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jueves, 22 de julio de 2010

No quiero intermediarios




Vivo en un concejo enfocado al turismo, donde todo se hace por agradar al turista que viene una vez, y se espera que repita. Eso no explica el porqué de levantar el mismo trozo de calle dos veces durante el mismo invierno, una para renovar el cableado que va por su margen izquierdo, y otra para renovar el alcantarillado que va en su margen derecho. No tiene sentido levantar el asfalto, excavar durante meses, y poner asfaltado nuevo y bordillos para volver a levantarlo todo tres meses después. Si tiene sentido tanto despilfarro innecesario en obras, yo al menos nunca se lo vi, y mucho menos suprimir el aparcamiento de treinta coches para dejar las aceras más anchas en un pueblo que durante el invierno está muerto. Está tan muerto que me encanta ir todas las tardes a pasearlo, porque puedo bromear con que es todo mío bajo el embrujo de una luna redonda, las estrellas más bonitas que he visto, y el mar más enigmático. La de relatos no escritos que se me ocurren mientras paseo y que se quedan allí, entre la sal y la arena, y los adoquines de piedra que llevan hasta la iglesia y de allí hasta el espigón donde las olas estrellan su imperiosa soberbia y renuevan su calma, ahora sí, ahora no.
Pues eso, que vivo en un concejo enfocado cien por cien al turismo y si ayer fuese una turista de paso, me costaría volver porque una imagen vale más que mil palabras. Un hombre de unos cincuenta años se aventura en su silla de ruedas hacia la nueva acera de tres kilómetros carretera adelante, y cuando va hacia la mitad, se encuentra con que faltan la mitad de las baldosas. Por lo tanto, unos recuadros profundos detienen su paso. En ese instante se le dibuja una honda cara de amargura y se niega a virar, de modo que espera paciente al matrimonio que viene caminando cincuenta metros detrás. En ese momento yo viajo de copiloto y en una sola mirada me transmite su afrenta, por el ánimo que llevo en ese momento debo de transmitirle que esto es así, y que cada uno batalla en su propia guerra, hay quienes subsistimos en medio de una batalla perdida y nos resistimos a voltearnos. Antes muertos que sencillos que rezaba la canción. Hay quienes nos hemos propuesto ganar la batalla y llegados a un punto ya no sabemos perder, avanzamos en medio de la nada, pero avanzamos de igual modo, hace tiempo que estamos en la batalla por superarnos y en esa batalla no cabe una vuelta atrás.
Me fijé a conciencia mientras el coche avanzaba, y la acera dos metros más adelante era un completo desastre, imposible avanzar por allí a mucho ánimo que tuviera. De pronto me vino solita la imagen de mi alcalde, muy campechano y amigable por los bares del puerto, por todas las fiestas del concejo, por todas partes; allá donde no lo esperas lo encuentras. Jamás hablé una palabra con él, pero espero verlo uno de estos días para contarle lo de aquel hombre de la silla de ruedas, porque ya está bien. Llevo más de un año viendo desaparecer cada baldosa, viendo crecer las zarzas casi hasta la mitad de la acera, viendo las lagunas de agua que se forman en la carretera en todo ese tramo en cuanto llueve dos gotas. Y la cruda verdad es que esa acera fue un despilfarro totalmente innecesario del que después aprendieron, en otra zona añadieron un arcén delimitado para los turismos con una raya continua, y la senda para peatones la pintaron bien roja. Se conserva siempre como el primer día, y las sillas de ruedas circulan sin problema. En tanto que la acera de baldosas se agrieta, se hunde y se desconcha porque nadie se ocupa de reparar, reponer o mantener.
No se tiene en cuenta a la gente de aldea que a todas horas va de caminata desde el pueblo soberano a la pequeña villa, o a la gente que desde el asfalto sale a caminar entre prados verdes, cielos transparentes, o restos de monte; la gente que cada día sale a oxigenarse para retar a la vida. En ellos no piensa el señor alcalde porque sabe que esos aguantan todo el año en las circunstancias que sean, y que no se irían del pueblo ni aunque les tocase el premio gordo de la lotería. Muy mal, señor alcalde, muy mal, y tenga en cuenta que si le veo se lo diré cara a cara, con usted como con Dios. No quiero intermediarios.

