Acabo de leer una entrada que resume de forma breve y concisa su trayectoria. Y aunque tenía pensado escribir sobre otro tema, no puedo resistirme a contar algo que oí de su propia voz hace mucho tiempo. Vicente Fernández es uno de esos artistas que lo son por vocación. Y que paso a paso se ha ido haciendo a sí mismo. Que es lo que suele suceder con quienes parten de origen humilde. Yo supe su historia después de encontrarme con la voz de su hijo, Alejandro Fernández, si digo la verdad, ya no sé con qué canción; internet me ha dado la facilidad de escuchar toda su discografía, y de hacerme adicta a su timbre de voz. Creo que la voz de Alejandro supera a la de Vicente, (dicho con mil perdones) quizá porque desde que era muy niño recibió clases de canto, y tuvo en casa a un cantante que iba de un escenario a otro. Quizá eso influyó.
Pues bien, la historia que quería contar la escuché hace mucho tiempo en una entrevista que le hicieron a Vicente Fernández, y que para ser sincera no sé si se encuentra a día de hoy.
Cuando Vicente ya estaba en lo más alto, quiso devolverle a su pueblo lo que el pueblo le había dado. Puesto que eran ellos quienes compraban sus discos y salían corriendo a verlo cantar sobre cada escenario. Era tal su agradecimiento a todas las gentes humildes, que tuvo un deseo: Que no hubiese un solo niño, que por escasez de recursos se quedase sin su regalo de reyes. Se fue corriendo la voz, y ante la puerta de su rancho hubo cientos de niños que fueron a recoger su regalo. Se formó un caos enorme, más de lo que hubiera pensado, y para el año siguiente se puso en contacto con los comerciantes de la zona. Les encargó a ellos repartir los regalos, porque eran ellos quienes sabían de primera mano qué familias vivían con más aprieto. Ellos veían a diario a todas las gentes que iban a comprar a sus tiendas, y sabían de antemano qué familias no podían permitirse el lujo de gastar en juguetes para los niños.
Durante unos años esto se llevó a cabo, cada niño tuvo su juguete en la noche de reyes y Vicente Fernández se sintió feliz de haber logrado el milagro. Hasta que la avaricia de los comerciantes les llevó a vender esos juguetes en vez de regalarlos. Eso le enfadó mucho y quiso atajarlo, pero todas las fórmulas que intentó, fallaron. Cuando la entrevistadora le preguntó por ello pudo verse su decepción "de que unas gentes estropeen todo lo bonito que intentan hacer otras gentes, hasta el punto de verse obligados a dejarlo".
http://el-ser-bohemio.blogspot.com.es/2012/07/biografia-vicente-fernandez.html
Un blog donde la tristeza y el buen humor caminan de la mano. Donde los límites entre fantasía y realidad se entremezclan hasta conformar un solo presente.
miércoles, 4 de julio de 2012
martes, 3 de julio de 2012
Entendimiento nulo
Ayer, mientras escuchaba un telediario regional, seguí la noticia de la tan esperada reunión entre los mineros y los políticos. Reconozco que al igual que ellos, yo esperaba algún tipo de oxígeno. Con pocas esperanzas, dado que desde la política, en los últimos años, se apuesta por aquello que de vez en cuando dicen los niños cuando no están dispuestos a llegar a ningún tipo de acuerdo con sus contendientes: habla cucurucho que no te escucho.
En los niños, hablan de igual a igual. Pero en la reunión minera unos miran desde arriba a los que están situados a ras de suelo. En el cesto de arriba los políticos, y en el de abajo, a ras del suelo, los mineros. Los de arriba gobiernan, mientras que los de abajo no tienen posibilidad de no dejarse gobernar, aunque quisieran.
Era algo que yo sabía, aunque no quería saber. El asunto lo consideran ya más que despachado. Ya tienen un no, inamovible y autoritario. No hay nada que hacer. Les da lo mismo los kilómetros recorridos a pie por los angustiados mineros, que el encierro dentro de la mina, que lo que discurran hacer para ponerle voz a la injusticia por un futuro tan negro. Pero os juro que lo que no esperaba eran las palabras que dijo Javier Fernández tras la reunión: "Entendimiento nulo".
En ese momento recordé las palabras que le escuché hace días a un chico de 30 años: " Cuando pisé una discoteca por primera vez, entré en el baño y me encontré a unos viejos amigos metiéndose rayas de coca. Es algo que yo no hice en mi vida, ni haré, y te juro que estaba mirando y no me lo podía creer".
