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martes, 10 de septiembre de 2013

Irse dejando una estela de amabilidad...

Un día, en cualquier momento, suena el teléfono y alguien te comunica la noticia de una muerte que se acaba de producir. El mundo se detiene y piensas en la persona que se fue. Te preguntas qué se llevó de su estancia en este mundo tan contradictorio siempre. Unas veces te parece que esa persona pudo vivir mejor si no fuese tan lo que fuere: cabezota, exigente, solitario, cascarrabias; lo que sea, siempre se te ocurre un calificativo para designar a las personas.

En este caso sería alguien que por una distancia corta no llegó a estrenar los cien y el calificativo sería bondadosa. Una persona que no fue bien tratada por la vida y sin embargo siempre supo sembrar amabilidad a su paso. Alguien a quien no estaría mal saber imitar si no fuese porque las personas son inimitables, cada uno es como es. Me gusta que cuando la gente se va, me deje un gran ejemplo que valdría la pena seguir, creo que ese es el verdadero triunfo de haber pasado por aquí. Por esta vida, algunas veces,tan difícil de calificar.

En los velatorios y los entierros uno se termina dando cuenta de lo distintos que somos y lo distinto que nos comportamos unos y otros, ¿o a caso no?, ¿acaso seremos más parecidos de lo que llegaremos a creer? La verdad que no lo sé, siempre me ataca una especie de pereza por todo ese ritual que acompaña a la muerte, pero que siempre nos termina haciendo aterrizar de nuevo. Vivimos entre las nubes hasta que de pronto se sucede algún final, que nos recuerda que no vamos a estar aquí para siempre. Y que es necesario vivir cada día de los que nos quedan, intentando ser alguien de quien se pueda recordar algo amable, que consiga vencer la amenaza de ese olvido, llamado eternidad.

Se me ocurre que, si una por una todas las personas que habitan la tierra, trabajasen por conseguir la paz con todas las personas que les rodean, algún día la paz sería mundial. 

También se me ocurre una de las frases más bonitas que leí sobre la muerte alguna vez:

"Después de todo la muerte es solo un síntoma de que hubo vida".

                                                               Mario Benedetti

domingo, 8 de septiembre de 2013

Cambiar el color de los ojos

Estos días nos sorprendía una noticia inesperada, ya es posible cambiar el color de los ojos con una técnica que no tiene contraindicaciones ni efectos secundarios. Nunca pensé que algo así pudiera suceder, y personalmente, el color de los míos nunca lo cambiaría porque son una herencia poco frecuente en mi familia. Un color que siempre me gustó porque verdes son los campos asturianos.

Ahora bien, de niña conocí a un hombre que tenía un ojo azul y otro marrón. Recuerdo lo que aquello me impactó y lo mucho que a él le incomodó esa insistencia de los niños, de asegurarse que ven lo que están viendo, aunque no pregunten, porque en su familia le han atajado de todas las formas posibles su ánimo preguntón.

Creo que la ciencia nos sorprende cada día con un nuevo avance que siempre pensamos imposible. Que la posibilidad de crear noticias desde un periódico al abrirlo cada vez se asemeja más al sentimiento de leer una buena obra de ciencia ficción. Solo que en este caso es el hecho constatado de algo real.

viernes, 30 de agosto de 2013

Leer las noticias

Cada día salen los periódicos cargados con las últimas noticias y de cuando en cuando salta una que se hace aún más insoportable que las anteriores. En cierto modo los periódicos son un pulso constante de la realidad que empeora por instantes. Quienes esperamos escribir una ficción que resulte aceptable en su nivel de calidad, entendemos que nunca podremos superar la vida tal cual sucede segundo a segundo, y constatamos que nuestra más desbocada imaginación nunca podrá competir con el antojo de la actualidad.

Ayer, leía una noticia macabra que no voy a repetir ni siquiera por escrito, es demasiado horrible para exponerla aquí. La prueba irrefutable de que mientras unos se afanan en hacer de este mundo un lugar amigable sin excepción, otros solo piensan en lucrarse a costa de lo que sea. A diario constatamos que de nuevo vuelve a suceder así.