miércoles, 21 de julio de 2010

Frase



Rescatar fotografías del olvido
es vivir de nuevo un tiempo
que creías perdido

Begoña

martes, 20 de julio de 2010

Una vida de gato




No pensaba poner esta foto, aún duele demasiado, pero por lo que sea se coló justo al principio y creo que debo ponerla y hablar de él. Le llamé Sísiu, y aunque tenía otro nombre venía veloz hacia mí en cuanto me escuchaba nombrarle, fue mi mayor alegría en los últimos tiempos porque lo nuestro era una adoración mutua, yo le adoraba y él me adoraba también. En cuanto escuchaba mis pasos o mi voz venía trotando hacia mí, y apenas a medio metro zigzagueaba y corría a esconderse, me observaba con sus ojitos redondos en azul oscurísimo y se quedaba muy quieto hasta que buscaba su pelota de trapo y se la tiraba, entonces saltaba tras ella y me retaba a regatearle, o se quedaba muy quieto escuchando la retahíla de advertencias que siempre le hacía, en cuanto comenzaba a decirle lo guapo que era se hartaba enseguida y buscaba la pelota por el suelo, se tiraba tras ella y comenzábamos un partido sin portería. Era el gato más inteligente que vi en mi vida.


Le asustaban todos los ruidos, pero su curiosidad sobrepasaba todos los límites imaginados, la última foto que le saqué fue en el sofá, cuando entró en casa de incógnito, seguramente buscando compañía mientras el resto de gatos andaba de caza. Detectó mis pasos y abrió los ojos para decirme que se iba a portar bien, y para lograr convencerme volvió a dormirse, retraté ese instante ignorando los pocos días que nos quedarían; tenía la ilusión de verlo crecer y sin embargo me tocó verlo morir en riguroso directo. El coche que le atropelló pudo parar perfectamente, pero ni pensó en ello, en cambio me dejó una de las peores imágenes que puedan recordarse. Sísiu no pasó de los tres meses de edad, vivo demasiado cerca de la carretera para que mis gatos se hagan adultos y de vez en cuando vuelvo a plantearme si quiero tener más animales para que todos terminen así.

Pero ocurre que para entonces ya tenemos gatitos nuevos de otra camada, y no los quiero ni ver, me digo que a esos no voy a quererlos, que no voy a jugar con ellos, que esta vez no será igual. Eso hasta que salen de su cajita sobre sus patitas vacilantes, y alzan sus ojos hacia mí, que estiro la mano para acariciarles, para decirles que han crecido mucho, para cogerles y verles más de cerca, para estudiar sus ojos redondos, para enseñarles a beber leche por si su madre ya no tiene suficiente, para quedarme junto a ellos un rato más.

lunes, 19 de julio de 2010

Foto de mi cosecha de Julio




Pasión fotográfica

Cuando las cámaras llevaban rollo, yo me enrollaba fotografiando aquello que me gustaba, un simple árbol solitario en medio de la nada que de pronto me lo decía todo. Era algo apasionante que después de revelado mi marido no comprendía, e insistía hasta el aburrimiento en porqué tenía que gastar una foto en un simple árbol cuando podía retratar a una persona. Mi marido cree fundamental retratar personas, pero es un mal retratista, las pocas veces que se hizo con la cámara para fotografiar algo muy interesante resulté ser yo caminando tranquilamente por el puerto, completamente abstraída, y hablando sola o con algún desconocido, cuando en realidad iba hablando con él que me devolvía la cámara muerto de risa.

Con la llegada de la cámara digital ya no tengo rollo pero me enrollo más aún que nunca, saco fotografías de árboles solos o acompañados, farolas, flores, casas, rocas, barcos, coches, adornos de todo tipo, nubes, soles, lunas, estrellas, dunas, paseos, sombras y todo cuanto pueda habitar el mundo, y soy insufrible porque la medida del tiempo cuando algo me llena brilla por su ausencia y a todas horas me andan espabilando, venga, vamos, ya está bien, déjalo ya, te quedas sola ¿eh?. A eso sólo tengo una respuesta, ya voy, voy ahora, espera que saco la última, en realidad la penúltima; bueno ahora la última de verdad.

