Conozco a Gela desde hace media vida, ella tiene ochenta años y yo justo la mitad, en su tiempo nos llevamos muy bien, ahora podría decirse que tan solo regular, es una pena, pero suelo preguntarme si desde que enviudó se enranció como el vino estropeado o si en verdad ella siempre fue así y el hecho de perder a su mitad la dejó siendo la persona que es cuando se queda a solas consigo misma.
Suelo preguntarme cosas así todo el tiempo, y confieso que me pasé media vida creyendo que estaba loca, en cambio ahora me gusta pensar que era mi parte escritora la que emergía así de pronto, en medio de la nada y se apoderaba de mí en cuanto me surgía una historia.
La última vez que estuve con Gela me contó que en el verano iba a estar unos días en el piso de su nieta. Me lo dijo como si fuese un acuerdo en el que ella no había tomado parte, y yo sonreí, me gusta hacerme la loca cuando entiendo demasiado bien lo que hay bajo la superficie. La cosa quedó así.
Yo sí estuve en el piso de su nieta, era grande y luminoso, fui allí porque iba a presentar un relato corto a un concurso y quise que ella lo supervisara. Le encantó. Me dijo que escribo maravillosamente y que la historia era preciosa días después, pero que ella cambiaría algunas cosas. Acepté su reto y semanas después quedamos.
Cuando Carlota vino a mi casa traía un montón de post sobre las páginas, eran veinticinco. Y me expuso lo que ella haría: matar a mi personaje principal.
-No puedo matarlo_ le dije muy seria_ ese niño existió en verdad y escribí esta historia precisamente para encajar que algo tan terrible pudiese pasarle a un niño.
- Pues si quieres ganar el concurso tienes que matarlo_ me dijo convencida. Si en algo confío es en su buen criterio. Nadie sacó tantos sobresalientes en el mundo como ella.
- No me importa ganar un concurso o no. Yo escribo como medio para librarme de todos mis males. Y adoro a ese niño_ ella abrió mucho los ojos al escucharme_ para mí es un niño ya tan real como yo misma y no pienso matarlo. No podría.
Ella le puso tanto entusiasmo a mi afición oculta que se llevó muchos escritos míos a su casa, y los tuvo durante seis meses en los que no pude apenas dormir. Tuve la sensación de que le había dado mis tripas y me había quedado tan desnuda como la nada. Hasta que le eché valor y se los pedí. Vino a traérmelos con mucha prisa porque había quedado para una entrevista de trabajo.
La encontré muy desmejorada y esquiva. Yo pensé que mis tripas le habían dado asco pero no me importó, gusten o no, son mis tripas y no podría vivir sin ellas. Ellas me ayudaron a digerir el paso de los años que se me han llevado a poca gente, pero que me han dejado amputada por el resto de mi vida. Son mi modo de sobrevivir a cualquier cataclismo y no me importa ganar o no ganar, no se trata de eso, es algo más sencillo: cuando puedo exprimir todos mis dolores hasta el final desaparecen.
Cuando Gela me contó ese día que Carlota y su novio se habían dejado y vendían el piso sólo pude pensar en que mi nuevo proyecto me tenía tan pegada a mi propio ombligo que ni me enteré. Y me sentí muy mal, porque el novio de Carlota me pareció alguien encantador, justo a su medida.
_Las mujeres de hoy en día no aguantan nada_ me dijo Gela con rencor.
_Las mujeres de hoy en día tienen su propio sueldo_ le respondí_ y no tienen porqué aguantar a nadie si no quieren.
-Antes teníamos que aguantar palos cuando tocaban y buena hambre. ¡Ay, si volvieran los tiempos de antes!
