Varios grupos de turistas maduros casi no se tienen en pie, sin embargo bailan la música ochentera que suena como un trueno desde un atril, chicos de apenas unos trece hacen lo mismo, bailan dando tumbos de la gran cogorza que llevan encima. Ríos y ríos de gente va y viene de todas partes, logrando mezcolanzas imposibles de disfraces: vacas, diablos y diablesas en grupo, vampiros, tigres y tigresas, personajes de todo tipo y condición se han escapado de sus límites reales e imaginarios y pululan por todas partes pasados de alcohol. De pronto en toda la masa existente se abre un creciente hueco; hay una pelea, un grupo de chicos y chicas discuten violentamente hasta llegar a las manos. Un intercambio de palabras por un walkie talkie trae agentes del orden, un pequeño revuelo momentáneo, un barrido selecto y todos a sus puestos, no queda ya espacio ni para una colilla.
Después de varias horas de paseo de un lugar a otro me rindo, centenares y centenares de personas que no he visto en mi vida -y que han desembarcado desde la estación de autobús para regresar de nuevo a ella y recorrer cientos de kilómetros tal vez para volver a sus casas- se quedan en mi retina, soy bastante escéptica con este tipo de fiestas donde sobre todo se viene a beber, basta ver todo el desmadre que queda a mi paso para saberlo. Mañana alguien me hablará de todo lo que ha logrado vender en su bar, de lo buena que ha sido esta fiesta para hacer caja, de lo necesario que es mantenerla vigente año tras años en esta localidad, y yo arrugaré el entrecejo y preguntaré si acaso en voz alta... ¿a cambio de qué? Mi mente catastrófica si se quiere, me traerá al instante todas esas escenas que se quedarán de por vida esperando el preciso instante en que emerger en pequeños relatos, pensamientos dispares, escritos inconexos, reflexiones de loca, pesadillas de turno, consecuencias de nunca entrar en ambiente que dirían algunos. A veces aunque no se quiera el más loco de todos es quien permanece cuerdo, porque cuando se organizan fiesssssssstas así nadie contaba con cuerdos. Triste realidad disfrazada o no.
La cultura del circo y la borrachera, es algo que aún siendo joven, nunca entenderé...
ResponderEliminarSería hipócrita si dijera que nunca he bebido...pero lo que aseguro es que me arrepiento de todas las gilipolleces que hice yendo así...
Al verlo desde otra perspectiva, al cambiar de vida, sé que me conozco mejor a mí misma, y sé que no necesito alcohol para ser feliz. Ya que cuando lo consumía no lo era.
Deberíamos preguntarnos que hay más allá de esa cultura de alcohol y fiesta, que hay en el fondo de los corazones de esas personas...La respuesta me produce TERROR.
Un abrazo gigante Begoña. Gracias por tus entradas siempre tan instructivas.
Rebeca.
En estas zonas "vendidas" al turismo- que en verano son un auténtico hervidero y en invierno se quedan desiertas, permitiendo pasear a lo largo y ancho de sus calles con total normalidad- hay una transmutación cuanto menos curiosa. Que lleva consigo un cambio de costumbres y un mensaje a la juventud.
ResponderEliminarTodos deberíamos reflexionar sobre qué tipo de mensaje se envía a una juventud azotada por el paro. Y con serios problemas para sacar adelante sus estudios en una sociedad donde el todo vale se impone a rabiar. Donde la misma política es un despropósito continuo y de la programación televisiva mejor ni hablar.
Supongo que quien no bebe, en medio de reuniones como la que describo tiene mucho tiempo para pensar, y no siempre en positivo.