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jueves, 29 de diciembre de 2011

Pagar lo que marca el convenio, ni más ni menos

Llega un nuevo cliente a su bar, Antonio se acerca sigilosamente a Sergio para contarle que ha pensado en su mujer últimamente, porque está a punto de abrir una casa rural, y Ana le parece la persona adecuada para llevarlo. Sergio, diplomático él, le dice que para eso tiene que hablar con Ana, porque es algo que sólo ella puede decidir.
Sergio llega a casa y le cuenta a su mujer lo que Antonio le dijo. Ana pone cara de bayeta escurrida y sonríe con una sonrisa agria al escuchar la última parte: "No quiere contratar gente de afuera". Con ello intentan decir que no quieren para ese trabajo a mujeres de otros países porque no se fían de ellas, y en cambio sí buscan gente que les conozca y que se fíe de ellos. Ana sabe que su marido confía en el mundo mucho más que ella, y que a su manera es un ser sensible al que no hay que causar disgustos innecesarios. Y que sin embargo es necesario hacerle comprender, es por eso que le responde: Mira, prefiero ser eficiente en la distribución del dinero, y seguir sin trabajar, que ganar más, y venir a casa con mis arranques de mal genio porque alguien me explota y me encuentro atada de pies y manos al firmar algo que nunca debí firmar. Si eres listo sabrás que Antonio no tiene tres cafeterías y un hotel en funcionamiento en los tiempos que corren por lo bien que les paga a sus empleados: les paga una mierda. Y yo por una mierda no estoy dispuesta a trabajar, lo tengo bien claro.
Sergio mira a su mujer y se resiente de su crudeza. Le dice que él solo le cuenta lo que Antonio le contó. Y que ya le advirtió de que la respuesta dependía de ella. Añade que un día de estos se pasará a verla.
Ana tiene a la joven perfecta para ese puesto de trabajo: Soledad. Tiene diecinueve años y está separada, es madre de un niño de cuatro, y su familia lo está pasando realmente mal. Su gran sueño es traerse a su hijo a vivir con ella, pero para eso necesita que su jefe le pague el sueldo que por ley le correspondería cobrar. Lleva trabajando cuatro años de camarera, y trabaja quince horas diarias por un sueldo de cuatro. Firmando nóminas falsas un mes tras otro, y aguantando todas las injusticias que tanto sus jefes como los clientes tienen a bien echarle encima. Es algo que Soledad se vio en la obligación de contarle a Ana, un día que la encontró llorando en el lavabo con el mismo dramatismo que si se hubiese muerto su pariente más cercano. Ana le dijo palabras bonitas acerca de la vida mientras la escuchaba llorar con desespero, se las dijo no por consolarla, sino porque creía en ella, y a esas palabras añadió todos los buenos deseos que Soledad misma con su mirar sereno le despertaba. Era trabajadora y limpia hasta el desmayo, sonriente y buena gente hasta la médula, tan hermosa por dentro como se resplandecía por fuera, y alguien con tan pésima suerte en el pasado que desgarraba el alma solo de pensarlo.
Cuando por fin Antonio llegó a casa de Ana para hablarle del trabajo, Ana le recomendó contratar a Soledad, y le explicó a qué Soledad se refería. Antonio supo de quien le hablaba y arrugó el entrecejo, estuvo de acuerdo en todas las cualidades de la joven, pero puso mucho énfasis en recalcar su gran defecto: era de afuera y él nunca se fiaba de la gente de afuera. Ana no pudo contenerse ante tanta educación postiza, ante tanta manipulación subrepticia, ni ante tanta avaricia solapada, fue por eso que le hizo saber que se encontraba ante un gran problema, porque lo mismo que él no se fiaba de los desconocidos, no había un sólo conocido que se fiara de él. De modo que estaba en lo mismo de siempre, buscar a sus empleados entre aquellos que estuviesen lo bastante apurados para no tener ni la mínima oportunidad de escoger. Antonio se fue espoleado, arrancó su gran mercedes de color negro y se perdió en la lejanía, Ana volvió a su casa concentrada como tantas veces en cómo podría cambiar el mundo. Le pareció tan sencillo cambiarlo, que no se lo creyó.

6 comentarios:

  1. Soledad es una joven peruana, de tanto corregir y estropear me lo salté :S

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  2. Estamos volviendo de una manera u otra a la época de la esclavitud. Y lo peor, es que ahora las cadenas son invisibles.

    Si es un relato tuyo, se parece demasiado a la realidad que nos rodea. Demasiados Mercedes negros lubricados con sangre circulan en la oscuridad.

    Saludos.

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  3. Sí Rodericus, uno de mis relatos en que no hizo falta imaginar, sólo escuchar a mi alrededor. Hay historias que nadie querría escribir ni protagonizar.
    Saludos

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  4. Y por cierto, en este mundo NADIE es de afuera. Todos estamos en el mismo lugar: la vida.

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  5. Ojalá se estrelle Antonio y que sus bienes los hereden personas de verdad.

    Besos.

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  6. Ojalá no necesite estrellarse para ponerse en la piel de sus empleados. Sólo conocerles más, saber de sus metas y sueños ;)
    Saludos

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