El ordenador patina al arrancar, es tan viejo ya que se agota de acumular archivos de todo tipo, a la espera de que puedas decidir qué es prescindible y te animes a borrar lo que sobra de una vez. Miras el global y cuentas, hasta seis archivos de lo mismo, todos distintos pero todos iguales en lo básico, que vienen a corroborar el tiempo que has pasado intentando hallar esa fórmula que no aje lo escrito.
Cuando una historia se presenta en tu mente por primera vez resplandece como el rayo que corta la noche de lado a lado. Es perfecta, te sacude, porque así de improviso toda idea parece buena, seguirla un día tras otro sin que pierda fuerza es otra cosa, mantener sus latidos en el papel para que cuando abras ese archivo siga fresca aunque hayan pasado los años, la prueba de fuego y quema.
Ayer fue necesario no tener piedad, y sin tenerla, hubo que decidir qué conservar y qué desechar; peor aún, hubo que revisar lo que parecía acabado y al leer de nuevo, el desastre, como el dinosaurio de Monterroso, seguía estando ahí. Pero es necesario atreverse a tirar lo que no sirve y dejarlo ir porque formaba parte de un aprendizaje al que es imprescindible no dar más vueltas. El tiempo pasa y se agota, hay que dejar ir lo viejo para poder recrearse en nuevas historias. La papelera de reciclaje está llena, es curioso, hay más archivos sobre fórmulas de escritura de otros, que resultados de escrituras propias. Hay un desequilibrio, sí, y es entonces cuando surge la pregunta: ¿Cuándo dejaste de seguir a tu intuición para seguir la de otros? Y otra pregunta más, ¿Cuándo supiste seguir tus historias por medio de un mapa de actuación?, la segunda respuesta es nunca.
No detenerse a tiempo es seguir escribiendo la misma historia una y otra vez, para no estar satisfecho nunca. De entre tantos archivos este único resultado. Para quince años no es mucho, pero al menos es algo, la firme convicción de que hay que marcarse un plazo, flexible, pero un plazo; que traiga y lleve las historias sin encallarlas. Comenzar y terminar temas pasados para pasar a ocuparse de los que en este momento pueblan tu imaginación y buscan su propio espacio.
Cuando una historia se presenta en tu mente por primera vez resplandece como el rayo que corta la noche de lado a lado. Es perfecta, te sacude, porque así de improviso toda idea parece buena, seguirla un día tras otro sin que pierda fuerza es otra cosa, mantener sus latidos en el papel para que cuando abras ese archivo siga fresca aunque hayan pasado los años, la prueba de fuego y quema.
Ayer fue necesario no tener piedad, y sin tenerla, hubo que decidir qué conservar y qué desechar; peor aún, hubo que revisar lo que parecía acabado y al leer de nuevo, el desastre, como el dinosaurio de Monterroso, seguía estando ahí. Pero es necesario atreverse a tirar lo que no sirve y dejarlo ir porque formaba parte de un aprendizaje al que es imprescindible no dar más vueltas. El tiempo pasa y se agota, hay que dejar ir lo viejo para poder recrearse en nuevas historias. La papelera de reciclaje está llena, es curioso, hay más archivos sobre fórmulas de escritura de otros, que resultados de escrituras propias. Hay un desequilibrio, sí, y es entonces cuando surge la pregunta: ¿Cuándo dejaste de seguir a tu intuición para seguir la de otros? Y otra pregunta más, ¿Cuándo supiste seguir tus historias por medio de un mapa de actuación?, la segunda respuesta es nunca.
No detenerse a tiempo es seguir escribiendo la misma historia una y otra vez, para no estar satisfecho nunca. De entre tantos archivos este único resultado. Para quince años no es mucho, pero al menos es algo, la firme convicción de que hay que marcarse un plazo, flexible, pero un plazo; que traiga y lleve las historias sin encallarlas. Comenzar y terminar temas pasados para pasar a ocuparse de los que en este momento pueblan tu imaginación y buscan su propio espacio.
Surge un propósito tal vez difícil de cumplir, pero necesario: de ahora en adelante trabajar siempre en un solo archivo.
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