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jueves, 13 de junio de 2013

Cero recorte en profesionalidad

Es madrugada, el mundo ha dejado de girar. Algo lo ha sacado de su sitio. Ya no es y ya no está. De pronto estás aprisionado en tu soledad. A tu lado, un enfermo que se cree infartado, te apresura para que aprietes la velocidad con el objeto de llegarse antes que la muerte hasta el hospital. El mundo se ha cubierto de oscuridad. La carretera serpentea en un tramo aprendido de memoria y que ahora se antoja tan desconocido. La inmensidad del mundo se cierne sobre ti. Respiras conteniendo la respiración cuando el equipo médico te recibe con aparente normalidad. Sólo que tú sabes que no es normal. Y te invitan a pasarte a la sala de espera hasta que alguien te llame por megafonía, o salga el número que asignaron a tu caso en la pantalla de led que está situada al final. Allí, eres recibida sin palabra alguna, por más números como tú. Es el primer momento en el que no te sientes solo del todo, el Dios tan distinto que todos compartís se siente entre las cuadro paredes que rodean la estancia, a él le ofreces el resto de la vida a cambio de la de quien acaba de entrar. Es algo que harías a ojos cerrados como sólo se hace ante un ser que ha llegado al mundo por primera vez mezclado entre el hueco de tus tripas. Su vida es repasada con minuciosidad en todas las largas horas que cubren la ausencia, entre ese instante en que se cierran las puertas y ese otro en que las puertas se vuelven a abrir de nuevo para ti. Y acostado en un box de urgencias te vuelve a saludar, intentando disimular la alegría de que estés a su lado mientras dura la incertidumbre de un diagnóstico que no termina de llegar.

Desde los pasillos observas a un golpe de vista la profesionalidad de gentes a las que les han rebajado el sueldo, pero no la calidad humana, que destilan a rabiar. No han podido rebajar sus años de dejarse los codos estudiando, o sus primeras horas de prácticas sin cobrar. Nadie puede recortarles el motivo verdadero por el que se encuentran allí, mientras todo el mundo duerme: te quieren ayudar, y harán hasta lo imposible porque te lleves de nuevo a casa a tu enfermo convertido de nuevo en alguien sano. Sabes que se dejarán la piel en el empeño, que todo cuanto esté en su mano se hará lograr. No tienen falta de comunicarlo, se lee en cada pequeño gesto mientras te van contando lo que aquellas máquinas que tú no entiendes les dice a ellos. 

Se establece una confianza inquebrantable entre tú y ese hospital que hace muchos, muchos años te trajo a la vida. Sabes que sólo en un caso muy extremo toda esa dedicación que se desborda ante ti podría fallar. Porque hay cosas que el dinero y la corrupción nunca cambiarán, como por ejemplo, la profesionalidad de un hospital que funciona coordinado por la vocación de todos los que lo conforman. Desde el médico de mayor rango hasta la limpiadora del menor nivel, todos se vuelcan minuto a minuto en que tu estancia en ese tiempo en que todo se detiene se haga lo más llevadera, para que puedas sentirte dentro de una gran familia que siempre responde, pase lo que pase y sea lo que sea, llevan la promesa silente de que nunca te fallarán; porque están por pura vocación y ni se presta ni se compra, se lleva adherida a la sangre como el adn de una cadena irrompible que ni se rompe ni se quita. Es por eso que los dioses logran pequeños milagros que tú no creías en un principio, a no ser que conocieras de buena mano toda su profesionalidad. 

Gracias a quienes siguen anteponiendo su vocación a la cifra que lleva su nómina. A quienes por mucho que les rebajen el sueldo no bajan su calidad. Porque sólo ellos son capaces de igualar en milagros a los propios dioses, que rendidos ante ellos oran porque no se desmorone la sanidad. Ponen todo lo que son a nuestra disposición aunque no sepan quienes somos, tampoco les importa, todo lo que quieren saber de nosotros lo encuentran al fondo de nuestros ojos y saben que de todos los momentos de nuestra vida es este el peor, porque precisamente este no ha pasado todavía. Y no sabemos cómo pueda resultar.

Hago extensa mi gratitud a todos ellos. Sean quienes sean y estén donde quiera que estén, porque ellos hacen fuerte un pilar fundamental de nuestro espacio, la sanidad. Y porque verles a nuestro lado con prontitud y eficacia cada vez que les necesitamos es la mayor alegría dentro de un momento fatal. Ellos llegan para remediar ese desaguisado que no nosotros no sabríamos solucionar y en ese fallo imperdonable se nos iría una vida. Muchas gracias, de verdad.

2 comentarios:

  1. escribes maravilloso
    Un abrazo sincero

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  2. Recomenzar, todo lo que escriba se quedará pequeño al lado de mi gratitud inmensa a los cuidados expertos de un hospital ;)
    Otro abrazo para ti

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