Quizá Estrella sólo necesitase una excusa para salir de esa casa llena de desastres y respirar aire fresco. Quizá necesitase apearse un momento de todas sus preocupaciones ya sin arreglo a la vista. Quizá necesitase saludar a todos los perros del vecindario no exenta de miedo, porque todos salían a su paso en cuanto olfateaban su rastro. O quizá era trepar por las cuestas, zambullirse en las bajadas y deslizarse en los llanos. O contemplar el verde de los prados y los amarillos de las hojas, en contraste con el azul en lo alto. O era una charla de tú a tú con el mismo Dios lo que necesitaba de veras.
Mientras se calzaba los playeros y se ponía el chubasquero intentó descifrarlo, guardó el móvil en el bolsillo y se subió la cremallera. Abrió el garaje y rescató la bicicleta. Al escuchar el ruido del portón su caballo emprendió un raudo galope y se asomó a la vera del camino agitando sus crines. Estrella nunca pensó que pudiera llegar a querer tanto a ese animal, y corrió a buscar un trozo de pan duro para compensar el brillo de sus ojos, y su innegable nobleza. Hidalgo se le antojaba una mezcla imposible de bebé humano y bestia musculada. Le acarició el morro y sonrió porque ya no protestaba por ello, pese a lo mucho que le molestaba, luego observó sus manchas perfectas en blanco y marrón, lo mismo que sus crines. Tal como si pudiese entenderla le pidió que cuidase la casa mientras ella se iba a dar un paseo. Hidalgo echó las orejas adelante, formulando un sí con la cabeza, Estrella se rió en voz alta por la casualidad del gesto; y se fue pedaleando rumbo a una hora desierta.
Para quien se lo pregunte, esto fue lo que Estrella leyó:
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