El otro día en un programa de televisión que no recuerdo, una madre decía que estaba deseando llenar un camión de tapones de plástico para su hija. Contó que en ese momento sólo pensaba en la enorme ayuda que su niña necesitaba. Pero sucedió que entonces se entero del caso de otra cría que necesitaba más ayuda aún, y quiso conocerla. Después de hacerlo, se dio cuenta de que ese caso, aunque pareciese increíble, era aún más urgente que el suyo, y decidió donarle parte de sus tapones a esa otra niña. Pero sucedió que cuando fue a donárselos, ninguna cantidad le pareció suficiente. Y no descansó hasta hacerle llegar el camión entero, aquel que había juntado con tanto esfuerzo para su propia hija.
Es un hecho que cuando empiezas a recoger tapones y a guardarlos sabiendo que a alguien a quien no conoces le mejorarás la vida, no podrás parar de hacerlo, porque sabes que es un gesto nimio que multiplicado millones de veces convierte sueños en realidad. Es lo menos que puedes hacer porque también sería lo menos que podrían hacer por ti. Y al final son gestos como este los que cambian el mundo.
Coge una bolsa transparente, cuélgala del gancho en el que cuelgas el delantal de cocina, y cuando hayas reunido los tapones que creas suficientes, llévalos al punto de recogida. Después, cuando vuelvas a casa, vuelve a comenzar. Es adictivo. A partir de ese instante no podrás volver a tirar un solo tapón, porque sabes que estás haciendo lo correcto y hacer lo correcto es la mayor de las recompensas. Hazlo, por favor.


