Creo que casi en cada familia toca un suicidio que descoloca la vida de los demás, que se arrastra a través de ese tiempo que nunca pasa, que estanca el pensamiento en ese momento en que se pudo hacer algo por evitarlo y no se hizo, (porque no se sabía que era necesario buscar qué hacer ante algo que no se sabía que pasaría). Es un sentimiento tan horrible que nunca se consigue arrancar.
http://fraternidadbabel.blogspot.com.es/2012/11/a-jose-mallorqui-mi-padre-40-anos.html
No fue alguien de mi familia, pero si muy próximo, y al que por méritos propios, yo consideraba familiar por derecho.
ResponderEliminarSu decisión, fue algo inexplicable para los que le amábamos. Nos dejó una sensación desoladora, una mezcla de impotencia, rabia, y la duda de si realmente habríamos podido hacer algo para evitar su triste fin.
Siempre me acompañara esa sensación, y ese frío que siento en el alma.
Saludos.
Rodericus, a veces me pregunto si tengo derecho a dejar un enlace en mi blog, porque significa apropiarme un poco de las palabras de otras personas o aquello que sienten; pero a veces ese sentir conjunto nos demuestra que somos una especie que comparte retazos distintos de una misma historia, que es la nuestra como humanidad.
ResponderEliminarPero fue una entrada que contiene una lección hermosa, además de un sentimiento que no pude no compartir, para llevarlo más lejos.
Todos los suicidios dejan ese poso amargo que nunca se quita: Alguien a quien se quería decidió morir. Ese frío siempre queda ahí.
El mundo es un pañuelo, cuando yo era niña, las novelas del Coyote andaban por mi casa; iban y venían, aunque yo nunca las leí.
Saludos