Powered By Blogger

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El amor no tiene edad

Hacía un frío invernal y Anaís salió de su casa sin chaqueta desafiando a todos los elementos, su madre la dejó ir esta vez, segura de que sería la última vez en que lo haría. Era una tarde de domingo de esas para quedarse en casa, pero ni aún así hubo un cambio de planes dentro del grupo que iba a dar un paseo, y si acaso tomarse un refresco en alguna terraza de las que miran a la playa. Allí, sobre todo allí se necesitaría una chaqueta le insistió su madre, pero Anaís la dejó olvidada sobre su cama muy a propósito. Y se fue con sus tejanos ceñidos, sus botas altas, la camiseta de su grupo favorito y sobre ella una sudadera azul marino con el interior de la capucha en color blanco, a juego con la enorme margarita alojada en su pecho. Llevaba la melena suelta, y algún que otro mechón acariciaba sus mejillas arreboladas, al fondo de sus ojos podía leerse una honda satisfacción, una aureola blanca la envolvía de pleno y sus labios sonreían todo el tiempo, contrastando con el día pésimo que se iba colando por la ventana.
Todas las advertencias las recogió con un sonoro silencio de eso ya me lo has dicho mil veces y un asentir de cabeza, seguido de muchos síes, a si había cargado su teléfono móvil, a si llevaba dinero, a si irían todas sus amigas, a si sabía a la hora justa y en el justo lugar en que la esperarían. Luego llegó el tiempo de los noes, no se quedaría sola, no se alejaría del grupo, no haría esto ni aquello ni lo de más allá, no, no, no, y todo sin perder el ánimo alegre que la acompañaba.
Durante la tarde llovió y ventó, después se hizo la calma y cuando fueron a recogerla esperaron encontrarla aterecida de frío, pero llegaba con una chaqueta de chico que le quedaba muy grande. Fue difícil saber a quien se veía más feliz, si al chico que llevaba la camiseta de manga corta y se frotaba los brazos para vencer al frío, o a la chica que llevaba puesta una cazadora que no era suya y que no pegaba para nada con su ropa. Se miraron un segundo mientras Anaís recogía su abrigo corto y le tendía su chaqueta diciendo gracias, mientras él se la ponía regocijado en ese calor proveniente de ella y respondía de nada.
Hay una inocencia innata que se escapa de pleno cuando se es lo suficientemente joven para ser inexperto, un creer que todos los secretos se mantienen a salvo. Como si el amor pudiese ocultarse con solo pretenderlo, o como si la caballerosidad hubiese desterrado de este nuestro tiempo. Pero afortunadamente no sucede ni uno ni otro. Nada que sea bello y puro tiene fecha de caducidad. El amor no tiene edad y la caballerosidad cuando existe se traduce en gestos, es espontanea como la misma lluvia, llega sin avisar y lo dice todo, aun cuando guarde silencio por no delatarse.

Nada delata tanto como una verdad envuelta en pureza.

4 comentarios:

  1. Hola Begoña, dejaste un comentario en mi entrada "Cadena Perpetua" que me gustó. Y me llamó la atención. Yo mandé mi primera novela a un premio con intención no declarada de ganarlo y publicar, como tú dices. Quedó finalista y no lo publiqué. Una de las protagonistas se llama Begoña.

    No conozco la película "Cadena perpetua", pero la buscaré.

    Un saludo,

    ResponderEliminar
  2. Espero que la encuentres y la disfrutes, un día de estos la volveré a ver. Créeme si te digo que ninguna de mis protagonistas se llama Begoña :)

    Saludos

    ResponderEliminar
  3. Pues claro que te creo. Yo tampoco tengo ningún personaje (además de mí mismo, que a veces me siento inventado...) que se llame Miguel.

    ResponderEliminar
  4. ...que a veces me siento inventado jajaj.
    Creo que nos inventamos historias justamente por eso, porque estamos cansados de inventarnos un ciento de veces a nosotros mismos y comenzamos a crear seres de papel.
    Saludos

    ResponderEliminar

Tu lees desde la invisibilidad y puedes aportar algo a este lugar, para ello existe