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miércoles, 19 de enero de 2011

Una casa que no está

Solía hablar mucho con Sofía, una mujer de ochenta años, alta y delgada, de pelo castaño muy corto y alborotado que había enviudado dos veces, la última de ellas de un trágico suicidio que la desestabilizó para siempre. Me gustaba pararme a charlar con ella porque siempre le daba mucho peso a mis palabras, y me las solía recordar meses después como si mediante ellas le hubiese aportado claridad, eso me gustaba. Al llamarme pronunciaba mi nombre desde un lugar entre la sorpresa y la alegría, como si desde mis veinte años y sus ochenta no hubiese distancia. Y es que no la había.

Una vez le conté que su casa y su jardín fueron para mí durante años el símbolo fehaciente de la felicidad, ella me miró y sus ojos pardos se llenaron de agua, para entonces yo sabía que pocas mujeres en la vida fueron tan desgraciadas. Y aún hoy, después de contemplar miles de casas, y pese a no existir, sigue siendo en mi memoria la mejor casa. Una casa de plaqueta verde y planta baja, rodeada de un jardín lleno a reventar de flores de todos los colores y estampas, y una huerta que repartía por ambos lados las hortalizas más verdes y más alineadas. Era todo colorido, todo salud, todo preciosura para el alma, y yo todo cursilería mientas la contemplaba de un vistazo al pasar, para saborear el día entero su abundancia.

Tardé mucho tiempo en saber que Sofía se había ido al asilo glamuroso, ese del que hablé en mi entrada anterior. Y fui testigo mudo de cómo sus plantas se fueron marchitando y muriendo, su casa se fue apagando, sus hortalizas desapareciendo. Meses más tarde me contaron que la habían visto muy elegante vestida y radiante de felicidad mientras efectuaba unas compras con un grupo de amigas. Me contaron que en ese asilo dejaban campar a su aire a quienes estaban bien de la cabeza, les dejaban ir y venir, llevar y traer, siempre que fuesen puntuales a las horas de las comidas. De modo que se iban a tomar el café, o a comprarse ropa, a buscarse antojos para comer, o a visitar familiares, cada quién hacía exactamente lo que quería cumpliendo las normas. No supe si creerlo, hasta que un día casualmente la encontré, y ella misma me lo contó. Iba tan bien vestida como una enamorada a su cita y me presentó una por una a sus amigas, me confesó que llevaban toda la mañana en el centro comercial gastando la asignación semanal, porque les daban una asignación semanal para sus caprichos. Me lo confesó como confesando un pecado y nos reímos juntas, ella de pura alegría y yo de pura sorpresa por lo rejuvenecida que estaba.

Años después volví a encontrarla junto a su casa. Estaba muy nerviosa y alterada, me contó que la habían sacado del asilo, y quería volver pero a nadie le importaba. No la dejaban volver en modo alguno, y no podía hacer nada. Me habló con detalle de una conspiración, que la verdad, en su estado de crispación y ancianidad creí que deliraba. Me advirtió punto por punto de futuribles y me pidió que no olvidara. Fue la última vez que hablamos a solas, pues desde entonces la custodiaban, a más vecinas les dijo lo que a mí y supongo que alguien extendió el rumor y que la encerraron en casa. Meses después echaron su casa abajo y construyeron una de dos plantas. La planta baja para ella y su soledad, la alta para su nieto, su esposa y sus cuatro hijos. Los padres trabajaban todo el día y los niños iban al cole o la guardería, Sofía quedaba al cuidado de una chica que venía dos horas a su casa por las mañanas, la sacaba a pasear y ejercía entre otras cosas de censora particular. Para ahorrarle reprimendas la saludabas de lejos y la dejabas.

Sofía se fue apagando día tras día como se apaga una planta que ya no recibe luz, que no se riega con agua. Y en pocos años murió. Su nieto tiene una casa. Sin embargo la casa que yo veo cuando miro es la anterior, y la Sofía que veo es la mujer que me llamaba, haciendo mi nombre nuevo cada vez que me nombraba.

3 comentarios:

  1. Me hubiera encantado conocer a sofía, hermoso relato. Siempre tu sorprendiendo con tus letras. besos

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  2. Que historia tan interesante de principio a fin, y trae a mi memoria que estos días le dije a mi madre de 81 años, que si yo llegaba a su edad le diría a mi nieto y a mi hija que me llevaran a un asilo, porque en verdad que no habría quien se dedicara a atenderme, que triste pero es la pura verdad. Gracias por compartirnos esta vivencia con Sofía.
    **********
    Los Amigos son Angeles que nos llevan
    en sus brazos cuando nuestras alas
    tienen problemas para recordar
    como volar.

    (¯`v´¯)
    `•.¸.•´
    ¸.•´¸.•´¨) ¸.•*¨)
    (¸.•´ (¸.•´ .•´¸¸.•´¯`•-> SOYPKS

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  3. Bohemio, el mundo está lleno de Sofías, pero son tan silenciosas que hay que desentrañar el silencio para encontrarlas, y tan temerosas que un leve aleteo de mariposa puede asustarlas.

    Soypks en un libro que leí hace mucho tiempo encontré una frase: Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a el.
    En cualquier caso estemos donde estemos conservaremos la dignidad. Eso quiere decir que no estaremos dispuestos a permitir que nos traten de cualquier modo. Creo que con eso basta.
    Y si además nos quieren, mejor que mejor :)

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