Ayer un niño de seis años preguntaba a todos los que tenía alrededor por qué motivo no se veía nada de nada. Esperaba una respuesta que nadie sabía aún como darle. Esperaba ese momento imposible en que todo para él volviese de nuevo a la normalidad.

Después de leer esa noticia de apenas cuatro centímetros por cuatro, yo espero lo mismo también, sabiendo que no será ni para mí ni para él; aunque nos separen todos los kilómetros que separan China y España. Porque a veces suceden cosas que ponen nuestro mundo en jaque y lo desmoronan, a veces leer las noticias arranca de raíz nuestro deseo de novelar la realidad. Sabemos que se novela sola un segundo tras otro en los noticiarios, sin que nada la detenga, dejando que suceda cualquier cosa y en cualquier parte, incluso aquello que jamás pudiste imaginar. Que el mundo de un niño de seis años se oscureciese para siempre mientras jugaba, es algo con lo que no puedes. Con lo que nunca podrás.

jueves, 29 de agosto de 2013

¿Y si lo intentaras?

La pregunta del siglo quizá sea esta, o tal vez no tanto, pero supongo que es la pregunta de mi vida. La respuesta es siempre que es demasiado pronto, que aún no estoy preparada, que mañana lo puedo hacer mejor...y nunca llega mañana. A diario sé de gente que se lo propuso y se atrevió, eso me reafirma en que a su debido momento yo también daré el gran paso, hacia las nubes o acantilado abajo, que viene a ser lo que sucede con quienes practican cualquier clase de parapente.

¿Y si lo intentara?, aún no sé la respuesta a esa pregunta ni la sabré hasta después de haberlo intentado, pero si sé que hubo quienes se lo preguntaron hace tiempo y obtuvieron su respuesta.

La vida a veces responde y responde bien.

Una muestra

martes, 27 de agosto de 2013

La pequeña Dorrit

Hace tiempo que leí este libro de Charles Dickens, un autor que hace como veinte años que no leía, me hago mayor, lo sé, pero no pienso disculparme por sumar días. Mientras leía encontraba reminiscencias de su autor, ciertos detalles que habitan su obra y no pude evitar pensar que fue una obra que se fue escribiendo en el periódico local; que la gente la esperaba con ansiedad y que en esos términos tomaba el pulso de una época en que habitaba la precariedad. El propio autor la padeció durante la mayor parte de su vida, eso se cuenta en las páginas que preceden al libro, en las que se resumen las condiciones en las que Charles Dickens vivió.

El libro en este momento no lo tengo aquí, está en una caja de libros que presté y cuya devolución aún tardará. La historia relata el mismo Londres que se describe en sus libros y para mí tuvo cierta similitud con Oliver Twist. La pequeña Dorrit vive en la cárcel junto a su padre, que está allí cumpliendo condena por una deuda, su hermano vive con ellos también.

El libro dibuja muchas personalidades diversas, relata todo tipo de situaciones que lo hacen un lugar visible mientras se lee, creíble y palpable, pero en su parte final se estira hacia una felicidad bastante poco probable. Una conjunción de suerte bastante forzada, hace que el milagro se logre, pero resta credibilidad al libro, al menos en mi opinión.

Quién iba a decir que yo pusiera remilgos al tipo de finales que antes buscaba en los libros. Entiendo que el autor además de por sus convicciones personales, estaría motivado por dar a sus lectores esa historia que esperaban para amenizar su dura jornada, que quizá fuera ese el combustible que ponía en movimiento sus obras, pero como lectora de este momento y este lugar, y también de esta edad, lo cerré sabiendo que de un cien por cien en credibilidad, a ese mismo final le daría un diez por ciento. 

Aunque en su época y su momento, publicado por entregas en un periódico local, debió suponer un sueño al alcance de todos, digno de admirar. Quién pudiese sobrevolar aquel Londres convertido en fantasma, para ver todas las reacciones que en su momento tuvo a bien desatar. Hay novelas que semejan sueños de autores, besos de buenas noches que llegan para gritar alto, que todo puede cambiar. En eso iba pensando mientras leía...

lunes, 26 de agosto de 2013

El objetivo del siglo

Desde hace días no puedo quitarme de la cabeza esas imágenes de niños gaseados, dispuestos en el suelo a lo largo de filas interminables. También personas de todas las edades, que estaban llenas de planes que alguien les negó. 