Pues eso, que ayer estaba oyendo y no daba crédito. Comparto la honda decepción de los mineros que se sintieron ante un habla cucurucho que no te escucho.
En los niños, hablan de igual a igual. Pero en la reunión minera unos miran desde arriba a los que están situados a ras de suelo. En el cesto de arriba los políticos, y en el de abajo, a ras del suelo, los mineros. Los de arriba gobiernan, mientras que los de abajo no tienen posibilidad de no dejarse gobernar, aunque quisieran.
Era algo que yo sabía, aunque no quería saber. El asunto lo consideran ya más que despachado. Ya tienen un no, inamovible y autoritario. No hay nada que hacer. Les da lo mismo los kilómetros recorridos a pie por los angustiados mineros, que el encierro dentro de la mina, que lo que discurran hacer para ponerle voz a la injusticia por un futuro tan negro. Pero os juro que lo que no esperaba eran las palabras que dijo Javier Fernández tras la reunión: "Entendimiento nulo".
En ese momento recordé las palabras que le escuché hace días a un chico de 30 años: " Cuando pisé una discoteca por primera vez, entré en el baño y me encontré a unos viejos amigos metiéndose rayas de coca. Es algo que yo no hice en mi vida, ni haré, y te juro que estaba mirando y no me lo podía creer".
Pues eso, que ayer estaba oyendo y no daba crédito. Comparto la honda decepción de los mineros que se sintieron ante un habla cucurucho que no te escucho.
lunes, 2 de julio de 2012
Escribir, queriendo o sin querer
Mi objetivo es escribir
desde el principio
del día, hasta el fin.
Mentiría si digo que
es mi objetivo,
puesto que lo evito.
Me paso todo el día
evitando escribir,
como evito resfriarme.
Y surge cual estornudo,
escribo sin darme cuenta;
no podría no escribir
ni aunque quisiera.
A veces me irrita
ser dependiente
de algo que me controla...
A veces me enfada,
a veces me agrada,
a veces me descongestiona.
Es un llenarse de algo
que de pronto explota
inundando a su paso
todo cuanto toca.
Es un resfrío del alma
que sola brota
llenando de palabras
hojas y hojas.
Yo también suelo escribir de cara a la pared. Y en una buhardilla muy parecida a la suya. Casi copia =)
http://silencioeslodemas.blogspot.com.es/2012/07/de-cara-la-pared.html
sábado, 30 de junio de 2012
Retazos...
Creo que un escritor escribe para dejar algo después de su muerte. Para poder regresar de allí donde no hay regreso.
Es triste perder un amigo. Pero es grato dejar que permanezcan aquellos recuerdos en los que siempre vivirá. Porque un recuerdo es un trozo de vida que hemos dejado en otros, mientras nos podía la prisa por llegar.
¿Llegar a donde? ¿Hacia donde vamos con tanta prisa? A veces hacia nuestro final.
Lo bueno es que no lo sabemos.
Es triste perder un amigo. Pero es grato dejar que permanezcan aquellos recuerdos en los que siempre vivirá. Porque un recuerdo es un trozo de vida que hemos dejado en otros, mientras nos podía la prisa por llegar.
¿Llegar a donde? ¿Hacia donde vamos con tanta prisa? A veces hacia nuestro final.
Lo bueno es que no lo sabemos.
viernes, 29 de junio de 2012
¿Compraste ese libro por fin?
Estaba esperándola en el coche, y mientras hacía tiempo a que llegara con su innata parsimonia, seguí leyendo Vivir para contarla. Es un libro muy extenso, y muy apasionante, de modo que me veo renovándolo montones de veces hasta verlo leído. Es algo a lo que en las bibliotecas que frecuento ya están acostumbrados, voy y vengo con montones de libros de temas variados, y los traigo y los devuelvo; pero el que realmente estoy leyendo letra por letra, lo renuevo una y otra vez hasta el hartazgo. Que es la medida de su tiempo que a mí me lleva leer. A unos bibliotecarios les da lo mismo, pero otros intentan esconder su desagrado sin conseguirlo.
Y es que siempre sucede lo mismo, los buenos escritores me ponen a escribir; o a corregir. No sé de qué modo me dan las claves, y no sé cómo sucede, pero me aportan una claridad tan lineal que me llevan de cuajo a escribir o revisar.
- ¿Si compré qué libro?_ le pregunté.
