En estas semanas los mineros están cortando carreteras para que la gente sea consciente de su situación. Y ahí, detenida durante retenciones kilométricas puedo sentir su temor a ese futuro incierto que alguien designa. Puedo hacer recapitulación de todo lo que la minería ha significado en mi vida.
He crecido escuchando canciones dedicadas a ese trabajo tan duro. He sido testigo de incontables desgracias filmadas por televisión desde que tengo uso de razón. Conozco gente minera que ha seguido los pasos de sus abuelos o bisabuelos, familias enteras, que se han pasado el trabajo como tradición. Y siento que si se mueren las minas asturianas se muere una parte de lo que somos los asturianos, que ya sabemos de defunciones marcadas por los de afuera. Así se nos murió la ganadería, y toda nuestra vida cambió.
Son otros tiempos, nos dicen. Sí, son otros tiempos. Y hay que evolucionar y cambiar, y adaptarse y avanzar, sí, ¿pero a que precio? De un tiempo a esta parte miro a esta Asturias y no la reconozco. Los veranos se nos llenan de turistas y los inviernos quedamos cuatro gatos. Todo es asfalto a nuestro alrededor. Todo es prisa y consumo, todo está cambiado, puesto que pertenezco al lugar que crece y crece sin ton ni son. Solo cuando vuelvo a los pueblos semidesiertos porque solo quedan ancianos, siento que vuelvo al lugar de donde soy. Un lugar donde todo era verde y todo silencio, y había cientos de vacas a mi alrededor. Ahora en esos pueblos ni hay vacas. Evolucionamos sí, pero en cierta forma a peor.
Cuando una parte de nuestra historia se muere se muere una parte de nosotros. De lo que fuimos, de lo que somos. El hecho de que sea por mandato y bajo un decreto no lo convierte en mejor.
Asturias sin carbón
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