Este hombre me regaló una de mis agonías de muchos años, aunque eso es muy pretencioso; la agonía ya la tenía yo, sólo que después de leer esta frase suya que ya no recuerdo literalmente porque hace un siglo de eso me llené de angustias porque supo verbalizar mi miedo mayúsculo. Un miedo no por mí porque eso no me preocupa por mí misma a no ser que se trate de una enfermedad lenta; sino por toda la gente que comparte mi vida y late por mis venas.
William Hurt decía:
En ocasiones me angustia pensar que un solo latido nos separa de la muerte.
Es sin duda una frase hermosa, pero también angustiosa y sobre todo después de haber escuchado por teléfono que tu padre ha dejado de respirar y los médicos que están en casa no saben qué va a pasar. Veintitantos años después toda esa angustia que me embargó al leerla tomó forma. Siempre que me invade una angustia que no tiene sentido alguno en mi actualidad me da un vértigo espantoso porque sé que en algún momento será sin que pueda evitarlo. Un infarto es lo más parecido a esto que este hombre dijo y me persiguió años y paños. Tremendo pensar que siempre era mi padre quien me llevaba al médico de guardia que me diagnosticaba ansiedad después de escucharme y decirme que tener miedo a la muerte era algo humano y que era un proceso que se terminaría pasando. Se me pasó, es verdad, la suma de la gente que me espera al otro lado lo hace menos trágico. Si nunca pierdo las esperanzas, ¿por qué iba a perder la esperanza de abrazarles después de cruzar el túnel? Piénsalo un momento, si la eternidad fuese cierta al otro lado se estaría echando mortalmente de menos a los que ahora están vivos: luego no sería posible esa paz inmensa que nos retrataron desde niños. Parece que no hay verdad en la que creer y si es así ¿por qué no creer en las mentiras que nos hacemos a nosotros mismos como un traje a medida? ¿porqué no?
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