De modo que cuando comenzó a sonar el teléfono en casa a todas horas me extrañé. Que si teníamos contratado esto o aquello, que si podía pasarles con mi marido Don tal de tal. Que si teníamos un seguro en tal compañía y qué tal se habían portado con nosotros. El número de veces que les habíamos necesitado en todos los años que llevábamos con ellos y con qué motivo.
Me pareció el juego de las adivinanzas, un tirar del hilo hasta ver donde lleva, alguien pone las primeras palabras y tú mismo con tu exceso de confianza les llenas el fichero.
También estaban los de las encuestas. Todo el día a vueltas con las encuestas y la misma respuesta: no me interesa responder, eso por no preguntar quién se cree las encuestas publicadas, o quien garantiza que mis respuestas no serán manipuladas después. Fue una verdadera pesadilla que sólo terminó cuando comencé a zanjar el asunto con tres palabras mágicas: no me interesa.
La paz se volvió a establecer de nuevo porque si algo está claro es que aún existe el correo ordinario y si algo de todo eso fuese de veras importante llegaría hasta mi buzón. Hasta la fecha no ha llegado nada. Absolutamente nada. Luego nada de ello era en verdad tan importante para añadir información a la información. Mera especulación.
¿Quien garantiza que hay alguien serio tras esas llamadas intempestivas? Nadie. Justamente por eso debemos de cuidar nuestra privacidad. Ya. Ya sé que en eso no doy muy buen ejemplo en este blog, ¿O sí?
¿Alguien sabe si todo lo que hago pasar por real no es sólo producto de mi fecunda imaginación?
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