Alzó la biografía de Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, y me señaló la portada. Le respondí que ese libro lo había tomado prestado en la biblioteca, pero que era un libro que tenía pensado comprar. Y le recomendé leerlo, es más, le dije que era un libro que todo el mundo debería leer.
- Pues lo tienen en todos los mercadillos.
Su afirmación me hizo volverme hacia el asiento de atrás y mirarla fijamente. Le pregunté si estaba segura de eso que me decía. Y ella asintió muy segura. Entonces no lo dudé, si ella dice que está entre esos libros que siempre miramos juntas, es que sí está. Mi gran orgullo de madre es que les contagié a mis hijos mi pasión por leer. Y mi gran decepción, es que durante la adolescencia una, y post adolescencia otro, están leyendo muy poco.
- Un día que lo veamos, lo compraremos_ le dije_. Éste es un libro que quiero tener para leerlo muchas veces.
- ¿Y eso por qué?_ me preguntó.
- Es la biografía de un premio Nobel de literatura_ le hice saber.
- Eso lo sé, no soy tan tonta_ replicó ofendida_ ¿pero qué tiene de especial éste libro?
- Que leyendo su vida nadie se creería que fuese capaz de llegar a donde llegó. Tal parece que lo tuviese todo en contra.
Eso no pareció impresionarla. Creo que si algo he matado en ella es su capacidad de sorpresa ante mí. Nada de cuanto yo diga parece tener peso consistente ante su persona.
- Ah, ¡Está bien saberlo! ¿Pero está bien escrito el libro?...
- Está tan maravillosamente bien escrito que lo quiero tener.
Hizo una pausa valorativa. Sacó de un bolsillo de la mochila su teléfono móvil y se puso los cascos. Desde mi asiento escuchaba la música que estaba oyendo tan bien como ella, y le hice bajar el volumen, antes de arrancar.
- Pues iba siendo hora de que te lo compraras_ me dijo_. Es un libro que siempre miras como si fueses a comprarlo... y después lo dejas.
- No creo. Que yo sepa ese libro nunca lo vi.
- Lo vimos muchas veces. Y siempre parece que te lo quieres comprar.
- Quiero comprarme tantos libros, que si lo hiciese, viviría en la calle.
Clavó sus ojos en mí para hacerme saber, que el tema quedaba zanjado. Cuando era pequeña usaba una frase que pocas veces utiliza ya: Fin de la entrevista. Sin embargo, aunque no lo anuncia, siempre se guarda una traca final.
- El próximo día le preguntaremos al hombre del mercadillo a ver qué nos dice...¡si yo digo que sí es que sí!
Y es que siempre sucede lo mismo, los buenos escritores me ponen a escribir; o a corregir. No sé de qué modo me dan las claves, y no sé cómo sucede, pero me aportan una claridad tan lineal que me llevan de cuajo a escribir o revisar.
- ¿Si compré qué libro?_ le pregunté.
Alzó la biografía de Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, y me señaló la portada. Le respondí que ese libro lo había tomado prestado en la biblioteca, pero que era un libro que tenía pensado comprar. Y le recomendé leerlo, es más, le dije que era un libro que todo el mundo debería leer.
- Pues lo tienen en todos los mercadillos.
Su afirmación me hizo volverme hacia el asiento de atrás y mirarla fijamente. Le pregunté si estaba segura de eso que me decía. Y ella asintió muy segura. Entonces no lo dudé, si ella dice que está entre esos libros que siempre miramos juntas, es que sí está. Mi gran orgullo de madre es que les contagié a mis hijos mi pasión por leer. Y mi gran decepción, es que durante la adolescencia una, y post adolescencia otro, están leyendo muy poco.
- Un día que lo veamos, lo compraremos_ le dije_. Éste es un libro que quiero tener para leerlo muchas veces.
- ¿Y eso por qué?_ me preguntó.
- Es la biografía de un premio Nobel de literatura_ le hice saber.
- Eso lo sé, no soy tan tonta_ replicó ofendida_ ¿pero qué tiene de especial éste libro?
- Que leyendo su vida nadie se creería que fuese capaz de llegar a donde llegó. Tal parece que lo tuviese todo en contra.
Eso no pareció impresionarla. Creo que si algo he matado en ella es su capacidad de sorpresa ante mí. Nada de cuanto yo diga parece tener peso consistente ante su persona.
- Ah, ¡Está bien saberlo! ¿Pero está bien escrito el libro?...
- Está tan maravillosamente bien escrito que lo quiero tener.
