que me contó después.
Es lo bueno de tener coche y recoger a conocidos en la parada del autobús, unos días solo se escuchan lamentos y otros días historias como esta. Lo que a veces parece amor no es más que esclavitud. Y ante la esclavitud solo cabe la libertad, aunque sea después de treinta y cinco años de matrimonio. Uno piensa qué pena de treinta y cinco años ¿verdad?, pues no, yo creo que es imposible vivir tanto tiempo en semejante dictadura, apuesto que fue en los últimos años cuando comenzó a escoltarla seguro de que escaparía.
La impresión de Clotilde no la pude recoger, la estación de tren se me adelantó y tuve que detenerme para que se apeara. Lástima de conversaciones que uno no tendrá oportunidad de retomar y que se quedan ahí, esperando a ver donde las encajas.
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