Desde este primer mundo en el que cada niño obtiene casi todo lo que quiere, puesto que terminan copiando el modelo de aquellos que les anteceden, a veces no reparamos en que cada uno de nosotros podría cambiar la situación de millones de niños en todo el mundo. Y es que las cifras no mienten, aunque quizá se queden cortas, cuando hablan de 400 millones de niños esclavos en todo el mundo. Sabemos por experiencia que si se han censado 400 millones de niños esclavos es que hay muchos más que no han salido a luz.
Mientras en el primer mundo los niños cada vez piden y consiguen más y más caprichos, y sus padres sin pensárselo dos veces se los consiguen a como sea a penas transforman en palabras su petición, quizá debido a la mala conciencia de no dedicarles apenas tiempo. Otros niños de terceros mundos no tienen ni la elección de decidir lo que quieren hacer con su tiempo, porque no les dejan tiempo. Trabajan como esclavos de sol a sol para surtir al primer mundo de todas las cosas innecesarias que se le antojan. Son obligados a dejarse la piel en el esfuerzo, a renunciar a la salud, al sueño, al descanso, a la alimentación necesaria; a la higiene. A cualquier resquicio de humanidad.
400 millones de niños es una cifra escalofriante, más todos los niños que insisto no están ni reflejados ahí. Serían motivo más que suficiente para detener el mundo, este primer mundo y celebrar consensos, buscar soluciones, llegar a acuerdos, establecer prioridades; y detener nuestra marcha infernal.
Deberíamos reflexionar sobre si es necesario que el mundo se divida entre un primer mundo y un tercer mundo. En si no sería mejor que todos pasásemos a formar parte de un segundo mundo, ni tantos privilegios para los unos ni tantos sacrificios para los otros: de igual a igual.
http://www.eleconomista.es/legislacion/noticias/3895513/04/12/la-esclavitud-infantil-sigue-existiendo-y-occidente-se-beneficia-de-ello.html
Debemos detenernos a reflexionar qué parte podemos cambiar cada uno.
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