Me pareció una exposición absurda porque siempre me contó que su marido jamás le ofreció un tortazo. Me lo dijo cientos de veces tan orgullosa que algo no cuadraba pero no insistí. Yo no soy política y no cobro por arreglar el mundo. Soy una ama de casa destinada a competir con el dichoso don limpio, que limpia una sola esquina de suelo y le brilla la casa entera como los chorros del oro; y así no hay quien pueda. Odio a ese calvo apestoso desde el primer momento en que le vi, y más aún desde que mi marido y mis hijos se creyeron a pies juntillas que tener la casa limpia es solo abrir un tapón y fregar una esquina. Cuando interrumpe el silencio y nos viene con esa sarta de sandeces desde el otro lado de la pantalla le maldigo en voz alta y solo consigo que estos tres que conviven conmigo me llamen loca. Estoy loca sí, pero porque alguien se de cuenta de que no puede ponerse un anuncio tan denigrante en televisión y voy lista porque este tiene tanta vida como el mismísimo Satanás.
Pero volvamos a ese momento con Gela y al instante en que le pregunté si acaso preferiría que su nieta fuese alguien sin oficio ni beneficio a quien su novio pudiese darle de palos hasta quedarse a gusto, la miraba tan fijamente que no me respondió porque mi forma de enervarme no pudo menos que sorprenderla, a veces soy la mar de imprevisible incluso para mí misma.
-¡Por Dios, algo hay que aguantar si se quiere vivir con alguien!_ eso fue lo que me contestó.
En ese momento recordé la insistencia de mis padres en respetar a los mayores. Recordé esa perorata de que los mayores siempre tienen la razón, y me recordé de paso que soy un ser incorregible.
-¿Pero porqué se separaron?_ pregunté solo para darle la vuelta a la tortilla y hacerle entender que todo tiene su explicación dentro del amplio infinito.
- No me digas. Carlota no quiso explicarme nada_ estaba dolidacon Carlota por no enviarle un informe detallado de su ruptura, o eso me pareció.
Son precisamente esos los efectos colaterales de ver todos los días esa cutredad de diario de María, Eugenia o la que toque; toneladas de caspa a disposición pura y dura alguien que viva sola y tenga poca cosa interesante que hacer en las largas tardes del invierno. Creo que aquí sobra decir que también maldigo, y nunca lo suficiente a quienes permiten que nuestros mayores se alimenten de telebasura y se avinagren hasta quedarse de color verde bilis salpicándonos de pronto y sin saber muy bien a santo de qué. Así, como si la brisa me hubiese traído de pronto una resolución a de aquel tema, dejé la conversación en ese punto dispuesta a hacer los recados que aún me quedaban pendientes.
-Pues me alegro de que Carlota se haya separado_ le dije_ estoy segura de que si lo hizo fue por algo y malo será que con el tiempo no encuentre algo mejor, es un cielo de niña.
- ¡Niña!_ arremetió de nuevo_ ya tiene veinticuatro años, a su edad tú…
- A su edad_ la corté en seco_ usted no se había casado y le sobró tiempo para tener media docena de hijos, ¿o no?_ le pregunté con bastante ironía.
- Sí, en eso tienes razón.
-Pues eso_ me despedí rápidamente y me fui a otra cosa mariposa.
Pero mientras caminaba esa conversación daba vueltas en mi cabeza hasta marearse, e intenté pensar en alguna mujer de ayer; me llevó un segundo encontrarla: Audrey Hepburn, tan soberbia como siempre en ese desayuno con diamantes. Su mirada limpia, su elegancia, su sencillez desbordante. Su hermosa sonrisa diáfana como la luz del día, su plena actualidad, porque me digan lo que me digan a día de hoy se encuentran jóvenes así caminando por las calles. Alegres y desenfadas, sensuales y atrevidas, de ojos vivos y reluciente ingenuidad. Las mujeres de hoy son igual que las de ayer. Lo que cambia es la forma de vivir dentro del mundo.
Las mujeres llenan las universidades y sacan las mejores notas, se hacen abogadas, médicas, pilotos de avión, ingenieras de minas, cirujanas, soldadoras, limpiadoras, dependientas, taxistas, bomberas, electricistas, albañilas… y son aquello que quieren ser por sí mismas, y precisamente esta lucha cuerpo a cuerpo consigo mismas les da la libertad de elección. Nunca estaré lo bastante satisfecha por este logro que nadie les ha regalado, a fin de cuentas uno es lo que quiere ser; y no conozco mayor justicia que esa.
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