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miércoles, 4 de agosto de 2010

Recomendación

Acabo de ver una entrevista en vídeo que me aporta mucha luz en el proceso de la escritura. ( Y me colmaría de vergüenza si la tuviera ):

Las palabras de Álvaro Colomer, aportan mucha claridad al deber de un escritor. Dejo el enlace.






martes, 3 de agosto de 2010

A ver, imagínate...




Utilizo esta táctica apasionante cuando alguien no entiende algo. Porque aunque no lo parezca comprender lo que hacen los demás, o lo que dicen cuando se explican mal, o contar lo que pasó, no es tan sencillo. Si nos fijamos bien, la gente de nuestro entorno se pasa la vida en ello. Al menos yo, que me rodeo de realistas las veinticuatro horas del día. Los ilusos carecemos de ese problema, un iluso siempre andará por las nubes persiguiendo a seres imaginarios que son más interesantes porque traen consigo una historia que hay que desentrañar, eso hace que detenerte en pequeños detalles como el repentino: "¿Te fijaste?, me miró mal". Te haga aterrizar de golpe a la realidad para recapitular aquello. "Como que quien, Herminia. Me acaba de saludar con un aire de insolencia que no veas. Pues que se prepare, que no la vuelvo a saludar".

Es tirar piedras contra mi tejado, pero si hay alguien a quien se haya mirado mal es a una mujer, a los hombres no les preocupan cómo les miren. O que ni les miren, si es bueno el escaparate el hombre mirará y si le devuelven una mirada de asesinato en primer grado, lo que es a él tanto le da. "Puede ser por la blusa- pueden explicar de golpe- es que no me secó la azul, y esta roja queda fatal con esta falda". ¿Mujer cómo va a ser por eso? "Uy que no, lo que yo te diga".

Me encuentro bastantes mujeres así, capaces de entender lo más complicado de todo y no ver lo más simple. O ver tan solo una opción cuando pueda haber tantas, entonces pongo en marcha la rueda de posibilidades:

A ver, imagínate que tiene muchas tareas para hoy y va agobiada porque no le queda tiempo, entonces te saluda como de pasada para no darte cancha y no tener que dejarte con la palabra en la boca. Yo lo hago alguna vez, mejor ni hablar que dejar a la gente colgada en medio de una frase. Se saluda y ya. (No, esa no convence).

Pues imagínate que acaba de hacer un pago importante y está recapitulando como va a planificar la economía el resto del mes. Es motivo suficiente para mirar a la gente sin entusiasmo porque en realidad vas centrado en algo importante, ¿no crees? (No tampoco sirve. Dependiendo de la situación puedes ir a la definitiva. Aunque lo apasionante es darle un toque de emoción).

Pues imagínate que haya discutido con su marido y se haya levantado de mal humor. Y esté de tan mal humor que no quiera hablar con nadie. A veces pasa, ¿es que nunca te ha pasado mujer?
_ ¡Uy que si me ha pasado!, ayer mismo, y si te cuento porqué te vas a quedar helada.

Es un hecho, si te anuncian que vas a quedarte helada, te quedas frita.

lunes, 2 de agosto de 2010

Un final feliz




Es raro, lo reconozco, pero la cosa funciona así, el trabajo se acumula y de pronto tener blog pierde sentido. Pasa a ser exactamente lo mismo que tener montones de papeles encuadernados en una caja del desván. La vida real es tan apasionante que escribir pasa a un segundo plano, leer se puede leer muy poquíto en los últimos días, si tu hija está leyendo el mismo libro que tú Verde agua, tú no pasas de la página 16 y ella lleva 60, vamos mal, pero es lo que hay. Todo lo que puedes esperar es que sea un libro adecuado, tal como parece para su edad, sin nada inconveniente. Y si lo encuentra que lo deje, porque peor que la tele de ahora es que ya no hay nada, y el libro es una maravilla, la verdad.

