Porque su presente era tan insoportable para sí mismo que ni le buscó explicación. Le pareció que le tomaban el pelo desde la política, durante tanto tiempo corrupta, durante tanto tiempo esquiva con la realidad del trabajador mileurista, aquel a quien se ha ido minando día tras día, haciéndole cuadrar las cuentas; esas cuentas que alguien por iniciativa propia desvió hacia su propia cartera en un suma y sigue repetido tantas veces desde todos los ángulos.
Miraba el mundo y el mundo se había vuelto loco. No quería pertenecer a el. Ya no quería, y en sus silencios era todo cuanto se repetía. En muchas ocasiones visitó las tumbas de los muertos, y pensó que ellos al menos estaban vivos y descansaban en paz. Él añoró esa forma de estar vivo y de estar en paz. Fue algo que no le dijo a nadie, porque simplemente no podía decirlo, se sabía querido, ese no era el problema, tenía una mujer e hijos, una madre, hermanos, amigos...mucha gente que de veras lo quería y lo hubiese detenido de su plan. Y lo sentía por ellos, de veras que sentía dejarles solos, pero no podía seguir participando de un mundo así. Ya no quería.
Estaba cansado de tanta corrupción política por todas partes. De tanta gente que moría de hambre y de penuria, mientras otros estrenaban trajes y daban conferencias llenas de mentiras. De tantas guerras que destruirían países levantados con el sudor mezclado de honestidad de tantas razas que sólo ansiaban vivir en paz. Y que nunca les dejaban, sólo porque la avaricia de algunos que disfrazaban de excusas entraría a saquearles bajo millones de excusas. Ya no podía seguir esperando que alguien viniese a arreglarlo, el mundo estaba más atado de pies y manos que nunca, bajo tratados y acuerdos, bajo firmas y apretones de manos, bajo una parafernalia imposible de desenmascarar. Es por eso mismo que se iba. No quería formar parte de este sistema, ya no, y gritarlo en voz alta o confesarlo en voz baja tendría el mismo efecto, no sería suficiente para nadie, no serviría de excusa; y les quería demasiado para dejarles en el recuerdo de ese dolor.
Había decidido despedirse entre sonrisas. Entre tardes gloriosas en su compañía como cualquier día más. Y esperaba que pudiesen perdonarle. Que supiesen vivir sin él hasta el fin de sus días. Y que no cambiasen nunca pese a ese abandono que decidió. Hubiese odiado contagiarles su desánimo, fue por eso que no lo pronunció, es por eso que ningún suicida intenta hacerse comprender, su decisión está tan firmemente decidida desde hace tanto tiempo y es tan inamovible que nada la podrá cambiar.
Lo único que esperaba era que no dejasen de quererle tal y como le habían querido. Que no se reprocharan no haber podido ayudarle: nadie podría. Que siguiesen con sus vidas tal y como si él estuviera, porque si algo tenía muy claro es que se quedaba. No como un proyecto futuro, sino como una realidad pasada. Con sus sonrisas, con sus palabras, con sus apretones de manos, sus bromas fáciles: todo quedaba. Esperaba en un último esperar quedarse con todos ellos hasta su último día, ese que nunca acaba.
Sé que cuando tu mejor amigo decide abandonar la vida por iniciativa propia no hay palabras que sirvan de consuelo. Hace años alguien a quien yo quería hizo lo mismo, y esto es todo cuanto saqué en conclusión: que se fue, es cierto que se fue, y que incluso en sus últimos días presentí su decisión, incluso tuve una visión y caí en una especie de trance que ni quiero recordar. Y no pude hacer nada. Nadie puede hacer nada. Salvo quererle por todo lo que fue. Eso es lo que se puede hacer, alegrarse porque una vez estuvo a nuestro lado siendo tan especial como aún lo es. Aunque ya no estando esté.
En este punto podría dejar un enlace a una hermosa entrada, pero no lo haré. En respeto a una privacidad privada. Hay escritos que duelen tanto al ser escritos como la sangre de uno cuando se derrama. En respeto a eso no lo haré. Desearía que mis palabras fueran el bálsamo mismo en que me curé. Aunque hay dolores que nunca acaban. Sólo acaban en el mismo instante en que uno deja de ser. Por eso es bueno que vivan muchos, muchos años, y es bueno tenerlos. Todo lo que duele, duele por lo importante que fue.
Una preciosa y emotiva entrada.
ResponderEliminarA veces la depresión nos abraza tan fuerte, que los que están a nuestro alrededor no son capaces de distinguirlo, y nosotros no queremos que lo vean.
Cuando alguien se va así, en realidad está siendo muy valiente.Porque a veces es difícil enfrentarse a la vida, pero uno siempre se levanta. Lo díficil es enfrentarse cara a cara con la muerte, porque de ella no se vuelve.
Lo importante que fue para uno, eso siempre permanecerá vivo, aunque no consuele.
Hay perdidas que jamás se superan.
Gracias Begoña, muchas gracias.
ResponderEliminarLlevo un par de días refugiado por aquí, tratando de evadirme de la realidad.
Mi respeto para esa persona.
ResponderEliminarRebeka, quienes salimos alguna vez de una depresión conocemos ese agujero negro que amenaza con tragarnos enteros. Y valoramos más que nada la luz del sol.
ResponderEliminarY lo más importante de todo, aprendemos a querernos con todos nuestros defectos, expuestos incluso a los ojos de los demás sin miramientos. De todo se aprende.
Saludos
Rodericus, agradezco tu agradecimiento en estos momentos difíciles. A veces la vida es un golpe tras otro y todos a la vez. Y no queda más remedio que seguir avanzando pese a todo. Alguien tendrá que luchar por los que queden.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias Toro. Se van sumando los años y los pesares tiempo por tiempo.
ResponderEliminarSilencio. Hechos así sólo piden silencio y respeto. Las ausencias, inesperadas, inmediatas, sin transiciones, queman. Y duelen. Mucho.
ResponderEliminarNunca me ha ocurrido algo así. Espero que nadie de la gente que quiero tome decisiones así. Siempre el respeto. Hay que tener mucho valor para vivir en según qué circunstancias, pero todavía mucho más para irse. No me gusta la palabra morir. El que ya no está sigue siendo quien fue, mientras se pasee por la memoria de nuestros días.
A veces me visitan familiares que ya no están. Lo hacen cuando estoy dormido, que es estar despierto en otro mundo en el que las formas cambian, y lo que es sueño externamente deviene realidad vivida cuando uno está en su interior.
Tiempo. El tiempo es cruel cuando la tristeza lo invade.
De poco sirven las palabras de ánimo. Pero aún así te lo digo: ánimo.
Gilbert, gracias por tener el valor de asomarte a esta ventana y dejar palabras que dicen tanto.
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