Matilde entró en el supermercado con la lista de la compra en la mano, iba tirando de su carro cesta de la que también iba sujeta la mano de su hijo de cuatro años. Mientras ella buscaba solo lo imprescindible, él le iba diciendo lo que le apetecía, mientras ella comparaba productos y precios Mateo se iba enfadando.
-¿Puedo comprar chocolate mamá?
-No tengo dinero, déjalo.
El crío movió la cabeza hacia los lados y miró el papel de la chocolatina. Lejos de aquella escena Gloria estaba eligiendo una lechuga, verde y consistente para llevarse a casa. Mateo dejó la tableta de chocolate en el estante y siguió aferrado al asa de la cesta carro, pero aunque pareció intentarlo, no pudo acallar una airada queja.
-Me dijiste que hoy sí lo podría comprar.
-Ya, pero resulta que hoy tampoco podemos. Los precios han vuelto a subir otra vez y yo no tengo la culpa de eso.
-Mira lo que voy a regalarte por ser tan bueno- le dijo al niño.
Mateo miró a su madre antes de cogerlo y ella asintió de buena gana. Entonces extendió la palma de una mano en la que un instante después rebotó el euro.
-Muchas gracias, señora.
Gloria que nunca había tenido ni marido, ni hijos ni nietos saboreó aquel instante fugaz antes de encaminarse a la caja con su mercancía.
-¿Puedo comprar el chocolate ahora, por favor?
-Es tu dinero, te lo han regalado; decide tú.
Mateo corrió hacia el estante en que había abandonado en los últimos meses su mayor deseo, para regresar corriendo con su pequeño regalo. Era demasiado pequeño para comprender que en años anteriores la lista de la compra daba para llevar a casa ese mismo chocolate a diario. Algo que Gloria, aún no teniendo ni marido, ni hijos, ni nietos, viendo su tristeza supo intuir.
-¿Puedo comprar chocolate mamá?
-No tengo dinero, déjalo.
El crío movió la cabeza hacia los lados y miró el papel de la chocolatina. Lejos de aquella escena Gloria estaba eligiendo una lechuga, verde y consistente para llevarse a casa. Mateo dejó la tableta de chocolate en el estante y siguió aferrado al asa de la cesta carro, pero aunque pareció intentarlo, no pudo acallar una airada queja.
-Me dijiste que hoy sí lo podría comprar.
-Ya, pero resulta que hoy tampoco podemos. Los precios han vuelto a subir otra vez y yo no tengo la culpa de eso.
Gloria miró el precio del chocolate que el niño había dejado y vio que costaba 80 céntimos, después se acercó a la madre y le dijo que tenía un hijo muy guapo, Matilde intentó ser amable, pero tenía preocupaciones demasiado acuciantes para lograr serlo. Entonces Gloria rebuscó en el bolsillo de su abrigo y casualmente encontró un euro.
-Mira lo que voy a regalarte por ser tan bueno- le dijo al niño.
Mateo miró a su madre antes de cogerlo y ella asintió de buena gana. Entonces extendió la palma de una mano en la que un instante después rebotó el euro.
-Muchas gracias, señora.
Gloria que nunca había tenido ni marido, ni hijos ni nietos saboreó aquel instante fugaz antes de encaminarse a la caja con su mercancía.
-¿Puedo comprar el chocolate ahora, por favor?
-Es tu dinero, te lo han regalado; decide tú.
Mateo corrió hacia el estante en que había abandonado en los últimos meses su mayor deseo, para regresar corriendo con su pequeño regalo. Era demasiado pequeño para comprender que en años anteriores la lista de la compra daba para llevar a casa ese mismo chocolate a diario. Algo que Gloria, aún no teniendo ni marido, ni hijos, ni nietos, viendo su tristeza supo intuir.
Nota: Esta entrada fue trasladada de esa realidad diaria que se encuentra por doquier.
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