Estuve preparando algunas entradas en estos días, y mira por donde de todo lo que preparo no expongo nada. Soy más rara que un perro verde. En todo encuentro que me "regalo" de un modo absurdo, que quedo demasiado expuesta, algo que como se sabe es del todo innecesario. Y es que tengo este humor, soy lo más imprevisible e insoportable que vi en mi vida. Es lo que me pasa cuando un nuevo tema ha ocupado mi cabeza, y estoy "sin haberlo planeado" escribiendo sobre la tercera edad. Hasta tal punto imbuída que me olvido del aceite que pongo a calentar, de aquello que había decidido tener limpio para esta hora, de pedir cita al dentista, y ando como de prestado escribiendo grandes textos en mi cabeza todo el tiempo, que luego no se plasman en el teclado del modo en que quiero. Vamos que estoy espesa, ¡qué novedad!

Asomo un ratito para anunciar algo que me aplasta. Y es la droga que pulula en las fiestas de pueblo a la que asiste más juventud. Ese olor que sale de la parte trasera de todos los chiringuitos perfectamente alineados, el olor del porrazo que algunos se empeñan en darse, y lo sangrante de que sea además a una edad tan temprana que cuesta asimilar. En eso estuve este fin de semana, detrás de un grupito adolescente pero desde muyy lejos, hay casos en los que a uno solo le queda confiar y mirar al cielo y pedir que Dios nos pille confesados. Porque tenían razón y eso que yo me quejaba y mucho, los niños de trece años están muy adelantados y no pueden pillarnos con el pie cambiado, si lo sabré yo. Me hago anciana a pasos agigantados, y no me quejo, si tus hijos te hacen darte cuenta de lo vieja que eres es que están ahí; cuando conoces a padres que han perdido a los suyos y les ves a menudo sabes que estás de suerte. Puedes verlo escrito en sus ojos cuando te miran, y aunque ni lo digan es el dolor más grande en un solo cuerpo se pueda albergar. No te quejes de nada en su presencia, sé prudente, porque ellos saben que mientras tus hijos estén estás de suerte, dedícate únicamente a disfrutar; solo importa el aquí y el ahora.

Y eso, que estoy un poco aplastada por la mucha droga que anda suelta por el mundo, y por el mucho miedo. Desde que tengo hijos entiendo mucho más a mis padres y entiendo la mucha suerte que tuve ya desde antes de nacer. Desde que tengo hijos sé que mi mejor libro ya está escrito, son páginas que cada día se van escribiendo solas, y las únicas para las que pido un final feliz.

viernes, 30 de julio de 2010

Bodas de oro




De oro fue el tiempo que pasamos juntos

desde que nos conocimos,

desde que nos miramos por primera vez

desde que supimos que habíamos quedado

en vernos de nuevo desde otra vida.


Fue así desde el primer segundo

pero tardamos años en concebir

que el sentimiento fue mutuo,

durante muchos años

descubrirnos fue todo lo necesario.


Hasta aprendernos tan de memoria

que no supimos olvidarnos

ni en las peores disputas

nacidas de improviso

para torturarnos.


Algún día entendimos que incluso

nuestra imperfección es perfecta

que nuestros desatinos nos complementan,

y que somos distintos para ser más perfectos,

para encontrar en el otro la pieza que nos falta.


No hay caminos de rosas, ni rosas sin espinas

cincuenta años tienen todos sus días,

y todos sus segundos, por pasar, ha pasado de todo,

de no haber sido así no habríamos sido humanos,

y sin ser humanos ¡quién sabe qué habríamos sido!


Cincuenta años de casados y fue ayer, ayer mismo,

es todo cuanto se me ocurre al verte cada mañana,

al saberte tan mío como yo misma,

a no distinguirme de ti tal como el cielo

no distingue la línea del mar que les separa.


