Ayer estuvo en mi casa, radiante ante esa maternidad ya inminente, hace años no quería ni hablar de parir, a día de hoy está temerosa e ilusionada a partes iguales. Me pregunta y le digo que nuestro sistema de sanidad a día de hoy es maravilloso y que no tiene que preocuparse de nada, que dar a luz se asemeja mucho a ir al dentista, hay que estar lo más relajado que se pueda y obedecer. Dar a luz es un pequeño milagro en el que el premio final es la entrega de ese hijo que en realidad nunca esperaste tener.
Ya nacido un hijo tuyo pasa a ser tu mayor dicha. En adelante solo esperarás estar a su altura, y eso que en ese momento no tienes ni la menor idea de cuanto te hará aprender. La miraba y nunca la vi tan hermosa, con su enorme barrigota que dentro alberga a un ser que antes de nacido ya tiene todo, y quizá mucho más de lo necesario, eso me alegra, han tenido que trabajar muy duro durante muchos años para conseguirlo, pero fue ahora cuando se plantearon tener a su primer hijo. Una niña que se sumará a una tribu en la que en los últimos años hubo solo pérdidas familiares, por eso hace tanta ilusión saber que ya llega. Todos la esperamos dispuestos a cuidarla, mimarla y quizá malcriarla un poquíto, porque en un futuro ella llevará nuestra sangre y la esparcirá por el mundo. Llevará nuestro apellido también y sus hijos habitarán el mundo cuando ya no estemos.
Ayer la veía radiante y feliz, y volví a repetirle de nuevo que nunca estuvo tan guapa. Ella sonrió porque sabe bien que no miento, que a mí no me gusta mentir. Y que si digo que la veo guapa es solo porque la estoy viendo. Más guapa que nunca, y nunca tan feliz.
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