Hizo una pausa valorativa. Sacó de un bolsillo de la mochila su teléfono móvil y se puso los cascos. Desde mi asiento escuchaba la música que estaba oyendo tan bien como ella, y le hice bajar el volumen, antes de arrancar.
- Pues iba siendo hora de que te lo compraras_ me dijo_. Es un libro que siempre miras como si fueses a comprarlo... y después lo dejas.
- No creo. Que yo sepa ese libro nunca lo vi.
- Lo vimos muchas veces. Y siempre parece que te lo quieres comprar.
- Quiero comprarme tantos libros, que si lo hiciese, viviría en la calle.
Clavó sus ojos en mí para hacerme saber, que el tema quedaba zanjado. Cuando era pequeña usaba una frase que pocas veces utiliza ya: Fin de la entrevista. Sin embargo, aunque no lo anuncia, siempre se guarda una traca final.
- El próximo día le preguntaremos al hombre del mercadillo a ver qué nos dice...¡si yo digo que sí es que sí!
jueves, 28 de junio de 2012
Verbo revisar
Me temo cuando me da por corregir. Me temo y me adoro. Adoro tener el valor de afrontarme desde el principio. De ver todos los errores que fui capaz de corregir desde el ahora, sabiendo que los que cometo en el presente sin apenas presentirlo, un día saltarán hasta mis ojos para darme cuenta de que están ahí, escondidos de forma subrepticia solo para mí.
Me temo cuando comienzo a corregir, me temo y me adoro, porque las horas pasan veloces en el reloj, porque vuelvo a descubrirme y a sorprenderme desde quien soy, desde quien aspiro a ser; desde quien nunca seré.
Es curioso observar ese tiempo en que trazaba las frases con enorme confusión entre lo que quise decir y lo que dije. Que aunque hayan pasado ya quince años desde mi primer novelón de 325 páginas, leo cada una y sé lo que vi y cómo lo vi, para desde el ahora alisar las arrugas, apartar las piedras del camino, restar adjetivos innecesarios, cambiar preposiciones erradas; y dirigir.
Me temo y me adoro, porque pese al tiempo que ha pasado sigue teniendo un sentido para mí, sigue siendo lo primero que escribí, y me anticipé a montones de cosas sin saberlo. Desde el ahora entiendo la lección que ese escrito encerraba para mí, y debo decir que he suspendido con el mayor suspenso de mi vida. Pero que pese a todo tal vez debió de ser así, para que ahora sepa todo lo que sé: que mis prejuicios me arruinan la vida. Que todo prejuicio es carcoma.
Que intento corregir y corrigiendo me paso la vida. Que es un vicio aún peor que escribir. Que es un reescribir con la eterna esperanza de mejora. Una enfermedad en sí, que contagia de salud a lo que toca.
Me temo cuando comienzo a corregir, me temo y me adoro, porque las horas pasan veloces en el reloj, porque vuelvo a descubrirme y a sorprenderme desde quien soy, desde quien aspiro a ser; desde quien nunca seré.
Es curioso observar ese tiempo en que trazaba las frases con enorme confusión entre lo que quise decir y lo que dije. Que aunque hayan pasado ya quince años desde mi primer novelón de 325 páginas, leo cada una y sé lo que vi y cómo lo vi, para desde el ahora alisar las arrugas, apartar las piedras del camino, restar adjetivos innecesarios, cambiar preposiciones erradas; y dirigir.
Me temo y me adoro, porque pese al tiempo que ha pasado sigue teniendo un sentido para mí, sigue siendo lo primero que escribí, y me anticipé a montones de cosas sin saberlo. Desde el ahora entiendo la lección que ese escrito encerraba para mí, y debo decir que he suspendido con el mayor suspenso de mi vida. Pero que pese a todo tal vez debió de ser así, para que ahora sepa todo lo que sé: que mis prejuicios me arruinan la vida. Que todo prejuicio es carcoma.
