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miércoles, 20 de octubre de 2010

Los años más felices

Ella recuerda los años más felices pasados junto a su padre. Él estaba jubilado y aprendía un nuevo oficio de la mano de su hijo, al que había buscado un trabajo con futuro cuando era apenas un adolescente lleno de espinillas empeñado en no estudiar. A base de buscar un trabajo rentable para su hijo, Ramón hizo caso a uno de sus mejores amigos, que tenía un pequeño taller de soldadura, y que propuso para el chico la cerrajería metálica, el oficio con más futuro en su concejo porque solo estaba él y la gente le venía pidiendo cosas que jamás aprendió a hacer porque no tuvo necesidad, pese a no dominar su oficio en todos los campos estaba a tope de trabajo, esto se lo dijo a modo de confesión. Le aconsejó que el chico, dado que era muy joven aún aprendiese a hacer portillas y portones, pasamanos, verjas, y todo tipo de estructuras de hierro;cuanto más aprendiera acerca del oficio mejor.

El chico, que siempre había sido un gran deportista aceptó el reto con deportividad y se dispuso a saber de ese oficio todo cuanto pudiese. Con el tiempo llegó a hacer verdaderas maravillas en forja y fue cierto, lo que fue trabajo jamás le faltó.

Antes de lo esperado a Ramón le llegó el tiempo de jubilación y no tuvo que pensar ni un segundo a qué dedicaría su tiempo, admiraba a su hijo por las cosas que era capaz de hacer con la forja, y tenía unas cuantas mejoras en mente para su propia casa, de modo que decidió tomarlo como profesor.

Durante ese aprendizaje Ella viajó mucho de su casa a casa de sus padres para ser testigo directo de las clases que su hermano le daba a su padre, daba gloria verlos, vestidos con sus monos azules y sus gorros y gafas como de aviador, mano a mano cortando y soldando. Cuando su hermano se marchaba, su padre le explicaba a Ella lo que era aquel esqueleto de hierros, una portilla nueva para la entrada con mando y todo, pero no una portilla cualquiera, por arriba sería redonda. Ella le observaba montar piezas y soldarlas con la misma ilusión con que un niño monta su castillo medieval recién sacado de la caja en su día de cumple. Asistía incrédula a sus quejas por lo mal que había soldado y admiraba la paciencia con que desoldaba y soldaba de nuevo. Era un perfeccionista nato y parecía capaz de intuir un trabajo bien hecho. Era incansable, tan incansable como un niño que comienza a caminar y quiere recorrerse el mundo de orilla a orilla.

Que era un artista Ella ya lo sabía, pero hasta ese instante no tuvo el material adecuado para rubricarlo. Creó sus propios diseños y con ellos adornó la casa, la entrada y el jardín. Hace seis años que Ramón falleció de pronto, sobre su mesa de trabajo estaban dos hórreos de hierro que le estaba haciendo a Ella para la entrada de su casa. Son dos hórreos casi terminados que Ella nunca tuvo valor para ir a recoger, solo de pensar en ellos se llena de lágrimas porque sabe que el tiempo se detuvo en el momento en que volvió a mirarlos sabiendo que el cuerpo de su padre ya estaba sin vida. Nada desde entonces volvió a ser igual. La vida era un puzzle completo al que de nuevo le falta una pieza. Ella se desespera en cuanto pisa la entrada de la casa de sus padres y ve a su madre tan sola, tan silenciosa, tan menguada desde entonces, tan insegura, con los ojos tan cansados de noches silenciosas. Pero tan a resguardo de la vida entre la forja diseñada por su padre que aparece por doquier. Sabe pocas cosas porque Ella nunca fue una persona de luces, pero sabe que los años más felices de su padre quedaron impresos allí, en el tiempo de jubilación que le llegó para aprender el oficio verdadero de su vida: soldador.

2 comentarios:

  1. Aclaro que ese comentario que aparece suprimido era mío. Como siempre me debato entre el quiero y no puedo.
    Alguna vez suprimí entradas enteras por lo mismo, solo lamento los comentarios de lectores que con junto a ellas suprimí. Tan solo decir que los conservo por si decido añadirlas.

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  2. Tal vez sea casualidad, pero esta mañana cuando aún no había amanecido y este valle estaba blanco de helada subí la persiana y sobre el balaustre blanco estaba de nuevo mi petirrojo. Pareciera que algo me ha venido a decir después de tantos meses.
    ¡Que hermoso es tener un sueño que hable de continuidad en algún lugar...aunque no sea cierto!

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