No me gusta la situación en la que se encuentra mi país, no me gusta que la sensación que tengo de que las leyes legislan distinto para unos y para otros. De que dependiendo de quién seas y dónde estés el resultado a lo que haces tenga consecuencias tan abismales. No me gusta que la justicia resuelva tan tarde algunos casos o que a mi ver los resuelva tan mal. Que el dinero defraudado por no retorne al lugar del que partió, sino que pulule en paraísos fiscales como en un limbo del que la verdadera justicia no lo pudiese rescatar porque vive ajena a la necesidad de los demás. No me gustan tantas cosas, que me paralizan, tengo la sensación de que mis sueños no sirven para nada, de que no tienen cabida, pero justo entonces rescato viejos escritos y vuelvo a corregirlos, como si solo ellos me sacasen de este abismo cerrado en que me encuentro, como si solo el hecho de perseguir aquella meta que me impulsó a escribirlos fuese lo que me sacase de este encierro en que me encuentro, como si solo la palabra escrita tuviese la fuerza de cambiar este país que no me gusta, que ya ni reconozco, que trae tanta desgracia desde los telediarios y los periódicos a diario que me resta fuerza para todo lo demás.
Y es que un día tras otro las noticias son tremendas. Hay tantas imágenes en mi cabeza que sufro una especie de bloqueo porque a diario me traen el periódico y lo dejan encima de mi mesa, y lo leo, quizá eso me haya hecho despertar del mundo de fantasía en que desde siempre vivía inmersa. A veces me leo y solo leo: yo, yo, yo, lo que pienso, lo que siento, lo que soy y la parte que desconozco y tengo la sensación de que se conjugan demasiadas personas en una. Me pongo siempre en el lugar de los demás y soy una niña de 13 años asesinada, el cabeza de familia que ha perdido su trabajo, su vivienda, todo lo que poseía y el derecho a comer, mientras otros se forran los bolsillos con parte del dinero que doné para el conjunto de un país que alguna vez sentí mío; por eso sé que mientras me iba viniendo a menos otros se fueron a más y guardan millones de euros en cuentas suizas que nadie parece poder rescatar para que me devuelvan lo que fue mío, tuyo, nuestro, de todos. Soy aquel cotizador que tengo que pagar las medicinas de mi enfermedad crónica de mi propio bolsillo cuando nunca estuvo tan vacío que tengo que elegir entre comer o curarme. Soy tantas personas a la vez que en ocasiones me enfermo y siento frío. Me pregunto por qué no gobierna alguien capaz de ponerse en el lugar de los demás mirando desde quienes ocupan el lugar más débil de la tabla. Y me pregunto por qué motivo cuando dé al botón de publicar de este mismo blog, no me quedaré callada como tanta gente de mi alrededor, que me preguntan por qué hago este tipo de preguntas todo el tiempo, por qué fabulo, por qué no dejo quieta mi cabeza y me ocupo solo de lo mío. A veces quisiera ser como ellos y poder conformarme, pero supongo que estoy hecha de otra materia y no puedo, no quiero y además no me da la gana. Si no me gusta el mundo en que vivo y me fabrico uno propio es mi derecho, si cargo con dolores ajenos es mi derecho y también si sueño un mundo mejor. No voy a rendirme porque si me rindiese moriría, y ya que no me toca morir haré lo que considere oportuno dentro de mi tiempo destinado, y vosotros, por favor tampoco os conforméis.
En estos días ha muerto un chico de 23 años, la edad de mi hijo (y en él pensaba mientras escuchaba la noticia, es inevitable supongo). Y se moría en el sofá de un comedor social. Pesaba solo 30 kilos. Horas antes había acudido a un hospital donde lo tuvieron ingresado solo unas horas y donde le dieron de comer leche con galletas. Después para ahorrarse gastos, por la crisis, supongo, le enviaron a la calle sin apuntarle en un papel tan siquiera -supongo que por un ahorro injusto de tinta- las pautas a seguir. Seguramente ignoraba que hacer una sola comida normal en su situación podría matarlo. Y parece que después de efectuarla se murió. Creo que esto retrata el pulso de todo un país y me da lo mismo lo que se diga desde los focos: este país está todo lo mal que puede estar para unos cuantos, y por lo tanto, está fatal para todos. Una sola persona suma lo que suman los demás. Y no hay derecho al continuo desequilibrio entre los de arriba y los de abajo, que viene a decirnos muy alto que estamos como en los anuncios, hay dos Españas, lo mismo que hay Villa arriba y Villa abajo. Y es esto lo que no se puede tolerar porque al mirar el mapa sabemos que hay uno solo, uno que nos tenemos que repartir. Quienes hagan los repartos que sean justos o sino que se vayan a casa.
Nos hemos ganado el derecho a tener una vida digna y a pensar por nuestra cuenta, por eso pese a todo el yo, yo, yo, que sigue habiendo de fondo en esta entrada, le daré a publicar. :(Sin releerme por no censurarme, como tantas veces, y perdonen las faltas; créanme si les digo que la entrada que iba a escribir en principio no tenía nada que ver con ésta, pero por algo sería que fue esta la que salió).