Ha sido improvisado en un minuto, pero espero que os guste. Felicidades a los dos.




jueves, 29 de julio de 2010

Aquello que no se puede explicar

El domingo por la mañana caminando por las calles cercanas a una iglesia, en un pueblito costero me asaltó una mujer vestida con un albornoz blanco y un sombrero de ganchillo, seguramente confeccionado por ella misma, siguiendo las instrucciones de una de esas revistas que las mujeres de cierta edad se llevan a la playa junto a su silla de rayas para matar las horas que pasan junto al mar, ajenas al aquí y al ahora, porque todo su pensamiento está en otra parte mientras tejen delicadamente con sus manos avezadas. La mujer caminaba hacia la playa no sin cierta dificultad, llevaba una silla de playa de rayas blancas y azules en su mano derecha, y unas chanclas de tela de color lila. Sus pies eran delicados y muy pequeños.
De pronto sentí la necesidad de ofrecerme a llevar esa silla demasiado grande para un cuerpo tan menudo como el suyo, y tan anciano; tan alejado de todo cuando ha sido- tuve la intuición al verla que en su tiempo fue una mujer resuelta, algo en su firmeza espectral pareció gritarlo-.Pero finalmente no me atreví, supe que no era necesario, apenas podía con su carga pero iba feliz de cargar con ella misma y su silla de rayas bien plegada.
De pronto debió acabar la misa, porque un río de gente salía de la iglesia y avanzaba calle abajo, y justo al verla, la bordeaba. Todos tan impolutamente vestidos y tan de postín que al pasar ni la miraban. Yo caminaba tras ella mientras mi marido hablaba, y me sucedía todo lo contrario, no podía dejar de contemplarla. Incluso en un momento dado pensé lo mucho que me hubiese gustado abrazarla, felicitarla, o comunicarle en primicia todas las cosas que con su caminar sin prisa me provocaba, -pero todos me hubiesen tomado por loca y me hubiesen llevado al manicomio con zapatillas blancas-. Y me dije no, no puede ser, no tengo tiempo.
Al tiempo en mi cabeza se abría un dialogo conmigo misma, ese eterno ahora no, ahora no puedo, pero ya era tarde y lo sabía, me había abordado un personaje sin previo aviso.
Mi vida del revés, podría titularse este blog, porque todas las cosas me suceden del revés. Pero es sin duda apasionante.No es que la historia me haya surgido porque sí, ya estaba trazada hace varios años, pero no tenía tiempo ni ganas para abordarla.
Mi marido no vio nada de especial en esa mujer, no captó nada en su forma de caminar, ni en su firme desafío a sus ochenta años de edad, y no, tampoco quise explicarle. Sé que lo único que odiaría escuchar en esa mañana radiante es que voy a escribir una historia de asilos. O peor aún, que en Marzo he de tenerla lista para enviarla a un concurso. Odiaría volver a explicarle que no me importa el dinero, ni ganar premios, ni ser lo que no soy. Odiaría volver a escuchar que estoy loca, que no hay quien me entienda que lo mío no es normal. Odiaría volver a decirle que simplemente escribir me hace feliz.
He comprendido que hay cosas que no se pueden explicar como que un personaje al que llevas buscando durante años te aborde en plena calle, pero aún no sabiéndolo explicar es sin duda maravilloso. Casi mágico. Especial. Un sueño. Una locura. Algo por lo que vale la pena nacer.



miércoles, 28 de julio de 2010

Un punto de color





En la biblioteca que suelo frecuentar han añadido un círculo de color en los lomos de algunos libros - de momento no les ha dado tiempo a terminar- y me he llevado una grata sorpresa, me gusta la literatura realista. No es que otro tipo de literatura no deje de gustarme, que sí, prueba de ello es que llevo leyendo toda la vida, pero los libros que yo buscaba y no encontraba están todos bien marcados con un diminuto círculo de color morado, y eso me simplifica tanto las cosas que no dejo de maravillarme. Y de rebuscar los tres libros que voy a traerme a casa. Siempre tres, porque si la historia no me atrapa no puedo concentrarme, y empiezo a pensar en lo que aún corregiré, lo que voy a variar en esta o aquella historia, ese es el indicio de que no debo terminar el libro. Necesito leer libros que me atrapen de lleno, que no me den lugar a distracciones, esos son los únicos libros que de verdad entenderé de principio a fin, porque no me han permitido dejar de ver ni una línea.