No entiendo cómo algo así no puede detenerse antes de su comienzo. Cómo puede ser que algo cuyas dimensiones son incalculables fuese llevado a cabo, o en nombre de qué. Sospecho que de nuevo son intereses monetarios. Que de nuevo la ambición de poder comienza una pesadilla de siglos. 

No hay nada que pueda bloquearme más que imágenes como esas. Se cambia el escenario pero el horror vuelve a comenzar. Un horror que siempre se me antojará tan innecesario.

Si hay algo que siempre ambicionaré será la paz, de norte a sur y de este a oeste, solo ese objetivo debería tener validez a lo largo y ancho de nuestro siglo.

domingo, 25 de agosto de 2013

La vida responde de nuevo

Había en la casa un ordenador que ya casi no se usaba, uno al que dediqué muchos meses de lo que fue un intento de concretar cuentos en vista de leerlos pasado un tiempo, solo que ese tiempo nunca llegó a materializarse en algo que considerase bueno. Todos quedaban aplazados a una siguiente revisión, de ahí que nunca se llegasen a imprimir, todo lo más a ocupar un diskette al fondo de un cajón.

De ahí que cuando un día de repente me dio por encender ese antiguo ordenador que nadie usa, decidiese suprimir todo lo innecesario que había allí, para ganar esa velocidad que ya estaba pidiendo a gritos estertores y pantallas azules de vuelva usted a intentar encenderme, por favor.

Desde ahí a visitar a un técnico hubo pocos pasos, la verdad. A la pregunta de qué es lo que debo hacer, respondí con un simple: deseche todo lo que hay menos el word, ese lo quiero tal cual está. Procure no borrar ningún programa que lo mate de un modo definitivo, es esa mi única petición. Días más tarde me llamó haciéndose el despistado, y de vuelta a la pregunta de qué quería conservar, a lo que respondí exactamente lo mismo, solo que en distintas palabras, resumiendo, porque estaba en medio de una reunión donde todo el mundo hablaba y también yo.

Le llevó solo medio día volver a llamar para decir que ya lo tenía listo y que había algunos virus que eliminó. Llegué a su tienda media hora después para recoger mi word fresquíto y ponerme los próximos meses a él, intentando concretar algunos cuentos a objeto de publicar. (Estoy bastante obsesionada, pero no voy a disculparme, me hace ilusión tener un fin que me enfoque en trabajar). Solo que al llegar a casa y encenderlo, me encontré con un ordenador vacío de todo, pero que de todo, todo, incluso de word. Tengo un carácter muy adaptable, a veces demasiado incluso, y soy creyente, creo en un dios que no suelo encontrar en las iglesias, pero sí junto a mí haciéndome la vida más sencilla. Es por eso que ni grité, ni reclamé, ni tan siquiera me enfadé, decidí que a partir de entonces debía usar más las antiguas libretas y el boli. Anotar en algún lugar palpable y siempre presente aquello que no quisiera perder bajo ninguna circunstancia.

Lo tomé como una lección inolvidable y como un aprendizaje futuro. Sé que perdí de manera irrecuperable muchas horas de diversión y trabajo a partes iguales, pero también muchas horas de nuevas correcciones y dudas eternas de las que ya no tengo ni la más mínima señal, porque aquello que no hubiese quedado bien registrado, simplemente no era tan necesario ni tan siquiera para mí. Lo que tengo es lo queda en otro ordenador que ya puedo comenzar a ordenar de veras, porque sé que ni los técnicos son infalibles de verdad; a veces ni ellos se entienden con estas máquinas.

La vida me volvió a responder después de algunas entradas. Mi escritura es tan mágica que a veces me da miedo, pero es algo por lo que vale la pena: vivir para descifrar aquello que quieres decir, todo el tiempo y a todas horas, puede no ser una locura, sino una forma de rubricar lo que pasa por tu mente, un entretenimiento sin fin.