Según un estudio reciente de Save Children el 30 % de los niños españoles pasan hambre.
En un momento en el que quieren centrar el debate en los niños no nacidos, parecen despreocuparse de los que necesitan comer para crecer sanos, para no enfermarse, para poder resistir el ajetreo de la vida diaria; que desde su situación debe ser lo bastante horrible para necesitar un buen caldo caliente antes de irse a la cama.
Porque a la luz de todo lo que sus padres afinan, estos niños no tendrán estufa que les quite el frío, ni calzado adecuado para protegerles la humedad de las calles lluviosas, ni paraguas para reponer aquel que destrozó el viento, ni vehículo en el que acudir a la escuela en una época en que hay que gastos que sus padres no pueden afrontar.
¿Cuántos gastos innecesarios se quitan los padres antes de aceptar que sus hijos pasen hambre? A mí se me ocurre que todos. El gas, la electricidad, la compra mensual e incluso semanal. Son datos dramáticos. ¿Cuántos de estos niños son convencidos a la fuerza de que no podrán comer? Esta pregunta también acude a mi cabeza. Ante la insistencia inocente de un niño que no sabe o que no entiende, y de unos padres que acusan la impotencia de no poder atender a su demanda, hay recorridos macabros que alguna vez escuchamos relatar a gente mayor.
Y volviendo al presente: ¿Cuántos de estos niños se enfermarán gravemente a consecuencia de no tener una alimentación adecuada? ¿Cuantas secuelas padecerán?
Es inevitable pensar, que uno de cada tres niños que te encuentras por la calle, está viviendo esta situación. ¡¿Y nadie sale a la palestra para defender sus derechos?!
Uno se pregunta qué clase de sociedad es esta. O qué clase de dirigentes auguran tiempos felices a la vista de los datos fríos. O no se lo pregunta porque así, con estos datos en el desayuno, se ve.
En un momento en el que quieren centrar el debate en los niños no nacidos, parecen despreocuparse de los que necesitan comer para crecer sanos, para no enfermarse, para poder resistir el ajetreo de la vida diaria; que desde su situación debe ser lo bastante horrible para necesitar un buen caldo caliente antes de irse a la cama.
Porque a la luz de todo lo que sus padres afinan, estos niños no tendrán estufa que les quite el frío, ni calzado adecuado para protegerles la humedad de las calles lluviosas, ni paraguas para reponer aquel que destrozó el viento, ni vehículo en el que acudir a la escuela en una época en que hay que gastos que sus padres no pueden afrontar.
¿Cuántos gastos innecesarios se quitan los padres antes de aceptar que sus hijos pasen hambre? A mí se me ocurre que todos. El gas, la electricidad, la compra mensual e incluso semanal. Son datos dramáticos. ¿Cuántos de estos niños son convencidos a la fuerza de que no podrán comer? Esta pregunta también acude a mi cabeza. Ante la insistencia inocente de un niño que no sabe o que no entiende, y de unos padres que acusan la impotencia de no poder atender a su demanda, hay recorridos macabros que alguna vez escuchamos relatar a gente mayor.
Y volviendo al presente: ¿Cuántos de estos niños se enfermarán gravemente a consecuencia de no tener una alimentación adecuada? ¿Cuantas secuelas padecerán?
Es inevitable pensar, que uno de cada tres niños que te encuentras por la calle, está viviendo esta situación. ¡¿Y nadie sale a la palestra para defender sus derechos?!
Uno se pregunta qué clase de sociedad es esta. O qué clase de dirigentes auguran tiempos felices a la vista de los datos fríos. O no se lo pregunta porque así, con estos datos en el desayuno, se ve.
¡Qué difícil algunas mañanas seguir escribiendo la eterna novela!...seguir creyendo en tu sueño estúpido mientras fuera te aguarda esta realidad.
ResponderEliminarY que invencible se torna ese sueño pese a todo, seguir intentando lograrlo, para quizá algún día desde tu sueño poder hacer algo, cuando otros solo se quedan de brazos cruzados.