En mi biblioteca favorita hay un rincón dedicado a nuestros antepasados, es decir, que reúne todo lo asturiano. Me gustaría hacerme con las suficientes horas para desentrañar oficios antiguos, paisajes irrecuperables ya, historias pasadas aún no superadas, como pueda serlo cualquier guerra. Lo digo porque en alguna hora muerta, entre intervalos de espera típicos en las madres, estuve investigando en ese rincón del que hablo.
Y me hallé incluso intentando encontrar a mi padre, a los cinco o seis años, entre las fotografías que aparecían en un libro del lugar en que estudió. Un libro entero dedicado a la historia de ese centro, hasta eso encontré entre las maravillas expuestas, retales de otro tiempo pasado que aunque lo parezca, no fue mejor. Lo gritan las casas medio derruidas, las ropas medio raídas, la cara de hambre en todas sus poses y los caminos de piedras sueltas con sus hoyos enormes de barro. Pero a mí me gusta saber cómo sucedió el pasado, no con datos, sino con fotografías. Así que de cuando en cuando soy la pesada de turno que acude con su bloc de notas y selecciona algunos libros para desentrañarlos. Por lo general entre las mesas de ese rincón hay algunos chicos o chicas chateando. El tecleo constante que se traen ellos es semejante a la investigación que me traigo yo, ellos interrogan al presente, yo interrogo al pasado.
Hay libros tremendos, que cuentan hechos tan tristes que aunque lo quisiera no podría traerme a casa para leer. Para hacerlo tendría que muscular ese músculo que evita que caigamos en depresión, a veces leyendo se me saltan las lágrimas y cierro el libro y lo devuelvo a su estante. Lo cito para otro día y para otra hora, queda pendiente, pues antes no imaginaba, pero en ese rincón de la biblioteca se haya todo el universo que desde hace tanto tiempo me llama, tal vez no para escribirlo pero sí para conocerlo, me faltan todas esas hojas en mi bagaje como persona. Tal vez porque entre esos libros encuentro todas las historias que en un día lejano me dejaron de contar mis abuelos.
Y me hallé incluso intentando encontrar a mi padre, a los cinco o seis años, entre las fotografías que aparecían en un libro del lugar en que estudió. Un libro entero dedicado a la historia de ese centro, hasta eso encontré entre las maravillas expuestas, retales de otro tiempo pasado que aunque lo parezca, no fue mejor. Lo gritan las casas medio derruidas, las ropas medio raídas, la cara de hambre en todas sus poses y los caminos de piedras sueltas con sus hoyos enormes de barro. Pero a mí me gusta saber cómo sucedió el pasado, no con datos, sino con fotografías. Así que de cuando en cuando soy la pesada de turno que acude con su bloc de notas y selecciona algunos libros para desentrañarlos. Por lo general entre las mesas de ese rincón hay algunos chicos o chicas chateando. El tecleo constante que se traen ellos es semejante a la investigación que me traigo yo, ellos interrogan al presente, yo interrogo al pasado.
Hay libros tremendos, que cuentan hechos tan tristes que aunque lo quisiera no podría traerme a casa para leer. Para hacerlo tendría que muscular ese músculo que evita que caigamos en depresión, a veces leyendo se me saltan las lágrimas y cierro el libro y lo devuelvo a su estante. Lo cito para otro día y para otra hora, queda pendiente, pues antes no imaginaba, pero en ese rincón de la biblioteca se haya todo el universo que desde hace tanto tiempo me llama, tal vez no para escribirlo pero sí para conocerlo, me faltan todas esas hojas en mi bagaje como persona. Tal vez porque entre esos libros encuentro todas las historias que en un día lejano me dejaron de contar mis abuelos.
Esas historias se llaman "patria".
ResponderEliminarMiguel, me imagino que en todas las bibliotecas hay un rincón como el que intento describir, en el que se cuenta la historia local. Al empezar a conocerla nos damos cuenta de lo poco que sabemos de ella. Y que la vida repite ciclos de cuando en cuando en que las cosas retroceden, en que debemos encontrar de nuevo la manera de avanzar.
ResponderEliminarSaludos