Eso dijeron en el telediario de la mañana, justo antes de que la abuelita anotase en un papel los cambios a efectuar. Últimamente todo subía demasiado de precio y su pensión poco a poco se achicaba. Ya no podía obsequiar a sus nietos con cajas de pastas, cada vez que venían a su casa, quizá por eso fueron dejando de venir. Ni poner el radiador eléctrico para combatir el húmedo ambiente de su hogar, tan frío como lápida de cementerio, por eso las visitas se fueron espaciando cada vez más hasta desaparecer por completo.
Revisó la libreta de los gastos que había ido recortando hasta ahora y su vida fue pasando por delante de ella como en una moviola. Muy lejos quedaba la mujer que se bañaba todas las noches antes de acostarse en una espuma con esencia de jazmín. La mujer que iba a la peluquería una vez por semana. La abuela que recibía a sus nietos con una caja de pastas abiertas sobre la mesa. La cabeza de familia que invitaba a sus hijos a comer en casa los domingos. La amante esposa viuda que llevaba un ramo de rosas los domingos en la mañana a la tumba de su marido, para que él supiera que aguardaba reencontrarse con él al otro lado de la vida. La mujer que encendía todas las luces de la casa en cuanto oscurecía para no sentir la soledad. La mujer que aún viviendo sola ponía la lavadora tres veces por semana. La que día sí y día también salía en las tardes a pasear con sus amigas y después se tomaba un café, aunque para ello tuviese que recortar los gastos en comida. Todo aquello se quedaba tan atrás en el tiempo, que apenas si quería recordar...
Ahora estaba tan cambiada que sin saberlo la miraban mal. Buscaban indicios de ese cambio radical. De cuando en cuando le dejaban caer alguna sospecha de que su cabeza tal vez andaba mal. Que si esto o que si aquello. Intentaban averiguar la verdad, cuando la única verdad era que no quería preocuparles, ni quería vivir de caridad. Iba recortando gastos a medida que su ridícula pensión empequeñecía; pero era algo que no estaba dispuesta a contar. Aunque tuviese que pagar el alto precio de una enorme soledad que poco a poco la engullía.
Nota: Esta abuelita no está sacada de la ficción. Quienes vivimos en pueblos remotos conocemos infinidad de abuelas así. Mujeres que solo aspiran a vivir su vida con dignidad y de forma independiente. Que no quieren ser recluidas en centro alguno ni vivir de los demás.
ResponderEliminarHacen falta fórmulas nuevas que no agraven su situación complicada de por sí. De modo que si debemos inventar, inventemos.
Precioso testimonio Begoña.
ResponderEliminarUna realidad triste pero muy cierta.
Me ha gustado mucho esta entrada.
Besosss
Hola Begoña, por desgracia tu relato es la realidad que viven muchas personas mayores. En medio de tanta soledad esas pequeñas cosas que hacia le servían para ahuyentar el miedo a la soledad…ahora su vida estará más triste y vacía…reivindico que toda persona mayor debería percibir una pensión para vivir dignamente.
ResponderEliminarUn cálido abrazo
qué realismo tiene tu relato,
ResponderEliminarmuy bueno y conmovedor
saludos
Que difícil va a resultar sobrevivir...
ResponderEliminarCada vez más pobres.
Cada vez más desengañados.
Besos.