Hombre, mire usté el tiempo que hace que no le veía, maestro que es usté un maestro. ¿Que como me va?, pues no se si decirle la verdad o quedarme callado pero mire usted. Desde que empecé a torear en buenas plazas me pude permitir algunos caprichillos. Sin excederme ya sabe, que no se puede andar con tonterías. Por aquel entonces mi familia no podía estar mejor, pues estábamos todos muy bien avenidos, o quizá no tanto, pero en cualquier caso entre nosotros nos entendíamos. Yo toreaba allá donde me llamaban y me pagaban cada vez mejor, porque ya sabe que en esto del arte cuanto más se practica mejor se da. Todo me iba bien y me reía hasta de mi mismo hasta cansarme, todo por reír. Unos se reían con mis continuas bromas y otros se ofuscaban, pero me daba lo mismo que me pusieran por las nubes o a parir, a fin de cuentas mi conciencia estaba bien tranquila que es de lo que se trata. Y entonces pasó lo que pasó, que de tanto ir a la fuente se rompió la jarra. Vamos que me enamoré como cualquier otro. Uno que no es perfecto.
Ella era de las que me gustan, buena gente pero con un poco de remango por eso de que no me gusta la carne muerta más que en el plato. Y después de mucho pensarlo y repensarlo, bueno, que no lo pensé que debió de pensarlo ella porque un día me vino de golpe con que estaba embarazada y todo se rodó. La traje a vivir a mi casa y todo se embrolló. A veces lo he estado pensando y creo que fue mi exceso de confianza, otras veces ni pienso total para qué. El caso es bien sencillo, que yo me jugué la vida en el ruedo con toros de quinientos kilos para pagar lo que tengo, llevo cornadas de toro hasta en el carné de identidad, y ella tiene cuatro veces más que yo sin dar un palo al agua.
Resulta que no sabe ni hablar, pero no se calla, todo el día le dan cancha aquí y allá para eche piedras sobre piedras hasta lapidarme. Como mujer ahora que la miro sin el fervor del sueño parece el resultado de revolcón entre una bruja de hallowen y el espantapájaros de un campo de maíz, pero ahí está todo el día erre que erre con el empeño de enterrarme en vida y mire usté que le pone empeño. No, no me mire usté así que nos conocemos. Va a decirme que la culpa de todo la tengo yo. Pues no me lo diga usted que es el menos indicado para decir nada que ande que no se pasó años diciéndome como hay que torear a un toro, pero ¿Quién me dijo a mí como se torea una cabra?
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