Entre las elecciones de ayer, me encontré un libro que seguramente compraré, apenas estoy en las primeras páginas, pero están escritas del modo en que yo quiero escribir, tal vez el hecho de tenerlo en casa me aclare algo sobre ese cúmulo de páginas que aún tengo por redondear para finiquitarlas y que dejen de partirme en dos todo el tiempo.
El libro se titula Verde agua y su autora es Marisa Madieri, una autora que hasta ayer me era totalmente desconocida. El formato del libro y todo él me ha atrapado desde la estantería atestada en que lo he rescatado. Es una novedad en sí mismo ante mis ojos, y una promesa; me gusta llevarme los libros que leo dentro del bolso a cualquier parte y este me será muy fácil de transportar, es uno de los motivos porque me ha gustado.

Los otros dos los he ojeado por encima y digo lo mismo, no de su diseño ni de su portada que son lo siempre visto, sino del contenido, es la prosa que me gusta leer, los temas que me gusta saber, y casualidad o no, los tres están escritos por mujeres. Espero asomarme poquíto por aquí en los próximos días, sería el feliz indicio de que escribir es menos apasionante que leer. Porque os aseguro que en mi vida personal ser lectora es mucho más sencillo que ser aspirante a escritora.

Ser lectora es algo que todo el mundo puede entender, porque puedo cerrar el libro que leo en cualquier momento y buscar la camisa azul dentro de cualquier armario. Eso ocurre de distinta forma si estoy en el word intentando captar todo eso que no quiero que se escape, o buscando la palabra exacta y que ahora ni me sale. Es ahí donde se me señala no sin cierto ánimo de dejar algún corte bien visible en un lugar que pueda ver: que de escribir no saco nada. Osea, que no es mi trabajo, que no es ni un trabajo, ni es necesario y ni siquiera es sano, -no hay más que ver cómo me enfado cuando alguien me dice que lo deje de una vez-. No, ni siquiera es sano, es una verdadera obsesión de perfección y un reto diario de encajar muchos quehaceres tan distintos entre sí y tan necesarios.

Concluyo: Un libro "ajeno" puedes cerrarlo hasta cuando puedas retomarlo sin remordimiento alguno. Uno que es "tuyo" te insta a dedicarle tiempo como un niño malcriado, te reclama el espacio en que lucir bonito al fin y poder ser cerrado definitivamente durante muchos años.

martes, 27 de julio de 2010

Lenguaje cifrado



El verano no suele servirme para escribir, al menos no gran cosa, me sirve para recolectar, recapitular, planificar o recabar información. Porque a veces me siento a escribir y desde mi ventana, tal como ahora, las nubes viajan hacia el oeste y distraen toda mi atención, dejo lo que estaba escribiendo y me pongo a contemplarlas. A veces creo que las nubes tienen su propio lenguaje cifrado y el cielo está tan azul, es un azul tan plano que sobre él avanzan imparables todas las imágenes del mundo colocadas en distinto orden, un tipo diferente de abecedario. Es lo que se me ocurre al verlas desde aquí, emplazando todos mis quehaceres a tratar de descifrarlo.

El verano es una fuente inagotable de inspiración, porque llama a estar en todas partes, a vivir el presente, a llenar las arcas para los días más encapotados. Creo que escribo para devolver al invierno inhóspito sus días más esplendorosos, porque el invierno crudo me cambia el humor: escribo por recuperarlos, por hacer más corto su regreso, para no olvidarlos. Creo que al fin y al cabo es algo tan sencillo como intentar que siempre, siempre sea verano.

Ayer, en una de esas verbenas donde últimamente vamos en grupo, un grupo muy majo, me presentaron a un bebé recién nacido, que hace dos meses y medio viajaba aún en el cuerpo de una madre embarazada a los cuarenta y un años. Recuerdo perfectamente nuestra conversación de entonces -cuya lección algún día me dará para un relato-. Por el momento dejo las palabras de su marido, muy parco en palabras, las personas que no acostumbran a regalar palabras tienen ese don, todo lo que dicen queda subrayado:

Si llego a saber lo que era ser padre lo tengo antes.


Todos los padres que estábamos allí sonreímos, porque todos tuvimos en el preciso instante de conocer a nuestros hijos la misma sensación y una misma pregunta: ¿Cómo pude vivir sin ti todo este tiempo?