No soy de números, ni de letras tan siquiera, las fechas se me escapan, se me confunden los meses y los días porque la vida como ama de casa es monótona, dentro de su vorágine cambiante casi a cada minuto. Por eso no sé el tiempo que ha pasado desde aquellos primeros testimonios, porque ya desde sus cinco primeros segundos supe que era demasiado tiempo para permitir que una vida humana dejase de latir pudiendo evitarlo. Prevenir, lo mío siempre ha sido intentar prevenir, más que andar con tiritas, atajar más que escoger el camino largo que lleva a casa de la abuelita de Caperucita. Tal vez por eso hay cosas que ni entiendo ni me molesto en entender, tal vez por eso sé que hay cosas que solo me sirven del modo en que yo las quiero, y nada más. Y si no son posibles me da igual que pasen dos segundos que una eternidad entera, jamás acabo de aceptar que sean, en espera de que lo que pido sea posible siquiera de casualidad antes de morirme.
Ante aquel telediario que desató la noticia de la guerra de Irak me pregunté porqué los españoles habrían de ser diferentes a los irakies, y me pregunté también quienes se ocuparían de rescatarles a ellos de la misma barbarie. Me sentí molesta, infinitamente molesta porque todas las personas sean del lugar que sean merecen vivir tranquilas y en paz. No me importa lo cerca o lejos que quede un país del mismo centro de mi ombligo, pido para todos la paz, y las mismas oportunidades. Me cruje cada día que pasa en esta situación, porque me digan lo que me digan Irak sigue siendo el mismo infierno de sus primeros días. Aunque se silencie rellenando espacios de telediarios que más que telediarios parecen cabarets, aunque no tenga fechas ni datos. Me sigue doliendo cada día que el sol despunta y la situación sigue igual, y el mundo sigue mirando para otro lado, ebrio de girar y girar sobre un punto descentrado.
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