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viernes, 14 de enero de 2011

Una cruz blanca lleva mi pena

Desde el telediario matinal ha llegado la imagen de una zanja abierta en canal, tan desoladora como interminable sobre una colina. Se va cerrando a medida que avanza, y sobre la tierra movida se pone una cruz blanca con un escueto número por toda identificación. Se cuenta que tras las lluvias torrenciales y los corrimientos de tierra que han asolado Brasil, ni los propios familiares son capaces de reconocer a sus muertos. Desde el telediario se da un rápido número de muertos, y de desaparecidos, y de un modo raudo y veloz se cambia de tema; como si cualquier tema fuese capaz de aislar e incluso olvidar una tragedia semejante, la pérdida de 444 vidas humanas de un balance aún provisional.

Desde las imágenes ofrecidas por vía aérea puede verse el peligro de otros pueblos adyacentes, agrupados en la falda de altas montañas muy sensibles de correr la misma suerte. Y uno puede imaginarse fácilmente qué haría de encontrarse en la misma situación, y sabe que se dice muy pronto lo dejar tu propia casa e irte a vivir a otro lugar. Es más fácil hablar que realizar, si no lo fuese todos seríamos ya aquello que anhelamos.

Uno se queda en un ay, viendo lo fácil que entremezclan los temas en los programas de televisión, incluso en los más serios, pasamos de una tragedia de semejante magnitud a la que se dedican 60 segundos de reloj, a dedicarles minutos enteros a las palabras huecas que ha dicho no sé quién tropecientas veces, y totalmente carentes de sentido pese al cargo que ostenta, el mismo que ha demostrado a lo largo del tiempo no merecer, pero sigue ahí impertérrito viendo cómo nos hundimos desde su torre vigía sin mover una pestaña, y eso sí, con su sonrisa de idiota que sirve lo mismo para un roto que para un descosido. En el intervalo de esos planos gratuitos apetece decir aquello de que paren el mundo que yo me bajo, sólo que te quedas a mirarlo mejor y formulas la frase a tu modo: que agiten el mundo a ver si te bajan de una vez, que ya vas tardando. Después te queda la esperanza de que sea muy pronto, porque esperanza es lo que cabe tener después de todo.

Queda en la retina esa pala gigantesca, trabajando sobre esa colina altísima, abriendo metros y metros de improvisadas tumbas de muertos sin identificar. Quedan cientos de cruces blancas con un número grabado a modo de identificación. Queda la constancia de que da lo mismo qué tipo de muerto se halle en cualquier lugar, porque a fin de cuentas los muertos del mundo son todos nuestros. Cada uno de ellos es un vivo menos que tenemos, y nos atañe a todos. Desde la pena de aquellos que sin conocerlos han sido nuestros. Como lo han sido nuestros nuestros propios abuelos, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros sobrinos, amigos, primos, tíos, sobrinos, vecinos...compañeros...

Es así, de este único modo en que lo entendemos, si trasladamos la tragedia a nuestro alrededor. Sólo es así como cabe tan siquiera imaginarlo. Hace horas que apagué el televisor empeñado entremezclar las noticias como si fuesen comparables unas a otras. Pero la visión de esa zanja interminable sigue ahí, es una de esas visiones que se quedarán toda la vida en la retina. Una de tantas que luego habrá que exorcizar del modo en que sea para convivir con ella.



2 comentarios:

  1. Te entiendo perfectamente. Una de las obligaciones de un buen ciudadano es saber jerarquizar las noticias que recibe. Saber elegir de qué se compadece uno, de qué quiere preocuparse, y en qué decide ocuparse. Los medios masivos de comunicación no nos lo ponen fácil, por lo que tú dices: nos dan "noticias-consumo", y nuestra cultura de zapping nos impide detenernos a fondo en algo. Es tarea nuestra. Y es importante. Muy buena tu reflexión, Begoña.

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  2. Lo mismo lo trasladaría a algunos libros que se publican hoy en día. Creo que se publica mucha obra ligth cuando la vida es 100% materia grasa.
    Saludos

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