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lunes, 21 de noviembre de 2011

Algo no funciona

Cristina no daba crédito a lo que estaba oyendo: presidenta en la mesa electoral. Precisamente ella que estaba agotada por la vorágine de las últimas semanas. Entre el trabajo - ese en el que estaban despidiendo a quienes empezaron cuando ella, doce años atrás, bajo el cartel de la crisis- la operación de su marido, que se estaba reponiendo en el hospital, las niñas, la casa y todo cuanto estaba a su cargo, no podía más.

-¿De verdad no hay alguien que pueda sustituirme en esto? Mire, yo no sirvo para ser presidenta de mesa, se lo aseguro, y en este momento no tengo la cabeza centrada, se lo juro.

Alegó causas de sentido común y recibió una mueca de desprecio. Se reveló todo cuanto pudo y al final tuvo que asistir a la dichosa instrucción de horas y horas para saber manejar su cargo. Mientras cargaba a los abuelos, con gripe los dos, la tarea de cuidar de sus nietas, ellos que estaban más bien para que los cuidaran. Y Jaime en el hospital, quejándose porque no podría verla, como si ella se hubiese pedido tal privilegio de aguantar el tipo con gesto adorable, mientras la comunidad, sin orden ni concierto se acercaba a votar.

- Le pagarán sesenta y tres euros- le dijeron con apremio, como si tal cosa la debiese celebrar.

- Con la cantidad de gente que este momento está en paro, y que estaría feliz de cobrar ese dinero, no entiendo porqué me llaman a mí. Cuánta gente necesitará ese dinero de verdad en este momento, y tendrá tiempo libre para formarse, y se está negando la oportunidad.

- Mire señora, las cosas son así- le respondieron con un gesto de fastidio- y le ha tocado a usted, deje de darle vueltas.


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