Acudes a una entrevista de trabajo con cierta esperanza de escuchar algo memorable, pese a que el trabajo en cuestión parezca deprimente. Siempre se te recibe con una amabilidad aprendida, con una sonrisa eficiente yo diría, mientras en el fondo solo se quiere saber el precio que estarías dispuesto a recibir. En ese momento no se te evalúa como persona, sino como número. En el fondo se quiere saber hasta donde se puede bajar la cifra sin que te des media vuelta, sonriendo también, y te vayas enfrascado en un no; que después de dicho no se pueda cambiar.
Durante esa entrevista hay un tiempo de esperanza en que crees que con suerte te hablarán de un salario digno. Después de ir sumándole más, dicha esperanza ya no alcanza ni para la primera sonrisa del saludo. Es la diferencia palpable entre el mitin de Ya salimos de la crisis y la cruda realidad que se pone ante tus ojos.
La entrevista de trabajo puede comenzar como se quiera, caminando sobre un lecho de gladiolos o sobre un empedrado imposible, da lo mismo, siempre termina con una frase locuaz del empresario o empresaria de turno:
- Ya. Pero hay gente que no puede elegir.
-Es cierto, ambos sabemos que hay gente que ya no puede elegir (dirías si esperaras cambiar en algo a ese empresario) y que estás esperando por ellos con toda la calma del mundo porque sabes que alguien llegará de un momento a otro dispuesto a aceptar lo que tengas a bien ofertar.
Al salir de allí sabes que esa rueda seguirá girando, tú en busca de un salario adecuado al trabajo que se ofrece, ellos a la espera de la víctima que esperan atrapar en su telaraña de buenas maneras. Y el oportunista de turno hablando sobre el atril de todos los indicios de mejoras palpables que solo él ve, no ya porque las vea, sino porque le conviene ir contándolo así.
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