Las veces que envié algún manuscrito a un agente literario me asaltó un vértigo absurdo, como casi todo lo que me sacude proveniente de mis miedos. Tengo miedos absurdos, del que está instalado ahora mismo en mi subconsciente mejor ni hablo, es demasiado catastrófico para ser verdad, pero vive anclado en algún lugar sin dar la lata, hasta que se entremezcla en mis pesadillas. Creo que hasta de mis pesadillas saco material para mis escritos, y que hasta en cierta medida me gustan, si quiero dar un aire macabro a una escena y los uso gano credibilidad. Ante mí misma, claro está, que al final es lo que cuenta en una afición tan solitaria como la de rellenar páginas en blanco, que después no dejas leer a nadie porque se dedican a meterte los dedos en los ojos durante años. Excepto Carlota en mi caso, que se emociona tanto con mis escritos que con su emoción desmedida me ha dejado kao, y me ha hecho darme cuenta de que alguien que se emociona con mis escritos aún más que yo me supera de un modo extraordinario. Lo que me suma idiotez y me paraliza. Desde que Carlota leyó mi historia de un niño triste estoy estancada, y me ha hecho plantearme si quiero dejar este tipo de emociones a mi posteridad. O si quiero que me recuerden como alguien especial cuando soy alguien tan del todo corriente. Lo apuntado, he ganado solamente en estupidez.
Al enviar un manuscrito a un agente literario, me ha entrado un vértigo horrible a que la cosa fuese bien, y a que de pronto mi vida se me fuese de las manos por haber cocinado en papel una de esas recetas milagrosas que de repente contienen un nuevo sabor, y que de pronto se deciden editar simultáneamente en varias lenguas, y que escapan de motu propio a todo control. He tenido un vértigo insoportable a cambiar la vida de quienes viven conmigo, a dejar de ser yo y convertirme en algo que no pueda manejar desde adentro. Han saltado todas las alarmas y me he dado cuenta de que me gusta demasiado la vida que llevo, y que mis sueños están proyectados a mi otra vida, porque en esta no creo necesario que se cumplan; esta me gusta tal y como está con todos sus defectos, esos mismos que a menudo me sacan de quicio y me hacen como soy. He aprendido finalmente a vivir amigablemente con quien soy, y no quiero ser de pronto otra cosa que me lleve mil años de nueva adaptación, otra vez no por favor, ha sido demasiado tortuoso.
:(Y aquí apunto que nunca se me debe de tomar muy en serio, porque al fin y al cabo esta entrada no es más que un ejercicio literario como todas las del blog, un ejercicio de cocina entre papeles:)
Entonces creía en eso del bombo y platillo de un escritor que de la nada salta a la fama y se hace multirrico, y yo siendo multirrica no sabría vivir. Entonces imaginé que crearía orfanatos y clínicas varias para dolores de todo tipo, me uniría a causas que mejorasen el mundo y todo eso que fantaseo. Y entonces desde mi lado más crítico surgió una voz, esa que me dice que todos esos cambios han de venir de los gobiernos, porque sino son tan solo parches a los parches de parches gigantes. La solución no es ser una multirrica que abarca un área mínima, la solución es crear gobiernos que se agrupen por un bien común. Tengo pesadillas horribles, eso ya lo he dicho, pero mis sueños no pueden salirme mejor; ni más imposibles tampoco.
El caso es que imaginando convertirme en una escritora prolífica, y no en una birria de soñadora aporreante de teclados, encontré una escritora de las de verdad. De esas que han publicado más de 40 libros y cuando pides uno en la biblioteca alguien te dice: ¿Care qué?, respondes Care Santos, y buscan desconfiados en el ordenador como si les hubieses formulado un nombre que acabas de sacarte de la manga. Después de un rato dan un salto de sorpresa relámpago y te dicen, sí, tenemos un libro suyo ¿lo quieres?, y tu respondes, no sé, depende de que libro se trate, quizá lo he leído. Te dicen el título y resulta que ya lo has leído, y vuelven a mirarte como si les estuvieses bacilando, que es que no. Entonces les dices que Care Santos tiene más de 40 libros publicados y se caen de espaldas, no esperas a que se levanten, atraviesas el arco multialarma y te vas, no sin antes señalarles que por favor se hagan con más libros suyos para la próxima vez. Suerte la tuya que encargas los libros que quieres en la librería, porque sabes como que hay sol, que a veces no te sirven los periodos renovables de quince en quince días, que te alteran los nervios y te suspenden varios días, como si no hubieses tenido ya suspensos bastantes en tu tiempo escolar. Si algo has aprendido a través de los años es que existen historias que te sirven para todo el tiempo, y que hay libros que prestas que luego habrás de reclamar, esos libros que tal pareciera que quisiera quedarse todo el mundo, esos libros que parecen llevar un imán pegado y que por ambas partes cuesta soltar.
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