A veces uno piensa en nuevas fórmulas que cambien aquello que podría mejorarse. Fórmulas que incluso suena disparatado que alguna vez, una sociedad inmóvil se aventure a probar, porque para ello será imprescindible trepar sobre los prejuicios de una mayoría casi siempre inamovible.
Admito que nunca fui a visitar a alguien que estuviese internado en una residencia de la tercera edad, ya que en el entorno en el que me muevo, afortunadamente, los mayores son un ejemplo a seguir y se mantienen en sus casas llevando sus vidas con mucho atino y terquedad, hasta que ven que ya no pueden subsistir por sí mismos y se van a casa de algún hijo que se desvive en cuidarle hasta el final. No es en absoluto tarea sencilla convivir con esa morriña del viejo hogar, esos ojos tristes del encierro en un sitio donde el anciano no quiere estar. Hay muchos tiras y afloja, muchas costumbres que chocan, muchos dimes y diretes, mucho esfuerzo y acúmulo de paciencia por ambas partes, y con el paso del tiempo se establece una rutina en la que es posible respirar. Un cuidador es alguien dispuesto a completar una parte de sí mismo con la demanda de alguien más. Alguien capaz de renunciar a su vida establecida por una vida casi a inventar. Y sobre todo un ejemplo en estos nuestros días de prisa y comodidad.
Tengo una amiga que lleva más de veinte años cuidando a niños y ancianos en intervalos de cuatro a cinco años. Desde que el bebé recién nacido comienza al cole y se vale más o menos por sí mismo; y desde que el anciano comienza a necesitar ayuda, hasta que ya no necesita ninguna. Una vez coincidimos en un autobús, estaba agotada a muerte, y me sorprendió verla tan destrozada de moral, porque si algo le sobra a Ramona es mucha vitalidad. Me contó que estaba cuidando a un anciano en su fase final, y arrastraba todos los años de charlas compartidas, y todo el día a día de seis años atrás. Apenas le quedaban fuerzas para hablar, era una mañana de verano y acaba de salir del hospital, se iba a casa a dormir el sueño atrasado de meses.
_ En mi próximo trabajo quiero niños_ me dijo.
_ ¿Son mejores de cuidar?_ pregunté por curiosidad.
_ Son más o menos lo mismo. La diferencia radica en que los niños quieren que los dejes en paz, y los ancianos te absorben, no te dejan ni un minuto para ti. Quieren hablar todo el rato, te cuentan su vida, y dan menos trabajo, pero en estos momentos necesito cambiar de rutina. No puedo más.
_ ¿Ya no vas a cuidar de ese anciano?_ volvió sus ojos hacia mí y me miró un instante como si me odiase por hacerle formular aquella frase.
_ No saldrá del hospital.
Alguna vez he fantaseado con una residencia de ancianos con jóvenes por medio. Un centro multigeneracional donde todas las edades revueltas tuviesen cabida. Un lugar donde todos convivan y aprendan de todos. Pues bien, aquí está:
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