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miércoles, 12 de diciembre de 2012

¿Suerte o calamidad?


A estas horas debería estar hundida en la miseria, llevo semanas preparando un relato corto, es decir, corrigiendo un relato corto por quién sabe qué vez, y acaso qué importa. Pero al fin estaba logrando que saliera tal y como a mí me gustaba, lo cual significa que era una corrección adecuada (o no); porque lo estaba escribiendo con todos los conocimientos que adquirí siete años después de su versión inicial. De pronto el ordenador se empapizó, digo yo, porque iba por la página 12 de 20 y de pronto me puso ante una primera hoja en blanco, así sin saber por qué, dándome dos opciones solamente: guardar o no guardar. He ahí la duda, quise preguntarle si al darle a guardar perdería las horas de trabajo de esta mañana, con lo que me había gustado todo lo que descubrí; o si perdería el total. Pero no tuve forma de preguntarle, como siempre, y decidí. No quería perder el trabajo de hoy y le di al sí; sucedió que al volver al archivo estaba justo ahí, en esa primera hoja en blanco. Me lo merecí. O quizá no. Yo qué sé. Y acaso qué importa.
Esta vez decidí corregirlo de nuevo sin trastocarlo demasiado, quizá se ha perdido para siempre porque quiere quedarse tal cual es, pero sin erratas, claro.

Hace años en una feria del libro me compré un libro que me llamó la atención por su portada, se titulaba La marca de los Mallen, de Catherine Cookson. Comencé a leerlo y fue uno de los pocos libros que no pude soltar desde que comencé a leerlo hasta su final. Contenía una historia fascinante que aún hoy, después de haber leído tantos libros después, me parece una de las mejores historias, quizá por lo mucho que me sorprendió de principio a fin y por el modo en que estaba contada. El libro estaba roído por la carcoma, el trayecto del bichito podía seguirse de principio a fin, pero aún así no me quitó de leer una sola palabra. Después de un tiempo lo tiré, diciéndome que un día me haría con otro ejemplar. Pertenece a una trilogía que busqué en las bibliotecas y aún no hallé, pero curiosamente se puede comprar a través de Internet. Cuando la pantalla se quedó en blanco sin saber por qué, y después perdí lo que contenía no me alteré, últimamente me ha pasado con frecuencia por vejez de ordenador. Sé que los desastres a priori no tienen importancia si lo que sobra es tesón.

1 comentario:

  1. Bien, puede un libro apolillado ser de lo mejor que leíste, aunque al final las hojas se le vayan despegando y termines por tirarlo, quizá de forma equivocada.

    Y puedes perder un archivo por un fallo de algo que no consigues controlar, y al revolver entre otros archivos encontrar una versión anterior, no tan depurada pero tampoco tan retocada. Y leerla y decidir que es mejor que la primera (o eso parece), y retomarla para ponerle punto y final ;)

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