Este 7 de Febrero se cumplía el bicentenario del nacimiento de este gran escritor. Es a veces complicado decidir cual es el escritor que uno prefiere, entre el amplio espectro de escritores, pero si me detengo a pensarlo creo que Charles Dickens es mi escritor preferido; si tenemos en cuenta la forma en que como lectora me impactaron sus libros en el momento de leerlos. El recuerdo de Olivert Twist, me asalta muchas veces por la calle, cuando miro a los ojos de algunos niños, que a una sola mirada me transmiten incomprensión. No necesariamente tienen que ir mal vestidos, ni proceder de familias destructuradas, a veces, su mirada me llega desde los sitios bien - entonces me pregunto si alguna vez mis hijos habrán buscado esa suerte de auxilio en otras miradas-. Con esa mezcla de dolor e incomprensión, de sentirse menospreciados e indefensos, ante una perorata cuya crueldad ya no distingue límites. Esas veces, yo me pregunto como pueden perderse de esa forma los papeles y no entender, que haga lo que haga, un niño siempre es un niño. Y que todo lo que un niño necesita es comprensión: saber qué hizo mal, y como se remedia. A veces también me digo que lo que a mí me parece horrible pudiera estar justificado, pero me cuesta mucho de creer. Siempre me repito que no importa la edad que un niño tenga, que un padre y una madre, armándose de paciencia, y con solo intentarlo, se hará entender. Porque si hay algo a lo que cualquier niño esté siempre dispuesto, es a aprender. Y no hay nada que le fastidie tanto como equivocarse, hará todo lo posible por no equivocarse otra vez.
El niño real más parecido a un Olivert Twist que encontré, fue una niña. Y fue hace una treintena de años, pero podría rellenar páginas con esa escena sin obviar un detalle. Sucedió una mañana de un frío Enero mientras esperaba el autobús.
Una familia gitana se acercaba subida en un carro, venían discutiendo desde lejos, y detuvieron el burro frente a mí, en el amplio camino de entrada a una casa. El padre de familia, que rondaría los cuarenta, se bajó de un salto, dejando a su mujer a cargo de las riendas. Tomó en brazos a una niña de unos cinco años, y la depositó sobre el asfalto descalza. El motivo de la discusión era simple, la niña no tenía calzado, ni calcetines tan siquiera, y en una casa vecina les habían dado algunas cosas, entre ellas unas botas que a la niña le estaban pequeñas, y a sus hermanos muy grandes. Pero sus hermanos mal que bien, ya estaban calzados, y la niña iba descalza en un día tan frío que se congelaban los charcos. A los gritos del padre con la niña, la madre con el padre, la niña con los dos, y los hermanos con los cuatro, se sumó el silencio incrédulo conmigo misma. Uno de esos silencios espesos en que quisieras morirte por no ver lo que ves.
Fue un momento terrible, porque el hombre se las apañó para ponerle las botas a la niña. Era mucho mayor su miedo a verla morir de una pulmonía, que a verle rotos los pies. Y el carro continuó su camino con los gritos de la niña que no soportaba las botas, pero que las llevaba de tal forma encajadas que no se las conseguía quitar. Si las voces resonaban de lejos cuando apenas llegaban, al irse habían subido de tal forma de tono que por más que se alejaran seguían allí. A veces se puede entender a todo el mundo, y en el agujero del tiempo que conocemos, se cuela un instante eterno; y se forja un recuerdo que no borrará.
A poco que uno se detenga a observar quietamente, mientras todo alrededor se mueve con frenesí, se sigue encontrando el mundo que Charles Dickens relató entre sus novelas. La celebración de su bicentenario me ha recordado que hace muchos años que quiero leer su obra completa, y que ya va siendo hora. Porque David Copperfield, Cuento de navidad y Oliver Twist conservan un hueco preferente entre mi memoria, y cuando eso sucede nunca es casual.
http://www.rtve.es/noticias/20120206/londres-rinde-tributo-dickens-bicentenario-su-nacimiento/495978.shtml
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