Me permitirás que discrepe, yo no estoy enamorada ni estoy a punto de cumplir los dieciocho, ya no soy una niña ingenua y cada vez que me miro en el espejo encuentro una nueva arruga que antes no ví - quizá exagero, pero todos sabemos que tiendo a hacerlo, a estas alturas no nos vamos a engañar-, no es que ello me capacite para afirmar que los mordiscos de tu chico no demuestran afecto, sino rabia; pero al menos en una ocasión que me tocó presenciarlos sin querer, puedo decirte que fue lo que vi.
Ya te digo que a mi edad suenan las alarmas y que desde mi edad no me lo creo. Yo nunca contaría a mis amigas que los mordiscos son una demostración de afecto. A veces, y fíjate bien lo que te digo, a veces tampoco los besos son una demostración de afecto.
Hay personas capaces de dañar "a lo que quieren" con tal frialdad que después nos sorprenden en los telediarios, cuando después de "matar porque era mía", confunden a los vecinos que solo vieron en esa persona una grandeza: la mismita que fingió.
¿O acaso no fingieron que era amor?
No tengo la respuesta, pero dejo claro que los mordiscos de tu chico no son una demostración de amor. No diré que no te quiera, porque no sé cuánto te quieres tú misma. No diré que no soy rancia, porque quizá desconozca hasta qué punto lo pueda ser, pero abre bien los ojos y no admitas cualquier cosa por amor.
El amor no es cualquier cosa, no permitas que te den cualquier cosa a cambio de él.
Es evidente que sobre este tema hay una novela latente que de momento no tengo tiempo de abordar y se desborda ante el mínimo chispazo.
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