Ayer una madre primeriza cruzaba el aséptico hospital para llegar hasta la matrona y contarle que estaba muy preocupada. Que había unas manchas de sangre que no le cuadraban con su embarazo. Tras la amplia mesa se encontró una mujer enjuta que la subió a una camilla y le hizo una exploración rápida, muy dolorosa y vacía de humanidad. De la que solo extrajo dos palabras: yo aquí no veo nada. Acto seguido la envió a trabajar como cualquier mañana, le dijo que no le diese importancia alguna y cuando salía por la puerta le espetó un haber si se logra. Que a la madre humillada, angustiada y desorientada por ese trato que no esperó, la dejó preguntándose qué cosa había querido decir. Algo se contradecía en el fondo, si podía acudir a su trabajo con normalidad, significaba que su criatura no corría peligro. Pero si se decía a una futura mamá haber si se logra, algo andaba muy mal, y entonces no debería ir a trabajar, debería ponerse remedio para que una criatura que estaba empezando a estar mal obtuviese una especie de socorro; el que ella había ido a buscar.
Y regresó a su trabajo, y se quiso concentrar. Pero aquello solo empeoraba y estaba en un trabajo que no podía dejar, ni seguirlo adelante. No había mujer que pudiese trabajar con normalidad cuando su hijo daba unas señales de alarma que no se podían obviar. Fue a comentarlo a la encargada, que la envió a su casa rápidamente, le aseguró que ya se arreglarían entre todos y que lo primero era su hijo. De vuelta a casa conduciendo montones de kilómetros pensó en las palabras de aquella mujer, que dijo que volviese el lunes y que a no ser que las pérdidas fuesen muy muy grandes no se alarmase, que era un proceso normal. Como si fuese lo normal para una mañana de viernes...¿Volver el lunes? se preguntaba ¿un proceso normal? Nunca había pasado por aquello y entonces llamó a una mujer de confianza para comentarle aquello. La mujer fue muy sincera y la envió a toda prisa de nuevo al hospital. Le parecerá normal a ella, le dijo, pero a mí no me parece normal. Tienen todas las máquinas del mundo para saber cómo está tu hijo, dales la paliza sin temor alguno, asegúrate de que se encuentra bien y entonces vuelve a casa tranquila. Es para eso para lo que pagas rigurosamente mes tras mes tu seguridad social; para cuando necesitas un médico que revise aquello que consideras anormal.
Se fue con remordimiento de molestarles. Entró por urgencias y contó su caso. El celador movió la cabeza y dijo que a veces los embriones no llegan a buen término, que la enviarían de nuevo a la matrona y que no se preocupase. Allí la mujer le preguntó que qué esperaba, que ya se lo había dicho por la mañana. ¿Decirme qué?, le preguntó ella, me dijiste que no pasaba nada y que me fuese al trabajo. Por respuesta le dijo que las mujeres de hoy en día como estaban a todo, se enteraban de su embarazo en cuanto aparecía y que claro, después pasaban esas cosas y se disgustaban. Las mujeres de antes pasaban infinidad de veces por aquello y ni se enteraban. Fue así como supo que no tendría niño. El primer hijo que tanto la ilusionaba. Que tantos planes le había hecho hacer en aquella semana. Solo tuvo ánimo para replicar que ella no había esperado eso, que como le dijo que todo estaba bien y que se fuese a trabajar, en verdad pensó que no pasaba nada.
El llanto le asaltó de golpe y buscó comprensión. Al otro lado de la mesa había una mujer con cara de perro que no quería ser molestada, que incluso la hizo sentir estúpida y no digna de estar allí. Una mujer cansada e irritable que solo esperaba a que se fuese por la puerta llevándose su enorme disgusto, su sentimiento de haber sido tratada peor que un animal y de haber sido insultada; para así descansar todo el tiempo posible hasta la siguiente que entrase por la puerta trayendo un problema.
La hasta entonces mamá feliz abandonó los pasillos llorando. La persona de confianza que le había aconsejado ir al hospital llegaba sin resuello y se la encontró. Así a primeras no imaginó que estaba perdiendo a su niño. Porque ninguna madre que estuviese perdiendo a su niño tendría esa tranquilidad. Y no era eso, había sido tratada con tanta frialdad y despotismo que no lograba hacerse a la idea de que lo estuviese perdiendo. Fue la persona de confianza quien en verdad tuvo que buscar palabras para explicarle por qué proceso había perdido a ese niño, sin tener ni idea del proceso. Quien tuvo que buscar palabras para consolarla. Para decirle que eso no tenía por qué repetirse de nuevo. Quien tuvo que aparentar calma, dar cobijo, quitarle importancia al asunto, sembrar esperanza. Estar a su lado mientras comunicaba la pérdida a unos y otros. Ver de cerca su llanto, sentir su dolor, decirle que ella hizo todo cuanto estuvo en su mano. Y aguantarse su propio llanto toda la noche y soltarlo poco a poco en la nueva mañana. Frente a una pantalla de ordenador.
Había quitado la opción de dejar comentarios pero fallo.
ResponderEliminarAgradecería que nadie deje comentarios a esta entrada.
Corrijo, en este texto he cazado dos haber, que son a ver. De mirar.
ResponderEliminar...consecuencia de andar siempre con prisas...