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lunes, 9 de agosto de 2010

El valor de la tranquilidad



Hay algo que siempre me impactó, y es la facilidad con que en la tele te apabullan con imágenes de personas muertas. En esto no se salva nadie porque incluye a toda condición social. Aunque en algunos casos la impunidad se extiende hasta límites verdaderamente intolerables para el mero espectador, qué no decir de la familia. Teniendo en cuenta que las imágenes son a veces antiquísimas.

Todos esos programas que se hacen a título de recuerdo tienen un tinte abusivo, porque siempre terminan recordando algún rumor y moviendo de nuevo sus aguas estancadas. Rumor que al ser resucitado rellenará programas y programas de telebasura con personajes de lo más inverosímil, que intentarán colarte por todas partes, y después de agotado meterán en los programas de remix. Algo que solo añade dolor al dolor de quienes han perdido a un ser querido, que ya no puede defenderse. No quiero ni imaginar lo que pueda sentirse por dentro, porque la justicia es mucho más lenta que la injusticia, la injusticia tiene el dudoso don de la inmediatez.

Yo suelo preguntarme qué clase de país es este. Me lo pregunto muchas veces viendo la televisión, que en algunos casos debería de estar prohibida, porque provoca depresión. Sí, el sensacionalismo barato provoca depresión, taquicardias, mala uva, vejez prematura, rabia, impotencia, sensación de irrealidad, y asco. Determinados programas televisivos provocan un asco infinito, y no sirve con cambiar de canal, allá donde busques resultará que hay más de lo mismo.

Luego nos quejamos de la juventud que anda como loca, que aspiran a vivir del cuento y no dar un palo al agua, nos quejamos de los consumos de droga, los suspensos categóricos y los embarazos prematuros. Pero no hay serie nueva de televisión que no contenga dosis exageradas de sexo vacuo, o un saltarse todas las normas establecidas porque soy mega-tope-guay . Se acentúa lo banal, lo cutre, lo violento, lo vacío, lo déspota, lo malsano de una sociedad, se crea una serie de pantomima y después se justifica con la frase vale para todo de: "es lo que el público nos pedía". ¿Público, a qué cosa llaman público?, ¿Lo pedían o se aburren tanto que ni apagan la televisión aún a riesgo de enfermar?

Debería haber más talento a la hora de escribir guiones, a la hora de reflejar la realidad, a la hora de diseñar personajes, tramas o simples historias. Debería mirarse más la realidad y construir con ella algo que nos sirva a todos para reflexionar, porque así vamos juntos al desastre. O no, porque hay mucha juventud que no es como la que intentan colarnos, estudian, hacen deporte, tienen afán de mejorar, y se preparan para tener un oficio desde muy niños. Y cuidan de sus hermanos pequeños o de sus abuelos, y ayudan en las tareas del hogar porque sus madres trabajan. Hay una sociedad que estas series no reflejan, que incluso sometida a tanta estupidez por todas partes consigue pensar. Ojalá algún día se les tome como ejemplo y volvamos a tener una televisión que pueda disfrutarse, aunque lo dudo. Está todo tan gastado y tan manido que será imposible retornar.

Pues eso, que me alegro de que no puedan poner a mis difuntos en la tele cualquier tarde de domingo diciendo lo mismo que dijeron hace diez años por primera vez con una sonrisa confiada. Con su voz, -la que ya ni recuerdo-, con el brillo de sus ojos, -sus ojos vivos en el falso ahora que de verlo se atraganta-, acompasándose de esa mano enérgica -esa mano que jamás volverá a darme golpecitos en la espalda si me pongo tragicómica- que viste a sus palabras de veracidad en ese gesto tan suyo. Afortunadamente ser alguien anónimo te libra de todos los males, y deja a los tuyos descansar, creo que hoy por hoy no existe en el mundo mayor riqueza, porque no nos engañemos, la verdadera riqueza es la tranquilidad.

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