Pues bien, no me considero cotilla, pero ayer después de haber sido invitados a una fiesta de pueblo y recorrer taitantos kilómetros de carretera por parajes asturianos divinos de la muerte, nos detuvimos en un bar de carretera a tomar un café y estirar las piernas.
Observo todo con ojos de pintora, de modo que todo lo disfruto, el color del mobiliario, la disposición de las botellas, los pequeños detalles aquí y allá, las grandes cristaleras, la chica casi sin dientes que nos atendió y que de repente pregunta en voz alta ¿Qué disco me dijiste?
_ El de Alejando Fernández.
_¿El disco de quién?
El hombre que lo había pedido al ver que la chica con quien hablaba no tenía ni idea de quien era ese cantante fue hasta ella y se lo señaló con un aire de felicidad contenida, porque estaba a punto de tener a su cantante favorito cantando a viva voz en la cabina de su camión.
Yo ni siquiera lo había visto en el expositor, el disco era 15 años de éxitos, y yo lo tengo, es superior. De modo que me alegré por sus horas de paz envuelto en atascos, agobios varios, soledad, lejanía familiar, y todo lo que uno puede llevar consigo en su rutina diaria cuando conduce un camión gigante.
El hombre recogió su disco con una enorme sonrisa y volvió junto al chico con quien conversaba, mirando las canciones con interés mientras él le hablaba.
Mi yo persona humana de la pradera; mi yo real se sublevó, y si tuviese el poder de la embrujada esa que detiene el mundo, hubiese dado una palmada y detenido el mundo para preguntarle a ese hombre qué canciones le gustan más. Si va a ir a Oviedo a verlo el 15 de Julio tal como Mua o qué cualidades de Alejandro Fernández le gustan más.
Si es el hecho de que escoge las canciones porque sus letras tienen que apretujarle el corazón o arrancarle unas lágrimas para que sepa que es esa y no otra la que quiere grabar, porque es la señal inequívoca de que podrá cantarla treinta años sin dejar de sentir esa emoción misma del primer día.
O si como Cristian Castro admira esas pedazo piernas que ya quisiera para él. O si como yo lo admira absolutamente todo, hasta el trozo de aire que se mete entre pecho y espalda para devolverlo al mundo envuelto en la mejor voz. Vamos, que el hombre del disco era lo menos parecido a un latin lover, que si no mi controlador particular me hubiese montado un pollo por mi manía de radiografiar a la gente que de pronto me emociona.
El hombre se terminó su café y se despidió con un apretón de mano del chico con quien estuvo hablando, un camionero al que seguramente llevaba años sin ver, cogió su disco superilusionado y se fue rumbo a su camión. Y yo pensaba qué suerte viajar por el mundo con tu música preferida. Es una suerte. Yo lo constato cuando voy sola con mi media mitad en coche a donde sea. Es lo más que alguien te cante exactamente lo que tú pudieras pensar, mientras andas ocupada mirando el mundo con tus ojos de pintora traductora a palabras. Un trabajo que necesita mucha concentración y te hace algo alelada en ocasiones, cuando en realidad tienes orejas, pero te has quedado sin oídos, y alguien te recuerda lo sorda que estás y lo irritante que a veces es hablar contigo que siempre respondes: lo siento, no te escuchaba, estaba mirando ese tono de verdes de aquel eucalipto. Es sensacional.
Esos ojitos verdes que suelen mirarme desde el volante con instinto depredador y una eterna sonrisa me pellizcan el corazón, y sé que veintitrés años más serán un ciclón fugaz y ese instante una instantánea feliz en el pozo de los recuerdos que un día serán rescatados con enorme nostalgia.
Sé lo mucho que me gustan esos momentos de felicidad porque está el lado crudo, esos adolescentes que se suben al coche y dicen: Ah,no. No soporto las dichosas trompetitas, así que ya me vas quitando eso, que estoy que me crujen los sesos de escuchar siempre lo mismo. Esa es la versión adolescente femenina.
La versión adolescente masculina es: no sé cómo puedes escuchar a ese tío, es deprimente. Si te fijas todas sus canciones son de hombre abandonado que va por ahí penando por su gran amor. Quítame eso, no lo soporto, y me da igual que conduzcas tú o conduzca yo. No lo soporto y punto.
Como madre de cuarenta años entiendo algo: algún día no estaré. Tal vez un día de pronto les deje solos, y esas canciones que ahora no quieren escuchar les dirán con esa voz y esa cadencia todo lo que yo les quise explicar. Y en todas ellas encontrarán las vitaminas que su alma necesitará para reencontrarse conmigo. Claro, si es que después de haberme perdido definitivamente de vista les apetece :)
Por cierto desde esta entrada dejo una canción: A manos llenas, canta Alejandro Fernández.
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