Que intento corregir y corrigiendo me paso la vida. Que es un vicio aún peor que escribir. Que es un reescribir con la eterna esperanza de mejora. Una enfermedad en sí, que contagia de salud a lo que toca.
martes, 26 de junio de 2012
Quitando aparcamientos en época de multitud
Hace tiempo que no me daba un paseo relajado por la villa marinera. Y no es que el paseo de ayer fuese lo que se dice relajado, porque caminar a toda velocidad para desentumecerse no admite relajación, sí en cambio ese cansancio del cuerpo que elimina todo estrés. El mar estaba tan en calma como una piscina, el cielo despejado por completo por un sol de rayos aterciopelados avanzando hacia el declive. Los turistas, que habían llenado la tarde con el ahínco de las hormigas fuera del hormiguero, reunidos por todas partes, se habían ido a descansar. Quedaban los dueños de los locales de ocio repitiendo a sus clientes que este año sería aún menos recaudatorio que el anterior, porque la gente ya estaba sin dinero. Apuntaban que la clase media estaba desapareciendo a un paso veloz, y que quienes antes tenían ahora estaban más forrados, y quienes no tenían en situación aún peor. Mientras hablaban yo pensaba en la fatalidad de ocupar los lugares de abajo, de ser esa naranja que está sobre el exprimidor sin mucho más jugo para dar, y que a toda costa siguen intentando exprimir. Quise pensar que se exageraba, que la clase media nunca se podrá extinguir. Y no pude discutírmelo a mí misma, porque en el fondo tengo conciencia de que es así.
Hace tiempo se quiso cobrar un euro por pisar la playa. Y me indigné porque hay mucha gente que no podría pisarla tanto como quisiera. Después se quiso poner zona azul, y me enfadé porque quienes aparcamos todo el año nos dejaríamos una pasta en lo que hasta ahora vino siendo gratis. Y además quienes venimos de las afueras ya nos dejamos lo nuestro en carburante. Pero el alcalde siguió pensando en nuevas fórmulas para llenarse las arcas que ahora tiene vacías y comenzó a estrechar las calles y ampliar las aceras. No pude entenderlo. ¿Para qué queremos tanta acera si durante el invierno somos cuatro gatos? Y en lo que dura el verano, que está todo lleno hasta la bandera, nos cruzamos sin rozarnos siquiera.
Creo que se están ampliando las aceras con el único objetivo de quitar aparcamientos. Para que cuando llegar con tu coche y encontrar un hueco para aparcar, sea tan milagroso, que hasta te ilusione llegar a la torreta verde con tu moneda para extraerle un ticket con el que deshacerte por unas horas de ese vehículo negado, que en ese juego de tetris que es siempre aparcar, no conseguiste encajar de gratis. Se amplían las terrazas de bar, se adornan con jardineras de hierro, se intercalan las recientes palmeras con algún banco casual, y tu villa marinera de siempre, deja de ser lo que ha sido para convertirse en Hawai.
Caminas, sigues caminando en soledad, exorcizando tus viejos fantasmas de antaño y sigues comparando, pero pese a todo, esa villa marinera sigue teniendo su embrujo, sigue llenándote tanto, que sabes que pase lo que pase, seguirá contando contigo un día tras otro, siglo tras siglo, eternidad tras eternidad.
Hace tiempo se quiso cobrar un euro por pisar la playa. Y me indigné porque hay mucha gente que no podría pisarla tanto como quisiera. Después se quiso poner zona azul, y me enfadé porque quienes aparcamos todo el año nos dejaríamos una pasta en lo que hasta ahora vino siendo gratis. Y además quienes venimos de las afueras ya nos dejamos lo nuestro en carburante. Pero el alcalde siguió pensando en nuevas fórmulas para llenarse las arcas que ahora tiene vacías y comenzó a estrechar las calles y ampliar las aceras. No pude entenderlo. ¿Para qué queremos tanta acera si durante el invierno somos cuatro gatos? Y en lo que dura el verano, que está todo lleno hasta la bandera, nos cruzamos sin rozarnos siquiera.
Creo que se están ampliando las aceras con el único objetivo de quitar aparcamientos. Para que cuando llegar con tu coche y encontrar un hueco para aparcar, sea tan milagroso, que hasta te ilusione llegar a la torreta verde con tu moneda para extraerle un ticket con el que deshacerte por unas horas de ese vehículo negado, que en ese juego de tetris que es siempre aparcar, no conseguiste encajar de gratis. Se amplían las terrazas de bar, se adornan con jardineras de hierro, se intercalan las recientes palmeras con algún banco casual, y tu villa marinera de siempre, deja de ser lo que ha sido para convertirse en Hawai.
Caminas, sigues caminando en soledad, exorcizando tus viejos fantasmas de antaño y sigues comparando, pero pese a todo, esa villa marinera sigue teniendo su embrujo, sigue llenándote tanto, que sabes que pase lo que pase, seguirá contando contigo un día tras otro, siglo tras siglo, eternidad tras eternidad.
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