A
estas horas debería estar hundida en la miseria, llevo semanas preparando un
relato corto, es decir, corrigiendo un relato corto por quién sabe qué vez, y
acaso qué importa. Pero al fin estaba logrando que saliera tal y como a mí me
gustaba, lo cual significa que era una corrección adecuada (o no); porque lo
estaba escribiendo con todos los conocimientos que adquirí siete años después de
su versión inicial. De pronto el ordenador se empapizó, digo yo, porque iba por
la página 12 de 20 y de pronto me puso ante una primera hoja en blanco, así sin
saber por qué, dándome dos opciones solamente: guardar o no guardar. He ahí la
duda, quise preguntarle si al darle a guardar perdería las horas de trabajo de
esta mañana, con lo que me había gustado todo lo que descubrí; o si perdería el
total. Pero no tuve forma de preguntarle, como siempre, y decidí. No quería
perder el trabajo de hoy y le di al sí; sucedió que al volver al archivo estaba
justo ahí, en esa primera hoja en blanco. Me lo merecí. O quizá no. Yo qué sé. Y
acaso qué importa.
Esta
vez decidí corregirlo de nuevo sin trastocarlo demasiado, quizá se ha perdido
para siempre porque quiere quedarse tal cual es, pero sin erratas, claro.
Bien, puede un libro apolillado ser de lo mejor que leíste, aunque al final las hojas se le vayan despegando y termines por tirarlo, quizá de forma equivocada.
ResponderEliminarY puedes perder un archivo por un fallo de algo que no consigues controlar, y al revolver entre otros archivos encontrar una versión anterior, no tan depurada pero tampoco tan retocada. Y leerla y decidir que es mejor que la primera (o eso parece), y retomarla para ponerle punto y final ;)