Marta y Santiago acudieron a comisaría por un asunto rutinario, algo que tenía que ver con un accidente de tráfico leve. Allí, mientras rellenaban unos formularios (y les enviaban a otra oficina, que a su vez les desviaría a otra oficina, que les enviaría a otra oficina - a varios kilómetros de distancia las unas de las otras-, y después a una última oficina que les remitía a su médico de cabecera el próximo lunes para la elaboración de un informe, suscitando en ellos un cabreo infinito hacia el sistema y sus incongruencias sabidas...) se formó un pequeño jaleo, en el que un hombre esposado la emprendía a insultos con los agentes, y una mujer era conducida a la mesa de al lado, donde otro agente le tomaba declaración. Marta no pudo apartar la mirada de ella durante todo ese tiempo, era muy joven, unos veinticinco, y tenía dos hijos pequeños, venía acompañada de una vecina. Lloraba, e intentaba explicarse, lloraba, y escuchaba con atención y tras escuchar lloraba, estaba sumida en un llanto que no la dejaba hablar apenas, y en una desesperación tan grande que no podía dejar de repetir una y otra vez que no volvería a aquello de nuevo ni muerta. ¿Me están oyendo? No vuelvo ni muerta.
Escuchaba y repetía una y otra vez era que estaba harta de llevar palizas, y que no podía volver a su casa. Que no quería volver a su casa. Y suplicaba no tener que volver a su casa. Y se mesaba los lacios cabellos. Se apretaba la cara. Y por respuesta después de hablar y hablar obtenía la misma: debía volver a su casa de nuevo con sus dos hijos, para no perder sus derechos sobre la casa. Ella no daba crédito y volvía a decirlo, sólo llevaba una paliza tras otra por parte de su marido y en sus planes no estaba volver a esa casa. No podía volver, lo repetía y nadie la escuchaba. Y volvían a explicarle lo mismo de nuevo: que debía volver para conservar sus derechos sobre la casa. Era como un disco majadero repetido una y otra vez, en cuanto terminaba se accionaba de nuevo.
Marta miró a Santiago, y de pronto su formulario les pareció tan nimio que quisieron irse. Y miraron a los agentes que ahora eran dos, y que volvían a decirle a la mujer que tras esos trámites volviera a su casa para no perder sus derechos sobre ella. Ella lloraba y lloraba. Sus grandes ojeras surcaban dos ojos hundidos en vida. Su cuerpo en los huesos, sin apenas voz para hacerse oír en medio de esa locura. Sus manos sujetas la una a la otra como cuando ya no queda nada a lo que aferrarse, sólo un llanto eterno que no encuentra ayuda se dejaba oír en una sola sentencia: volver a su casa después de la denuncia.
Ella lloraba intuyendo aquello que le pasaría, pero a nadie parecía importarle, les importaba la casa ¿Qué casa? ¿Acaso aún tengo una casa a la que volver? ¿A la que llevar a mis hijos y que estén a salvo? ¡Que estemos a salvo! Esas preguntas de la joven, repetidas una y otra vez sin conseguir respuesta, siguieron los pasos de Marta y Santiago hasta el exterior. Y siguen dando vueltas a su cabeza muchos días después, mientras lo cuentan a quienes quieran escuchar, de la forma en que dan vueltas todos las incógnitas por resolver.
Todo esto en la noche de Reyes. Hay hogares donde no hay posibilidad de soñar, y esa es toda la verdad.
ResponderEliminarDesgraciadamente el sistema no tiene leyes que amparen estas situaciones hasta que es demasiado tarde.
ResponderEliminarQuizás deberíamos luchar porque esas leyes cambien, pero siempre estamos ocupados en otras cosas.
La sociedad es tan culpable como esos monstruos que se creen hombres.
Besos....
Es una vergüenza. Debería existir un lugar donde pudieran quedarse a salvo.
ResponderEliminarDonde no corran peligro ni ellas ni sus hijos, ni las personas que las rodean.
Con lamentarlo cuando ocurra algo malo no vale...
Y además ahora...parece ser que no es violencia de género, es violencia en el seno familiar, y en mi comunidad autónoma incluso están cerrando los espacios para mujeres, porque según el nuevo gobierno no hacen falta...y solo fomentan desigualdad...
En fin...
Rebeka, que le llamen como quieran, porque en el fondo es la misma m.... a pesar de los "politicamente correctos"
ResponderEliminarNo tenemos un sistema legal lo suficientemente desarrollado para hacer frente a algo así. Seria necesario tener una red de casas de acogida temporales, y un mecanismo legal que suspendiese los derechos del agresor mientras se tramita la denuncia y se instruye el atestado judicial del caso.
Me temo que con los tiempos que corren, estas situaciones se van a hacer mas frecuentes aún. La pobreza y la miseria, alimentan aún mas estos despropósitos.
Saludos.
Gracias a los tres por vuestras palabras. Por ese dolor que tantas veces compartimos.
ResponderEliminarA veces desde las "grandes" leyes judiciales se les olvidan los hechos. Un maltratador no maltrata sólo a esa mujer a la que pega, física o psicológicamente. Maltrata a la sociedad entera; y a veces la sociedad entera no es capaz de proteger a esa mujer.
Quizá si las leyes las dictasen quienes atienden de primera mano a estas mujeres que llegan hasta sus despachos llorando y sin saber que hacer, algo cambiaría. Es muy distinto ver la guerra desde la primera línea de batalla que desde la tranquila comodidad de un despacho.