Powered By Blogger

viernes, 22 de julio de 2011

Cuarenta años de anticipo

Azucena era una joven hermosa que apenas asomaba a la vida cuando conoció a Pipo. Hasta entonces había seguido todos los mandatos de sus padres, pero él era de lo menos convencional. Siempre iba con un grupo de gente que andaba de fiesta en fiesta, y tiraba de ella, que comenzaba a tener los primeros problemas en su casa. Pero Azucena tenía los ojos más azules y más profundos del mundo, la sonrisa más tierna y las palabras más adecuadas al fondo de su garganta, por eso siempre los convencía y terminaban cediendo a todo lo que ella pedía; que iba pidiendo cada vez más.

Sus amigas comenzaron a apartarse de ella, y a hacerle advertencias, pero ella sonreía antes de responder que no entendían nada, de llamarlas sosas y aburridas, y de hacerles ver que había más mundos que el que les contaban. Ellas sabían que el problema era él, y que mientras estuviese tan ciega no tendrían nada que hacer, y le advirtieron por activa y por pasiva que ese chico andaba siempre con mala gente y que acabaría mal. Azucena se tomaba sus palabras a la tremenda y se tapaba los oídos para no escuchar, estaba enamorada hasta la médula y no era tan sencillo volver atrás, sus amigas le insistían de nuevo y terminaban discutiendo, así hasta que se terminaron enfadando de veras y ya no la vieron más. Sólo supieron de ella lo que les iba contando la gente conocida, y las noticias se fueron agravando cada vez más.

Hasta que un día entre las chicas que hacían la calle se vio a una rubia descomunal. Una chica tan glamurosa que no encajaba en la plaza vieja ni por asomo, dispuesta a subirse en cualquier coche que la quisiera llevar, a cambio de sacarse un dinero para su dosis. Entre que apareció Pipo en su vida y aquella secuencia pasaron diez años, pero para sus padres Azucena seguía siendo la hija ideal, más delgada, más ojerosa y pálida, más temblorosa, más callada y esquiva, pero una niña de la que nunca tuvieron queja, porque el único daño se lo hacía a ella, que apenas paraba en casa ni a descansar, y menos para escuchar consejos, escuchar consejos ajenos siempre se le dio mal. Ni el día en que Pipo la dejó tirada quiso admitir que ya se lo advirtieron, aumentó la dosis en sus venas y lo fue llevando como pudo, siempre muy mal. Así hasta la sobredosis que sacó a sus padres del limbo, y llevó a sus amigas junto a su cama de hospital. Lloró al saber que aún la querían, no contaba con ello, se sentía tan mal consigo misma que estaba sin fuerzas.

Le dieron aquel alta y después muchas otras. De los cielos bajó a los infiernos y de vuelta a subir y bajar. Se pasó saliendo y entrando otros diez crudos años, en que el mismo demonio rehuyó su presencia, estuvo al borde de la muerte veces incontables hasta desengañarse. Ahora ronda los cuarenta y al fondo de sus ojos azules como el mismo cielo se advierten mil sombras, queda un halo de su belleza despierta y también el cansancio de los ochenta años que jamás cumplió y que en sí representa; los cuarenta años de anticipo que ya se gastó.



3 comentarios:

  1. Un texto duro, pero real...quizá por eso sea tan difícil de leer.

    Pero aún así me gusta mucho!!

    Yo tengo un relato que habla también de drogas.Aunque mi protagonista acaba muy mal.

    Con él gané cuando iba al instituto, un concurso organizado por Proyecto Hombre, me lo publicaron en un periódico de aqui.
    Es lo único que he ganado y que me han publicado por eso lo cuento siempre!!xD

    Un beso grande.

    Rebeca.

    ResponderEliminar
  2. Begoña...

    Muchísimas gracias por tu comentario de ayer, por darme fuerzas con tus palabras, y una vez más por mostrarme otro punto de vista, quizá el punto de vista que da la edad y la madurez, y el haber vivido más.

    Muchas gracias de verdad!

    Tus hijos tienen una gran suerte al tenerte.

    Un beso.

    Rebeca.

    ResponderEliminar
  3. Rebeca, si proyecto hombre le dio un premio a tu relato debía reflejar en sí una gran verdad además de la calidad literaria necesaria para ganarlo. Yo lo consideraría un premio importante y también lo contaría.

    Siempre digo que es una suerte que todas las personas seamos diferentes, porque eso al intercambiar impresiones nos da diversidad.

    Y mis hijos créeme, en plena adolescencia más que tener suerte conmigo me padecen. Me estoy dando cuenta de que soy muy exigente conmigo, y quizá tanto con los demás. Y que les dirijo como personajes de una novela, por el camino derecho siempre, y que no debo dirigirles tanto. Debo comenzar a dejar de ser su sombra, y es muy difícil, mi meta ahora es esa tan sencilla y tan difícil de lograr.
    Un beso

    ResponderEliminar

Tu lees desde la invisibilidad y puedes aportar algo a este lugar, para ello existe