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viernes, 1 de julio de 2011

Un acuerdo no acordado

Olaya está en la peluquería, es morena, lleva el pelo cortado a lo Cleopatra, y tiene cuatro años y medio. Lee una revista en voz alta, a tal velocidad y con una dicción tan perfecta que las chicas del telediario se sonrojarían al verla. Su abuela ronda los sesenta y lleva cuidando de Olaya desde que nació, está claro que sabe como hacerlo porque esa mañana de viernes se ha dejado sus gafas de leer en casa e insta a la niña a que lea en voz alta para ella una revista.

Marga detesta ir a la peluquería, sobre todo porque siempre se pide un corte de pelo y le hacen otro, por el ruido y el calor de los secadores, por el largo tiempo de espera... por esto y por aquello siempre hace acto de presencia cuando no queda remedio. Pero esa mañana se alegra de todo ese tiempo empleado en observar a la niña rechoncha mientras lee. Y es que puede con palabras extranjeras impronunciables, tratamientos de belleza innombrables; a sus cuatro años y medio es capaz de leer perfectamente lo que le pongan delante y quedarse tan ancha.
Marga no puede evitar maravillarse por todas las lecturas que podrá hacer cuando tenga diez. Y de todo cuanto disfrutará entre los libros si su abuela - todo apunta a que sí- la introduce en la lectura de una forma conveniente. No habrá libro publicado que se resista a su inteligencia despierta o su innato deseo de perfección.

Olaya lee en voz alta y casi en trance la crónica interminable de una boda real. Lee nombres y apellidos con un deje casi cómico por lo esforzado de leer entre tamaña dificultad. Y lo hace de un modo tan sublime que Marga no puede evitar decirle que lee maravillosamente, en verdad se ha quedado impresionada por su gran capacidad. La niña la mira un momento con sus ojos redondos y muestra su fastidio por ser interrumpida. No deja de moverse en su silla mientras lee, es hiperactiva y queda claro que hacerla leer es para su abuela la única manera de mantenerla quieta en su silla mientras esperan su turno de cortar.
De pronto una retahíla de nombres impronunciables para cualquiera menos para Olaya en un pie de foto, desata la risa de Marga. Es la risa feliz de quien vislumbra de cerca una proeza.

-Te ríes como el pájaro loco_ le dice la niña con acidez y pretendiendo insultarla, pero su reacción sincera la lleva a reírse aún más.
-Tienes razón_ responde cuando recupera la voz_, me río como el pájaro loco, pero tú lees con una perfección que parece imposible en una niña de tu edad. Lees a tal velocidad que me tienes impresionada_ de nuevo esa mirada gélida ya más acentuada por interrumpir de nuevo su lectura.

- Esta niña va a cuidarme a mí cuando esté viejina ¿a que sí Olaya?_ pregunta su abuela.

A su lado la nieta la mira como si esa pregunta no viniese a cuento, apoya la revista en sus rodillas con cierta violencia, y enfoca a su abuela arrugando el entrecejo.

- ¿Hasta cuántos años cuentas vivir?_ su mirada es de lo más desconfiada. Su aguda perspicacia le da a entender que la abuela no piensa conformarse con poco.
- Hombre, digo yo que hasta los cien por lo menos.
- ¡Hasta los cien! ¿abu... esos no serán demasiados?_ intenta esconder su desconcierto y casi enfado sin conseguirlo.
- Hija, creo que muchos, lo que se dice muchos no son_ responde su abuela un tanto sorprendida.
- Pues sí, abu, esos son muchos...¡y yo tantos no te cuido!

Acto seguido sigue leyendo en voz alta, más alta aún para que nadie se permita un comentario. La abuela de Olaya, y Marga no lo pueden remediar, se ríen como locas por la forma en que la niña de cuatro años y medio ha defendido su futuro, ese que ni es ni está pero que va a pillarla en medio de una vorágine ineludible. Arquea una ceja para observar a Marga y recriminarle que no deje de reírse. Algo nada sencillo, entre la abuela que protesta porque la nieta no le deja llegar a los cien, y la nieta que intenta zafarse de un acuerdo no acordado; que intenta espantar en voz alta leyendo la crónica de una boda real. Tan real como ella misma.

2 comentarios:

  1. Cuando somos pequeños 100 años nos parecen muchos, y cuando perdemos a nuestros seres más queridos quisiéramos hacer un pacto con el diablo para tenerlos a nuestro lado para siempre...

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  2. ¡Que cierto!

    Incluso a los diez nos parece que los de treinta son viejos ;)

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