Al ver mis fotos, yo misma entendía que no hubiese necesidad de fotografiar todo eso, porque no vas a poner marcos de fotos en tu casa con un árbol solo, o regalar a la gente fotos de árboles solos, o de nubes solitarias, o de rocas solitarias, o de flores amarillas. A veces es complicado darse explicaciones, pero siempre concluía que algún día lo entendería. Podría decirse que hace cuatro años o más que presentía este blog, o podría decirse que tener este blog les ha dado utilidad. De modo que ahora al menos puedo compartirlas, o personalizar este lugar con algo propio, algo que me ha gustado, sorprendido, encandilado, ensimismado, ilusionado, y todos los hados posibles.


domingo, 18 de julio de 2010

Verbo decepcionar




Una misma persona te decepciona una vez y otra, una vez y otra, y llegado el punto una parte de tu cerebro la pone en cuarentena como hace el ordenador con el virus que sea. Los grados centígrados de tu termómetro de confianza en ella, bajan hasta los niveles precisos, una vez y otra, una vez y otra como en el cuento sin fin.

Como resultado llega el día en que tu organismo, que es un ser inteligente con vida propia, deja de ponerse verde, o morado ante su incongruencia. Ya no puedes cabrearte, irritarte o sentir que tu corazón va a explotar; tal pareciese que en tu cuerpo no quede sangre, o en tu cerebro capacidad alguna para el asombro; no te lo explicas. Es ahí donde se enciende una luz roja parpadeante: se ha entrado en reserva.






sábado, 17 de julio de 2010

Mis veinte minutos de gloria



Ayer estuve viendo mi grabación del concierto de Alejandro Fernández, arrebatador el instante en que sale al escenario y el mundo explota en aplausos, gritos desgarrados, silbidos y piropos llenos de ingenio que se apagan ante su primera entonación, y que después gritan como nunca arrancando una sonrisa improvisada al hombre que casi trastabilla para pillar el ritmo. Da para imaginar que uno siempre se sorprende ante aquello que ha sembrado por todo el mundo a ritmo de pasión, trabajo e ilusión; que es la única combinación capaz de sumarse y multiplicarse sobre sí misma.

Saber ya sabía que es arriesgado bailar, bueno, mecerse al ritmo de la música mientras te grabas un vídeo. Sabía que iba a escucharse mi voz de fondo si cantaba junto a él, y que grabando desde tan lejos apenas se le iba a ver, o en todo caso como un ser amputado por la cintura, por eso enfoqué la pantalla gigante que había encima de su cabeza, consiguiendo a intervalos su cuerpo entero. Con esto no contaba, pero el continuo mecerse de la gente dio para todo.

Estuve viendo las fotos de los periódicos y nada que ver, las hay hermosas. Pero en esa grabación queda reflejada la calidad del sonido, era espectacular, como también esa voz que era para morirse y resucitar, más especial si cabe con el matiz nervioso de ese directo en que hubo de todo. De lo poquíto que pude grabar, como siempre, yo saco un mundo; recogida la mejor esencia de ese primer contacto con el público y esa primera impresión, que es la que perdura. Y perdurará siempre.

Por motivos ajenos a mi persona tuve que abandonar el concierto unos veinte minutos antes de su final, mis pies iban hacia el aparcamiento sin querer ir, pero pisaban el mundo de un modo que dejó huellas hacia adentro, una honda satisfacción de las imágenes grabadas a fuego ya en la retina. Una imagen puede perseguirme una vida entera, por escojo mis imágenes con sumo cuidado, aunque tengo también un borrado magistral, -que se empeña en no borrar ciertos detalles aunque se lo ordene-. Pero viene lo mejor, mi hijo me rescató la grabación, que estaba segura de haber chafado de alguna forma. Porque admito que no es la primera vez que creo estar grabando y no grabo nada, y eso de pasar al ordenador no tengo ni idea. Tuve que esperar muchas horas hasta tener al fin mis veintisiete minutos de gloria, en que las mejores canciones de Alejandro Fernández y su imagen quedaron inmortalizadas bajo mi producción. Su voz bien clara, el coro de siete mil personas mucho más baja, y mi voz tan clara como la suya, cantando junto a él; voz de barítono y de gallina arrebatada. En riguroso directo, en una noche estrellada, una noche perfecta porque la perfección verdadera se halla en el alma.

Canta corazón

que mis ojos ya la vieron por aquí

que he soñado con su risa

que ha pasado por mi casa

que ha venido porque quiere ser feliz...