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martes, 18 de marzo de 2014

La inocencia frágil de los gatos

Según me acercaba en el coche por mi carril pude verle, casi entero y aplastado, casi sin posibilidad de esquivarlo porque otro coche bajaba también por su carril. A penas unos segundos para calcular ese cuerpecito menudo a salvo de la rueda, para mirar sin fijar la vista, para esperar que no chocase con la parte baja del chasis, para aguantar la respiración y pasar.

Hay algo trágico en la inocencia de un gato, tenga la edad que tenga, en la inesperada presencia de su cuerpo delicado y menudo, roto contra el asfalto. Y no se me ocurre nada más triste que recorrer solo unos metros y tener que esquivar a otro, más acercado a la orilla pero con idéntico fin. Ha sido esta noche, una noche macabra para los gatos de mi vecindario y no se me ocurre un por qué. Tal vez porque los gatos curiosos de madrugada se deslumbran con los focos de los coches, no sé. 

Un gato blanquísimo y un gato siamés, uno mayor que el otro, triste forma de despertar del letargo de una noche sin sueños. No consigo recordar lo que soñé, pero en cambio no consigo sacudirme la pesadilla de esos segundos, esquivando cuerpecitos menudos durmiendo su sueño falso sobre el asfalto.

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